En
estos momentos está de moda leer a Heinz Dieterich. Tanto, que este periódico,
que ha sido mi casa desde hace muchos años, le da amplia cabida ahora a las
columnas que el sociólogo alemán escribe, cada vez con mayor frecuencia, desde
México. Pocas veces he visto un frenesí semejante: en estos días de
incertidumbres se está a la espera de la palabra orientadora de Dieterich; se
corre a consultar y comentar lo que dice este arúspice que ha hecho suya la
tarea de desentrañar el futuro de la República.
Ahora,
el acento de sus desvelos se concentra en lo que ha llamado el rumbo caótico
que, a su juicio, el gobierno de Nicolás Maduro está dándole al proyecto
político heredado de Chávez. Pareciera que leer a Dieterich asegurara el camino
al mejor vaticinio.
Sin
embargo, no perdamos de vista que este académico de espesos bigotes blancos,
que ha plasmado su militancia en una quincena de libros, es uno de los mayores
responsables ideológicos del desastre que estamos viviendo. De hecho, la
temprana presencia de Dieterich entre nosotros puso en evidencia la debilidad
de la izquierda en el patio local a la hora de tratar de darle algún fundamento
teórico de peso a la revolución bolivariana. Importado al igual que Martha
Harnecker para opinar desde otras experiencias históricas, Dieterich se hizo
cargo, con empeño y persistencia, de desecar las lagunas que caracterizaban la
pobreza intelectual del bolivarianismo.
Estemos
claros acerca de la catadura del personaje. Fue él quien, como pocos, se hizo
cargo de darle pábulo a las ambigüedades con que el chavismo ha solido
manejarse frente al concepto de democracia. Y, desde luego, más que formular
una propuesta que reivindicara a la sociedad como protagonista de un proceso de
cambio, el peso de todo su entusiasmo frente al fenómeno Chávez radicó siempre
en la concepción individuo-céntrica del líder.
En
pocas palabras, cuando el personalismo y el voluntarismo representaban una
regresión en las relaciones entre gobernantes y gobernados, Dieterich acudía a
exaltar tales conceptos. Justificador del cesarismo en el poder, Dieterich ha
sido una especie de Laureano Vallenilla Lanz a su manera.
Algo
más se puede abonar a la cuenta cuando de las proezas intelectuales del
opinante se trata: Dieterich obró el milagro de hacer que la izquierda,
históricamente desconfiada de los movimientos populistas, aceptara cínicamente
los cantos de sirena del neopopulismo. Y al vender su original interpretación
de la conexión líder-masas lo hizo a expensas de que esa izquierda se prestara
muchas veces a darle un apoyo oportunista y provisional a los aspectos más
delirantes del proyecto voluntarista que ahora se exaltaba.
Pero
creo que tampoco puede perderse de vista lo mucho que este autor, ahora tan
leído, hizo por darle consistencia sideral al liderazgo de Chávez. Retengamos
esta afirmación que corrió alguna vez por su cuenta: La larga noche de la
teoría revolucionaria antiburguesa (…) duró tres lustros hasta que (…) Hugo
Chávez la rehabilitó públicamente y le devolvió su status emancipador, no sólo
en defensa de la humanidad sino en pro de su liberación definitiva.
La
Revolución Mundial pasa por Hugo Chávez. Esta aseveración acerca del paladín de
la Humanidad está fechada en 2005.
De Dieterich podría decirse lo que dijo Rómulo Betancourt acerca de Vallenila Lanz: que era preciso empastarlo en papel higiénico. Sólo que, en este caso, si se consigue.
Edgardo
Mondolfi
emondolfig@gmail.com
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