Así como se ha establecido que ¡el muerto
vive!, no nos queda más remedio que instaurar el parangón de que el interfecto
no ha muerto. Van ya más de 8 meses del mando simbólico de quien fuera el mejor
estratega de la maldad y el desastre que haya tenido la República, que bautizó
de bolivariana; y la que manejó a su antojo con el melindre hecho devoción, sin
importarle nada, que no fuera su odioso narcisismo, tomado por muchos
venezolanos como magia del mesianismo, encapado con la lasitud de enclenques
gobernantes del grupo llamado “latino-caribeño”, que por más de 14 años supo
apoderarse sin luchar, de la riqueza dineraria y petrolera de Venezuela, a
cambio de la adoración al delirio de grandeza que adornó como ropaje
estereotipado de quien se sintiera el “nuevo Bolívar”
Quiérase o no, tenemos que entender la
profecía de la desaparición del “muerto de la montaña”. Se vio venir entre
baladas y golpes tuyeros entonados por melancólicas “damas de rojo” empoderadas
en el macilento “poder popular” de la “patria bonita”, que si bien puede ser
admitido como la igualdad de género y oportunidades en democracia, deja mal
parado el concepto intelectual de la mujer profesional de Venezuela. Casos
sobran entre todos los poderes, donde no es la vanidad del humano como tal, el
que juerga entre escombros del sistema de justicia y democracia, sino que nos
sube a un parapeto bautizado como “proceso o proyecto revolucionario”, que solo
ha servido para albergar, promover y propugnar el mayor antro de corrupción que
haya existido en Venezuela.
Lamentablemente, el interfecto lo asumió como
suyo y herencia de Bolívar, sin que existiera mente lúcida capaz de convencerlo
de su errónea conducta. Lo cierto es,
que nadie sabe si está vivo o está muerto; y si murió, cuando y donde
falleció. Se dice que en el “cuartel de la montaña” yacen sus restos, venerados
por sus adoradores beneficiados, quienes entre trago y cachimbo, sin lamento,
tienen que programarse para la oración y la cola para conseguir la harina, el
arroz y la leche. Ya no van a llorar al valle, sino a la montaña, acicalándose
para bendecir al hijo del interfecto, quien ya no encuentra palabra para
demostrar lo capacitado que está para recuperar la ¡Patria querida!, que se
perdió sin guerra y sin desastre natural.
Surgen destellos de lo que vendrá y
nos preparamos para la guerra silenciosa que cada vez más va cambiando de
adeptos. Como bien dijo alguien, la brisa mueve las hojas y con las hojas al
árbol; pero el árbol sin frutos solo da sombra; y aunque lo reguemos por la
noche, al amanecer solo habrá hambre y con el hambre la muerte.
Como se ven las cosas, pareciera que el país
se hunde, aunque para muchos, ya está en el abismo y la gente se pregunta:
¿Dónde está el difunto?; porque para algunos militares ¡el difunto vive! Muchos
dicen que en su corazón, para no contradecir la orden presidencial, del “hijo”,
pero los cubanos en camada se esparcen por el continente. Muchos regresan a
Cuba, donde saben que el difunto si está muerto y aquí perciben, que el engaño
ya no cubre expectativas. La trampa de la habilitante es la descarada forma de
Diosdado de desprenderse de su responsabilidad, no pudiendo olvidar, que “el
difunto era el muro de contención de la revolución” Lo que se percibe del 8D y
los errores maduranos nos hacen creer, que pronto se conocerá la verdadera
muerte del difunto.
eprieto@cantv.net
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