jueves, 28 de noviembre de 2013

EDGARDO MONDOLFI, LA OPINIÓN SALVADORA

En estos momentos está de moda leer a Heinz Dieterich. Tanto, que este periódico, que ha sido mi casa desde hace muchos años, le da amplia cabida ahora a las columnas que el sociólogo alemán escribe, cada vez con mayor frecuencia, desde México. Pocas veces he visto un frenesí semejante: en estos días de incertidumbres se está a la espera de la palabra orientadora de Dieterich; se corre a consultar y comentar lo que dice este arúspice que ha hecho suya la tarea de desentrañar el futuro de la República.

Ahora, el acento de sus desvelos se concentra en lo que ha llamado el rumbo caótico que, a su juicio, el gobierno de Nicolás Maduro está dándole al proyecto político heredado de Chávez. Pareciera que leer a Dieterich asegurara el camino al mejor vaticinio.

Sin embargo, no perdamos de vista que este académico de espesos bigotes blancos, que ha plasmado su militancia en una quincena de libros, es uno de los mayores responsables ideológicos del desastre que estamos viviendo. De hecho, la temprana presencia de Dieterich entre nosotros puso en evidencia la debilidad de la izquierda en el patio local a la hora de tratar de darle algún fundamento teórico de peso a la revolución bolivariana. Importado al igual que Martha Harnecker para opinar desde otras experiencias históricas, Dieterich se hizo cargo, con empeño y persistencia, de desecar las lagunas que caracterizaban la pobreza intelectual del bolivarianismo.

Estemos claros acerca de la catadura del personaje. Fue él quien, como pocos, se hizo cargo de darle pábulo a las ambigüedades con que el chavismo ha solido manejarse frente al concepto de democracia. Y, desde luego, más que formular una propuesta que reivindicara a la sociedad como protagonista de un proceso de cambio, el peso de todo su entusiasmo frente al fenómeno Chávez radicó siempre en la concepción individuo-céntrica del líder.

En pocas palabras, cuando el personalismo y el voluntarismo representaban una regresión en las relaciones entre gobernantes y gobernados, Dieterich acudía a exaltar tales conceptos. Justificador del cesarismo en el poder, Dieterich ha sido una especie de Laureano Vallenilla Lanz a su manera.

Algo más se puede abonar a la cuenta cuando de las proezas intelectuales del opinante se trata: Dieterich obró el milagro de hacer que la izquierda, históricamente desconfiada de los movimientos populistas, aceptara cínicamente los cantos de sirena del neopopulismo. Y al vender su original interpretación de la conexión líder-masas lo hizo a expensas de que esa izquierda se prestara muchas veces a darle un apoyo oportunista y provisional a los aspectos más delirantes del proyecto voluntarista que ahora se exaltaba.

Pero creo que tampoco puede perderse de vista lo mucho que este autor, ahora tan leído, hizo por darle consistencia sideral al liderazgo de Chávez. Retengamos esta afirmación que corrió alguna vez por su cuenta: La larga noche de la teoría revolucionaria antiburguesa (…) duró tres lustros hasta que (…) Hugo Chávez la rehabilitó públicamente y le devolvió su status emancipador, no sólo en defensa de la humanidad sino en pro de su liberación definitiva.

La Revolución Mundial pasa por Hugo Chávez. Esta aseveración acerca del paladín de la Humanidad está fechada en 2005.

De Dieterich podría decirse lo que dijo Rómulo Betancourt acerca de Vallenila Lanz: que era preciso empastarlo en papel higiénico. Sólo que, en este caso, si se consigue.

Edgardo Mondolfi
emondolfig@gmail.com

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