Ahora me entero que vivo en Nicolandia un
país donde los niños son felices y lloran más; que limita con uno no sabe
quién, y donde un gentío se esconde con más olfato que honor de saurios que de
todo género dominan y germinan por estos orinales.
Ahora
me entero pues que Nicolandia es nada más que selva de petróleo administrada
por militares que dan órdenes a personal civil pero que al fin y al cabo, como
dicen en Wall Street, sigue siendo proveedor seguro y para más confiable de
suministros energéticos. Con esa línea de neón en el currículum, “sería
suicida”, exclaman miedosos y sartreanos en Europa y demás, tomar en cuenta los
principios. ¡Qué se jodan!
Ahora me entero también, que yo vivo allí o
aquí, que no es igual decir en desapego, y que mis antepasados, ese mapa
arbitrario e inconcluso de olvido, se desgañitan sin éxito para ser exhumados y
enviados a cualquier parte, que ya es algo, y ver si por fin pueden dormir en
paz hasta más nunca.
Y aunque me cueste, ahora me entero que
aquella cosa llamada Venezuela en la que yo creía existir, aparecida en mapas,
diccionarios y demás coordenadas, desapareció de nuestras vistas, ¡plof!,
porque a los ya citados saurios se les ocurrió de golpe y a mansalva, y los
dejamos y así les fue de fácil, imponer su código cubochavista. Y así abrieron
o se inventaron cloacas que ni pendiente de carroña.
Porque al fin de cuentas, si te pones a ver,
parecíamos civilizados; votábamos de lo más democráticos, leíamos y
escribíamos, recitábamos la tabla de multiplicar, y hasta firmábamos documentos
dentro del convencimiento de aquella cosa rimbombante mentada Estado de
Derecho. También sabíamos que verde no es rojo ni amarillo, y dejábamos pasar a
los otros cortésmente y hasta ofrecíamos, en actitud de quijotes tropicales,
puesto a señoras y ni se diga a embarazadas incluyendo en mención a los
ancianos y muchachas bonitas.
Mas ahora me entero, un poco tarde ya para
variar, que en Nicolandia más vale una hojilla que un título universitario,
entendiendo por tal documento que confirma un saber y una honra, y que un
“marico” como expresión de desprecio significa más que un abrazo de hermano.
Porque es que los saurios infectan por
doquier; exudan de cuanta víscera escondida pueden todo el mal que digieren por
dentro para así marcar territorio, invadir, acoquinar, enjaular, y tanto eso es
así que hasta uno se siente obligado a escribir sobre ello pudiendo dedicarse
en vez a asuntos menos sórdidos. Ahora me entero que “millones y millonas”,
como lo expresa el rey de Nicolandia, es en el fondo y aunque él mismo no lo
haya entendido, una orden y una advertencia de que los suyos pueden acabar con
todo, destruir, cual hormigas en barahúnda, no dejar nada indemne. “Arrasen,
den miedo, somos millones y millonas”, es el mensaje implícito y explícito detrás
y delante de esta boutade que no chiste,ni tan siquiera brutalidad gramática,
sino fascismo del más elemental y puro,mi muy querido Watson.
Porque es que ni la lengua han dejado en pié
y menos aún tan siquiera los símbolos que orientan la vida cotidiana de los
pasajeros en tránsito que somos, pues ciudadanos sería un bolero no más decir.
De las instituciones ni se hable. De la ciudadanía, no toques ese vals, cierra
ese piano.
Mas ahora me entero además, tarde es nunca,
tomo conciencia pues, que esto para medio parapetearse necesita más que de
agua, cepillo y jabón, creolina es poco, para que Nicolandia que es “tan mala
como Chavelandia pero una ñinguita pior”, recobre alguna apariencia cercana a
la vergüenza. Empecemos en diciembre votando por los candidatos de la unidad
democrática. Después veremos.
*Leandro
Area
leandro.area@gmail.com*
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