Chávez
solía hacerlo. Apenas sentía la menor amenaza, el comandante tronaba para
advertir que el diluvio arrasaría con todo cuanto se encontrara a su paso.
Colocada frente a un exigente cuadro electoral y social, “la sucesión” repite
la historia para intentar convencernos de que también ella está dispuesta a
desbordar todo su torrente destructivo con tal de retener el poder.
Es una
ecuación elemental donde los asuntos se jerarquizan conforme a los exclusivos
requerimientos de la política. En nuestro caso, de los inmediatos intereses
comiciales del oficialismo y de las urgencias que Maduro seguirá encarando para
eludir el riesgo de una interrupción anticipada de su mandato.
La
economía no es la prioridad de esta historia: sólo los gobiernos normales temen
a las consecuencias de los desequilibrios. En procesos como el que padecemos,
la profundización de las calamidades financieras son “daños colaterales” que el
Estado suele administrar con sus instrumentos represivos. Los escrúpulos no
juegan: la nomenclatura venezolana actúa conforme al protocolo de sus
semejantes y ha hecho lo que necesitaba para renovar la lucha de clases y
cohesionar sus fuerzas.
Al
pueblo bolivariano se le acaba de dar una razón para renovar sus expectativas.
La “batalla contra la especulación” es el incentivo con el cual Maduro ha
intensificado la polarización, en un forzado intento por perfilarse como lo que
Chávez fue: un pater familias ficticio que hace “justicia” en favor de los
necesitados, para comprar tiempo y postergar así el momento del inevitable
agotamiento de la paciencia. Lo que hace el régimen es tramitarse una
sobrevivencia de mínimo aliento, una semana tras otra, rozando los límites de
lo tolerable y abusando de dos factores clave: de su confianza en la FANB y de
la mansedumbre con que hasta ahora los venezolanos están llevando la cruz del
caos, el tercer vértice que, junto a la carestía y la inflación, conforman el
triángulo letal de nuestra tragedia.
Estamos
frente al viejo truco de la manipulación de las percepciones, con la que el
oficialismo se esfuerza en neutralizar las dramáticas diferencias entre el
socialismo dispendioso de Chávez, y este otro de Maduro, cada vez más parecido
al de la Cuba misérrima de los Castro. De eso también se trata todo este agite:
de reanimar a las desmovilizadas masas bolivarianas, cuyos apoyos pasivos le
serán inútiles a “la sucesión”, si la anarquía despedazara los diques que hoy
la contienen.
En ese caso, Maduro necesitará al pueblo revolucionario en la
calle, haciendo de escudo humano: una empresa que exigirá nuevas iniciativas
robinhoodianas, cada una de las cuales sumarán al caos invivible que las
autoridades están subestimando.
Vamos hacia ese cuadro aciago.
argelia.rios@gmail.com
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