Si
no se conoce lo que se tiene, se corre el riesgo de no tenerlo. Si no se
sabe lo que nos pertenece, terminará por
perderse. Si no se sabe lo que somos, terminaremos por no encontrarnos.
La
ignorancia nos atrapará en su cómoda poltrona donde nos llena de conformismo e
induce con su rutinario sopor el hábito de acostumbrarnos a olvidarnos de
nuestro bienestar. De esa manera propiciamos que el Estado no atienda al
ciudadano y sus requerimientos. De esa forma permitimos que los problemas
continúen multiplicándose y generando otros, hasta ahogarnos en la displicente
agonía colectiva.
Venezuela
pareciera ser una de esas desafortunadas mujeres que se enamoran de una pareja que la veja,
golpea, humilla y maltrata. Su autoestima es lo suficientemente baja como para
permitir que el Estado genere cualquier abuso y ella permanecer leal a quien la
castiga. Ya es hora que sus hijos tomen por un brazo al concubino maltratador y
lo echen de la casa.
Su madre ha perdido el sentido de la dignidad y su humildad
ha sido exacerbada por el poder que se ufana de su indefensión y de su indigencia. A esa condición de
postración y rendición concupiscente, es a lo que el maltratador llama patria.
A la negación total de los derechos de la nación con la propia aceptación de la
renuncia por parte de la víctima, llena de hematomas y magulladuras. El salvaje
opresor fuerte es el que prevalece, mientras el intelectual consciente pasivo,
se ocupa de contar las hojas de la hierba -calendario mientras crece. Uno
activa el castigo maltratador y el otro lo permite, en un juego donde el amor
al país está ausente y la conveniencia y el acomodo apremian.
Mientras
tanto, la nación de la rica herencia va a las colas de la harina, el aceite, el
pollo, el papel sanitario, la leche evaporada, a mendigar un caro mendrugo, a
pedir por caridad su acceso a las sobras del festín de los colorados reinantes,
de los orcos enflusados, de los combatientes regordetes y la milicia panzuda,
obesa de ocio y laxitud. Y en cada una de ellas, recibe a empellones, el
maltrato del nuevo sistema que surgió para "dignificarla" y darle la
"Patria" que no tenía, es decir, el maltrato, la grosería, el
basurero de los valores y principios, las sobras del mercado y el mercado de
las sobras, la violencia con saña hacia el niño, la mujer y el anciano, porque
en el país de los orcos, los débiles carecen de la virtud de defenderse al
encontrarse en la "Patria" donde los derechos ciudadanos no comprometen al Estado, no se firman ni se
respetan, porque son el "escuálido" escudo detrás del cual establece
su "guarimba" la
"contrarrevolución".
Así
el derecho a la vida y a la libertad son no esenciales, porque la
"Patria" puede prescindir de
sus ciudadanos cultos, de sus empresarios esforzados, de sus emprendedores
decididos, de sus agricultores empeñados, de sus estudiantes disciplinados, de
sus creativos talentosos. No necesita la patria de la producción de bienes ni
de servicios. No necesita de la propiedad privada de los ciudadanos que los
haga libres. Necesita de la esclavitud del pueblo rebautizada rimbombantemente
con el nombre de Independencia. Y que viva el papelillo y la serpentina del
pasquín de la Revolución disfrazada de la verdad del pueblo.
santiagoquintero@gmail.com
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