“El presupuesto debe equilibrarse, el Tesoro debe ser reaprovisionado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada, y la ayuda a otros países debe eliminarse, para que Roma no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a costa del Estado”. Marco Tulio Cicerón (106 aC.- 43 aC.), jurista, político, filósofo, escritor y orador romano.
Hace más de dos mil años, Cicerón estaba
clarísimo en lo que debía hacer una nación para ser próspera, pero la lección
no ha sido aprendida por muchos gobernantes que creen que los billetes nacen en
los árboles.
El finado devaluó, instauró un control de
cambios y hasta cambió la moneda y aguantó el palo de agua gracias a su arraigo
popular: el pueblo suele ser analfabeta en materia de finanzas y políticas
monetarias. Pero el presente mandatario es otra cosa, tiene el sino de la
tragicomedia pegado como una etiqueta, todo lo que hace o dice es motivo de
chanza, burla y guachafita. No lo toman en serio ni sus camaradas, que creen
saber más que él. Y algunos hasta parecen estar empeñados en que haga el
ridículo para quitarlo de en medio.
La economía viene en picada desde hace 14
años y no es necesario discutir los numeritos, sólo con ver el entorno de
inflación, escasez y ausencia de producción es suficiente para que cualquier
individuo sensato califique esto de economía catastrófica. He dicho individuo
sensato. Porque decir que hay una guerra económica contra el gobierno o contra
el país es un invento tan volátil, que se derrumba ante una sola pregunta:
¿quién está empeñado en arruinar a Venezuela?
Buscar pretextos para la ineficiente labor
del gobierno, que exhibe solo un par de logros frente a miles de metidas de
pata ya ampliamente identificadas por la sufrida población, es perder un
valioso cuan escaso tiempo para encontrar rápidamente vías de escape que oreen
la implosión que se nos encima. La debilidad del régimen se patenta cada vez
más en desesperadas medidas de control político y económico, en transgresiones
torpes de la legalidad, en declaraciones que ponen en evidencia la fragilidad
mental y la contaminación del alma de quienes gobiernan esta patria por lo
visto no tan querida.
Los consejeros económicos son cada vez más
radicales y toman posiciones de huída tan velozmente como los militares a su
vez toman puestos en vanguardia y retaguardia para estar prevenidos a la hora
del té. Ese té se tomará con renuncia, con eyección, o con pactos donde se
cederán muchos puestos civiles.
Al heredero le ha tocado duro: si cambia las
cosas está diciendo que su mentor no supo gobernar; cualquier enmienda se
interpreta como una crítica al finado. En el interior de nuestros compasivos
corazones le tenemos lástima cuando vemos el esfuerzo que hace por calzar unos
zapatos que no son de su número. Como las hermanastras de Cenicienta, el quiere
tener el pie del tamaño adecuado para enamorar al príncipe. ¿Me siguen? Pero es
grande, torpe, poco discreto, con un barniz intelectual que se cae a la menor
sacudida.
Lo rodean águilas y tiburones: depredadores
implacables que están esperando que rompa la zapatilla para darle una patada
justificándose con la excusa de que el tipo es muy patoso. La verdad, eso lo
sabía el finado. Pero ni ojitos lindos ni un uniformado eran la alternativa.
Tenía que ser alguien de transición, que medio aguantara el asunto mientras su
memoria eterna era glorificada, se levantaban estatuas y museos. Para eso sí
que es bueno el heredero, así que está cumpliendo el cometido.
Pero el tiempo se le está acabando en un
plazo mucho más corto del que esperaba el comandante supremo y la revolución
está dando más rabia que gusto: con el estómago vacío todo sabe amargo.
Al heredero le faltan estudios, pero no es
tonto. Sabe que tiene los días contados: lo malo para él es que no tiene ni
idea de cómo parar el deslave y está acostándose con el enemigo. Sus visitas
continuas a cuarteles, sus poses de comandante en jefe, con boina y chaqueta
incluida, son cuchillo para su propio cuello. Su salida está decretada, para
desgracia de él y del país. La inestabilidad política afecta profundamente la
economía, la sociedad, el devenir de la república. De los gobiernos de facto
hay que afirmar que el mejor es muy malo. A nadie conviene este vaivén político
y nada garantiza que bajo estas circunstancias vayamos hacia algo mejor que lo
actual.
Es indispensable para evitar lo peor para
todos que el gobierno escuche a quienes saben, que enderece las cargas con la
economía y que verdaderamente le ponga la mano a la inseguridad y a la
violencia. Debe oír a los economistas para procurar estabilizar la moneda y
parar la inflación. Debe atender a los rectores de las universidades y a los
sectores educativos para retomar los valores de la educación; debe reunirse con
los productores, escuchar sus necesidades y hacer caso de sus requerimientos
para incentivar la producción agroindustrial; debe respetar la
institucionalidad y la disidencia; llamar a concurso a jueces y fiscales;
cumplir con las misiones no como una arma de coacción política sino como una
deuda social que se tiene con un pueblo cuyos recursos son escamoteados por los
boliburgueses. Acabar con la corrupción significa acabar con las mafias
internas, abrir las puertas al resto del país.
Y por favor, callar, callar, callar. Trabajar
en un silencio respetuoso que aplaque los ánimos, propicie la tolerancia y
abone la paz del país.
No es fácil lo que digo, pueden los lectores
estar o no de acuerdo pero éste es el único camino de salida. El camino
electoral no puede ser tomado como una acción pusilánime, no hay mayor poder
que el voto, que siempre ha derrotado a la insensatez y a la violencia.
Observemos cuidadosamente las acciones de los
protagonistas de este sainete en los próximos días. Según la hoja de ruta que
aquí les escribí, las salidas están a la vuelta de la esquina y todos podemos
contribuir a escoger la mejor.
Charitorojas2010@hotmail.com
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