Fíjense lo que son las cosas: una de las
características más destacadas de la pomposa Revolución Bolivariana, la misma
que cacarea Urbi et Orbi su novísimo y creativo Socialismo del Siglo XXI, es su
desprecio absoluto por el proletariado.
Flagrante y sorprendente contradicción ésta,
ya que el marxismo, como todos sabemos, considera a la clase trabajadora
(carente de medios de producción y vendedora de su fuerza de trabajo), como la
predestinada para organizarse y ser el germen de la Revolución Socialista, el
ariete que se llevará por delante no sólo a los explotadores sino también al
capitalismo como sistema económico y político.
Pero resulta que, una vez amos del poder, los
autodenominados revolucionarios, portadores de la antorcha de la verdad
absoluta, razonan de la siguiente manera: ahora somos gobierno, el gobierno es
La Revolución, La Revolución es la única llave hacia una Luminosa Nueva
sociedad, y el Estado Burgués, que despedazaremos paulatinamente, es ahora
propiedad del gobierno, o mejor dicho Gobierno y Estado son la misma cosa. De
este razonamiento cerrado deriva una conclusión inobjetable: contra La
Revolución nada es aceptable, por lo tanto el gobierno y el Estado, ahora
revolucionarios son inobjetables. De esta primera conclusión deriva una segunda:
quien enfrente al Estado-Gobierno estará enfrentando a La Revolución, por lo
tanto será un Traidor a La Patria, un fascista, un parásito.
Impecable.
Armado con este bagaje elemental el
Estado-Gobierno-Revolucionario no tolerará disensos.
Pero resulta que una Revolución no se hace de
un día para otro. De hecho un Gran Ministro del Santo Proceso acaba de afirmar
que necesitan 50 años de gobierno para corregir errores. Y mientras tanto
tienen que lidiar con las malas costumbres aprendidas por el proletariado
durante muchos años de democracia, es decir las malas costumbres de
sindicalizarse, de exigir contratos colectivos, mejoras salariales, seguridad
social, todos asuntos que El Proceso considera desviaciones burguesas.
Eso se transforma en un gran problema para un
Estado-Gobierno-Patrono macrocéfalo y clientelar que ha crecido
exponencialmente engordando su nómina hasta el infinito con el objeto de contar
con una masa de empleados públicos temerosos que le aseguren su voto.
Con el patrono privado el asunto se le hace
fácil, le amenaza, lo multa, lo expropia, o le crea sindicatos oficialistas que
le hagan la vida imposible.
Pero ¿cómo debe actuar el Patrono Revolución contra el “enemigo en casa”?
Muy simple, se actúa como contra todo
“contrarrevolucionario”: se mete preso al sindicalista respondón, o se le
somete a los juicios infinitos y arbitrarios de un Poder Judicial abyecto, se
le niega reconocimiento a los sindicatos libres, se les pone a competir con
sindicatos oficiales financiados con el dinero del Estado, se amenaza a los
trabajadores con despido o retiro de beneficios si no aceptan la contratación
estipulada unilateralmente por el Gobierno, por La Revolución.
Y hete aquí una Revolución sin proletariado.
Así como también es, de paso, una Revolución
sin estudiantes.
¿Cómo nos mantendremos en el poder?, se
pregunta el liderazgo iluminado.
Bueno nos queda el lumpen, se responde, y
para ponerlo a nuestro servicio tenemos una metodología infalible.
Pero eso será tema del próximo artículo.
german_cabrera_t@yahoo.es
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