Nada
les ha faltado y aún así el país está en ruinas. La chequera petrolera, el
control de todas las instituciones y de los más diversos espacios políticos,
sólo sirvieron a los intereses de una claque de privilegiados. Las “mareas
rojas” de Chávez, propiciadas para ocupar hasta el mínimo espacio de poder,
terminaron devastándolo todo.
La Venezuela profunda, como la llaman, está
conformada por territorios empobrecidos: las ciudades, los pueblos y caseríos
más remotos exhiben hoy una dolorosa devastación. Poblaciones enteras se
encuentran hundidas en un estado deplorable, símbolo del saqueo cometido por
los distintos rangos de la nomenclatura bolivariana. No cabe duda de que los
malhechores más encumbrados y los de más modesta figuración han cohabitado por igual
en el festín destructivo que hemos presenciado en los últimos catorce años.
Cada uno de ellos hace parte de la tragedia, cada uno ha contribuido al
abajamiento que hoy nos oprime.
Nadie
puede negar que en muchos casos las jerarquías regionales y locales
reprodujeron al calco la liviandad de los jefazos caraqueños del “proceso”. La
atmósfera decadente que arropa a toda la geografía nacional es la consecuencia
de un desempeño contaminado por la indecencia y la arrogancia: una secuela del
poder ejercido sin limitaciones y un inevitable producto de aquella “tierra
arrasada” que comprendió la “toma total”, desplegada para extender, por cada
rincón de Venezuela, el autoritarismo que busca esclavizarnos. Por eso, y por
otras muchas razones, es un inmenso disparate creer que las elecciones
municipales nada tienen qué ver con los desarrollos de la política nacional.
Para el “comandante eterno” la conquista de las jurisdicciones locales era
esencial en la consolidación de su proyecto y, en especial, para la construcción
del Estado comunal, fase clave de la tiranía feudal que poco a poco se levanta
ante nuestras narices.
La
indiferencia mostrada por una amplia porción de la población negada a votar el
8-D, no guarda relación con este triste momento venezolano. Mucho menos con esa
certeza amarga que despierta ya en un vasto fragmento de la opinión pública,
donde no sólo se resiente del latrocinio gansteril al cual se ha sometido el
erario público, sino también de la reducción de nuestras libertades. Casi un
50% de los ciudadanos piensa que el gobierno de Maduro es menos democrático que
los anteriores: una convicción que ahora abarca a una muy gruesa fracción de la
pobrecía estafada con el cuento de su empoderamiento. Abstenerse significa una
rendición que no cabe, una imperdonable capitulación que sólo beneficia la
continuidad de los depredadores. Todos ellos merecen un voto castigo: debemos
comenzar a desalojarlos.
argelia.rios@gmail.com
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