Los venezolanos nunca como ahora habían
tenido un salto atrás en su modo de vida.
Es un trastorno causado por ese gobierno que raciona conciencias, papel
higiénico y hasta pantaletas, para crear condiciones de miseria ideales para
perpetuar un régimen político atroz. ¿Algún venezolano lo imaginó alguna vez?
Claro que no, porque eso solo se le podía ocurrir a un personaje omnipotente,
carismático y perverso, como Fidel Castro.
Castro en Bogota |
Fidel siempre fue así. Ya en su juventud se
interesaba en las técnicas de manipulación de sentimientos utilizadas por
líderes “sobrenaturales”, “indispensables”, para sojuzgar pueblos que
terminaban por creer que nada les pertenecía y que hasta su manera de caminar
se debía a la “revolución”.
Sus lecturas
predilectas eran sobre revoluciones y sus consecuencias, porque con ellas
nacían hombres fuertes que casi siempre hacían y deshacían a su leal saber y
entender, aunque, por supuesto, la dinámica diabólica de los hechos a veces se
tragaba a los protagonistas, como le ocurrió a Robespierre.
Las características esenciales de Castro
siempre fueron persistencia y sagacidad, sangre fría para liquidar cualquier
asomo de resistencia, ninguna contemplación de amistad, compañerismo, lealtad,
nexos familiares... Con su voz suave, delgada como un hilo que se extendía
horas y horas, noches enteras, encantaba incluso a interlocutores que odiaban
sus métodos crueles y perversas intenciones, aunque admiraban el río crecido de
sus conocimientos. Amigos que lo habían
apreciado, respetado y admirado, fueron fusilados con solo una seña, sin que a
él se le aguara el ojo. La lista de sus víctimas mortales sobrepasó los 6 mil,
además de los torturados, presos, perseguidos y exiliados, por montones.
Hugo Chávez no inventó nada. Todo lo hizo
Fidel, con la experiencia de haber depauperado a los cubanos, a quienes llevó
al extremo de aceptar con naturalidad la tarjeta con la cual se racionan los
alimentos y, algo peor, hizo que buena parte de esas hermosas mulatas habaneras
se prostituyeran a cambio de blue jeans, tubos de crema dental, medias de nylon
y unos pocos dólares. Sus maridos, novios, hijos y padres, pasaron a ser
gestores de clientes para ellas.
¿Llegaremos los venezolanos a esa abominable ruina moral? Yo (¡hasta ahora!) sigo creyendo que con nuestra
madera más resistente no nos dejaremos vejar y en cualquier momento haremos
añicos la supuesta revolución. ¡Así tendrá que ser!
Cuando
apenas cursaba tercer año de derecho, Fidel Castro era un hábil dirigente
estudiantil que ideó fórmulas para aliarse con jóvenes de Argentina, República
Dominicana, Venezuela, México y Colombia, para organizar algo así como la
contrapartida de la Novena Conferencia Panamericana, que la OEA convocó en 1948
para ser celebrada en Bogotá. Con sus argucias y en esas andanzas, logró que
días antes el presidente Rómulo Gallegos lo recibiera y escuchara en Caracas.
Llegó a Bogotá y encontró la manera de
metérsele por los ojos a ese gran líder que era Jorge Eliécer Gaitán (a quien
admiraba) y se reunió con él. Le habló del congreso de jóvenes y de las
intenciones de crear una alianza antimperialista de estudiantes
latinoamericanos. Gaitán se dejó ganar por la idea y se ofreció como orador de
cierre del congreso estudiantil, que estaba a punto de comenzar. Junto a Rafael Del Pino y otros dos cubanos,
Fidel trataba de generar expectativas y revuelo internacional, cuando el loco
Roa Sierra sacudió a Colombia y al mundo entero al asesinar a Gaitán, tras lo
cual se desató una ola de violencia que arrasaba todo a su paso.
Castro salió a la calle, se robó un uniforme
de policía, agarró un fusil y se puso una gorra. No conocía la ciudad y se
movía sin rumbo. Trataba de ser oído por cualquiera y decía que había que
empujar los descontentos contra el gobierno del presidente Ospina, a quien calificaba
de opresor, explotador e imperialista. Había que derrocar a Ospina y tomar el
poder, según el atolondrado estudiante. Pero, por supuesto, nadie lo escuchaba
porque las turbas tenían vida propia: incendiaban, saqueaban, mataban y herían. Lo cierto es que la policía comenzó a
perseguir el agitador extranjero, que huyó con sus compinches en un avión que
trasladaría unas vacas a La Habana.
Desde esa época el nombre de Fidel Castro ha
estado asociado a tumultos, conspiraciones y terrorismo en el Continente. Mucho
después fue conocido el patrocinio suyo a las guerrillas en Venezuela y en
otros lugares, lo que generó la expulsión de Cuba de la OEA y el bloqueo
continental. Y cuando ocurrió el asesinato del presidente Kennedy en 1964, fue
mencionado como autor intelectual y, a pesar de los 50 años transcurridos,
todavía hay quienes no lo descartan.
Fidel Castro encarna una figura de doble o
triple personalidad, de jugadas y procedimentos inesperados. Seductor sibilino,
asesino, conspirador y terrorista nato, que en el ocaso de su vida y ya sin
control de los esfínteres, maneja a control remoto al primitivo e ignorante
Presidente venezolano. Cada acto del gobierno de Nicolás Maduro se decide en La
Habana.
La dictadura diseñada en Cuba para Venezuela
ya ha llegado lejos, pero no podrá ir más allá porque Maduro y el desalmado
Diosdado solo están asistidos por la fuerza bruta y, sin saberlo, están
forzando su suerte a un desastroso final.
Así le pasó a Robespierre, el Padre del Terror.
PD. A
los interesados en conocer las actuaciones de Fidel en Bogotá en 1948, les
recomiendo El Bogotazo, memorias del olvido, de Arturo Alape (editorial
Planeta), así como el texto del informe elaborado por la comisión especial de
Scotland Yard que ese mismo año investigó el magnicidio de Gaitán.
Ricardo Escalante
ricardoescalante@yahoo.com
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