Jack
Cade es un personaje histórico; existió en la vida real y fue quien dirigió una
revuelta contra el rey de Inglaterra en 1450.
Sin embargo, el conocimiento que se tiene de él se debe más a que
aparece en el “Enrique VI, parte 2” de Shakespeare. ¡Y qué personaje, señores! La historia y la obra teatral coinciden en
que era poco instruido, desalmado, populista y mentiroso. O sea, igualito a alguien con poder que anda
por aquí. Por eso, creo que vale la pena
hacer un parangón entre ambos figurantes.
Como
Cade intenta apoderarse de la corona inglesa, requiere ocultar su origen
humilde y su desempeño como oscuro albañil; decide entonces hacerse pasar por
hijo bastardo de Enrique V, se cambia el nombre y exige que se le reconozca
como John Mortimer, siendo ese apellido el de una noble familia que tenía
pretensiones al trono. En nuestras
latitudes, para poder mangonear desde el Ciliaflores, el tipo busca esconder
sus orígenes nortesantandereanos. Para
hacer creer que es nacido aquí, manda a su ministra de asuntos electorales a
que muestre —solo por un par de segundos— una fotocopia de algo dizque es un
registro de nacimiento. Pero, el
paralelismo más importante está en que también se declara hijo de quien no es
en realidad.
Después
hay que analizar el populismo de ambos.
El nacido en Sussex tenía tal sancocho mental que prometía que bajo su
gobierno siete panes de a medio penique se deberían vender por un penique, que
las ollas de tres aros iban a tener diez, que todos comerían y beberían con
cargo al presupuesto y que por las tuberías del acueducto iba a correr vino. Eso sí, siempre y cuando la gente “worship me
their lord”. Al de por estos lados — que
imita la irracionalidad de su paralelo del siglo XV, pero arropado por el
“socialismo siglo XXI”— se le hace fácil “sugerir” a los comerciantes que
vendan a pérdida. Porque si no, puede
llegarles una poblada a “dakearlos” con la vista gorda de las autoridades que,
se supone, deben mantener el buen orden.
Y más luego les manda a Samán y sus muchachos para que tengan que vender
a precio vil lo poco que les quedó.
Parece que no quiere internalizar que en un país con cincuenta por
ciento de inflación anual, si a un comerciante se le exige que venda con una
ganancia de solo un diez sobre el costo, y el bien pasó tres meses en el
anaquel, lo que hay es pérdida y no habrá reposición de inventarios. Pero eso debe ser muy abstruso para alguien
que ni siquiera completó bachillerato…
Cade
mandaba a matar a todos los que tuviesen categoría, ascendencia, cultura y
conocimientos. Es enfático en eso de que “We will not leave one lord, one gentleman”. Por eso, cuando el secretario del pueblo de
Chatham le contesta que da gracias a Dios por haber tenido educación, lo
califica de traidor, lo manda a ahorcar y ordena que le adornen el cuello con
su pluma y su tintero. Y cuando a Lord
Say le preguntan qué opina del condado de Kent, su respuesta —“bona terra, mala
gens”— fue más que suficiente: lo manda a matar porque sabe hablar latín. Nuestra versión criolla tampoco ve con buenos
ojos a la gente con erudición, a las personas con genealogía, a los capitanes
de la industria. Puede que sea tanto por
envidia como porque los ve como un estorbo en sus avideces socialistoides;
cualquiera que sea la razón, trata de destruirlos. Pero, en su descargo, hay
que decir que no se le conoce (hasta ahora) que haya mandado a matar a
nadie. Porque a él le basta actuar como
su fallecido padre putativo: destruyendo las reputaciones bien ganadas de sus
adversarios. Sin aportar una sola prueba,
vierte mentiras en los oídos de los más sencillos de mente y les insufla que
María Corina es agente de la CIA, que Capriles es un judío capitalista, que
Leopoldo es reo de corrupción, que Cocchiola es usurero y tramposo.
Sobre
el último de los mencionados quiero hacer un aparte. Porque es mi amigo y porque este caso deja
claro la razón de los denuestos y agravios.
Cocchiola está ganando tan de calle la alcaldía de Valencia que se ven
en la obligación de “ajusticiarlo”. Necesitan
ganar como siempre lo han hecho: con trampas y falta absoluta de
escrúpulos. Conozco a Michele muy bien;
desde hace muchos años es mi amigo y me consta que es un caballero cabal, un
hombre sin pizca de maldad, un comerciante honrado y un venezolano que quiere a
su país. En razón de esto último, desde
hace años, dejó los negocios de lado y ha ofrecido su nombre y sus servicios a
la ciudad y la nación. Lo ha hecho bien y
cuando gane la alcaldía lo hará mejor.
Será un alcalde a lo Paco Cabrera: pocos discursos y muchas obras.
Si
el de Suffox había decidido que solo su boca bastaría como Parlamento de
Inglaterra, el de Ocaña trata de legislar sin la Asamblea. Pero el 8-D no va a importar cuántas
habilitantes le consigan los William Ojeda del Legislativo —ni cuantas trampas
armen Tibi y las otras tres arpías—: Nicky va a descubrir que no podrá acabar
con la propiedad privada, aniquilar la instrucción de calidad ni gobernar
autocráticamente. El 8-D será nuestro
Alexander Iden, el sheriff de Kent, que le echó un parao a Cade…
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