Un
solo hombre, el 99, vendió su país. Sus hijos y sus nietos os lo demandarán.
UN ASISTENTE EN LA CALLE PARA LA APROBACION DE LA HABILITANTE |
Desde
comienzos de este siglo, estando ya el teniente coronel felón en el poder,
cuando asistía a las reuniones del CEN de mi partido, siempre planteaba que
había necesidad de definir con claridad ¿Qué y quién era Chávez?, ¿Qué quería?,
¿Hacia dónde nos llevaría?, ¿Cuál era su verdadero proyecto?, y otras interrogantes
más. Las respuestas obtenidas eran muy diversas.
Desde que era un militar
golpista, poco inteligente, de derecha, de izquierda, intoxicado con doctrinas
marxista, fascista y cuantas cosas se
nos ocurría.
Pero en verdad no había interés en buscar una verdadera
respuesta y en consecuencia era difícil para la dirección nacional del partido
diseñar una buena estrategia de oposición.
Como decimos los ingenieros, si un
problema no se define bien, es bastante difícil lograr una solución, si es que
se puede lograr. Y eso ocurría en todas las organizaciones políticas. Todas
venidas a menos, lo cual permitió que la sociedad civil y algunos medios de
comunicación los reemplazaran.
Las marchas llenaron las calles del país. El “Chávez vete ya”, “Urgente, urgente, un
nuevo presidente” y demás consignas de la calle, hacían pensar que el gobierno
del comandante era pasajero.
Pero no había un discurso político, de fondo. Así
llegó el 11 de abril. Una marejada de gente, de forma pacífica, hizo que el
presidente renunciara. La cual aceptó.
Esa misma dirigencia de la sociedad civil, sin burdel político que hizo
posible el 11 también hizo posible el 13. Y de allí en adelante comenzó en
serio lo que hoy vemos cristalizado.
También
fuimos de los pocos que insistíamos en que
se nos quería llevar hacia una forma tropical de comunismo. El castro
comunismo. La influencia de Cuba en las decisiones del gobierno era cada día
más evidente.
Todo era Fidel, el Che y el mar de la felicidad. La mayoría de
los dirigentes políticos, analistas, politólogos, escribidores, negaban esa
posibilidad, y hasta se burlaban de los que así pensábamos.
No vale, eso no va
a pasar. El carnaval electoral que se
montó obnubiló a buena parte del país. Se pensaba que era más de lo
mismo. Un gobierno más de la IV república. Malo como esos. Tan corrupto como
los anteriores. Mientras tanto “democráticamente” y con vaselina el proyecto
seguía su camino.
Apareció la revolución del siglo XXI, la bolivariana, la
bonita, la pacífica pero armada. Con nueva constitución y cambios de nombres
vinieron las expropiaciones, las invasiones.
Los grupos armados. Colectivos.
Cooperativas. Reservistas. Milicias. Juntas Comunales. Comunas. Y la idolatría
exacerbada al caudillo, al supremo, al comandante en jefe. A lo Hitler, a lo
Stalin, a lo Mao, a lo Fidel. El control total de todos los poderes públicos.
PDVSA sufragando la revolución. Dólares debajo del colchón del comandante en
jefe. El partido único. La hegemonía comunicacional. La VTV de todos al
servicio exclusivo del PSUV. Las Fuerzas Armadas del comandante. El CNE, el
TSJ, la fiscalía, la defensoría, la AN, todos revolucionarios y chavistas.
Catorce años aceitando el aparato del Estado. El desafío abierto al
Todopoderoso, el haremos que la naturaleza nos obedezca, la soberbia del
gobernante inmortal, hizo que la enfermedad más depredadora de estos tiempos,
el cáncer, hiciera el trabajo que la oposición no pudo hacer. Pero la
revolución no se enterró. Más bien maduró.
Y
de nuevo el análisis político equivocado.
Seguro que lo derrotamos. Sin Chávez esto es pan comido. Con trampa o sin ella,
las cosas no resultaron como se pensaban. Lo desconoceremos. Es ilegítimo. No
es Chávez. El grupo de los ojos bonitos lo tumbará. Los institucionalistas lo
sacarán. La pelea interna es a cuchillo.
Siete meses después el delfín, el
ungido, el chofer, el colombiano, se hace con todos los poderes. Su predecesor
es un niño de pecho ante el poder que ahora él tiene.
Un pueblo que dejó de ser
el bravo pueblo de nuestro himno nacional, pasa su tiempo de cola en cola,
mendigando bienes de primera necesidad y de ninguna necesidad. No hay harina,
ni leche, ni aceite, ni azúcar, pero hay patria.
Y “con mi plasma y sin empleo,
con Nicolás me resteo”. Llegó el castro comunismo. ¿Ahora si lo creeremos? Y
hasta cuándo lo aguantaremos. Por ahora solo nos queda votar el 8D. ¿Serán las
últimas?
iolaizola@hotmail.com
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