Según
la RAE, autarquía es “dominio de sí mismo, o política de un estado que intenta
bastarse con sus propios recursos”. Cuando hablamos de autarquía municipal,
queremos significar el hecho de que un municipio pueda ser autosuficiente –o
por lo menos acercarse a la autosuficiencia– en términos de recursos
financieros, entre otros.
En
un artículo anterior me refería a los diversos impuestos municipales (en
Venezuela), que proveen de recursos a la autoridad local –la alcaldía. De
ellos, el impuesto por concepto de derecho de frente es uno de los que,
potencialmente, pudiera proveer mayores ingresos. De hecho, en muchas ciudades
y municipios de otros paises, el impuesto a la propiedad (aquí derecho de
frente), es el que tiene mayor capacidad recaudadadora. Y sin embargo, por
múltiples razones que no entraré a explicar, ese impuesto no se cobra
puntualmente y no provee, como debiera, de fondos suficientes a las alcaldías.
Hay
dos motivos principales por los cuales esto es así en la actualidad –pero que
pudiera cambiar, sin que para ello haga falta ni nuevas leyes ni cambios en la
Constitución. El primero, es que parece no haber “recaudadores de impuestos”
designados específicamente a estos fines. Los impuestos, por lo general, se
pagan en las oficinas municipales cuando “no hay más remedio”. Es decir, cuando
se precisa de una “solvencia municipal” bien sea para vender el inmueble o para
enajenarlo o hipotecarlo. En esos casos, el propietario debe acudir a la oficina
local, solicitar el cálculo de impuestos atrasados, pagarlos y así obtener el
ansiado “documento de solvencia” (desde luego, para obtener la solvencia
también hay que estar al día con el pago del agua, la electricidad, la
recolección de basura, etc.).
Es
decir, pereciera no existir una programación municipal para la recaudación del
impuesto. Y por tanto, se paga solamente cuando ya no hay más alternativa, en
forma compulsiva, pero no programada. Bien distinto sería si trimestralmente
hubiera la obligación del pago del impuesto, con lo que las arcas locales
contarían con recursos de forma recurrente y programada. Al respecto, me enteré
en uno de mis viajes, que hay países donde el impuesto se genera y se intenta
cobrar “por las buenas”. Y si al cabo de un tiempo no es cancelado por el
propietario, por las razones que fueren, entonces el municipio subastan, al
mejor postor, los recibos de pago. Quienes adquieren dichos recibos proceden,
ellos si, pues son entes privados no-gubernamentales, al pago forzoso, con
sobrecostes por concepto de comisiones de cobranza judicial, muy onerosos.
Puede incluso llegar al caso del embargo del inmueble, cuando hay resistencia
al pago. Con la consecuencia de pérdida del inmueble.
Desde
luego, no estamos proponiendo nada por el estilo, habida cuenta de que vivimos
en un país que aunque no es totalmente “socialista”, tiene usos y costumbres
que chocarían frontalmente contra esta forma compulsiva de cobranza. Pero algo
deberían hacer los municipios para asegurarse el pago puntual y obligatorio del
impuesto a la propiedad sin llegar a extremos. Ello significaría mayores
ingresos que pudieran ser utilizados en mejorar las condiciones de vida de todo
el municipio.
El
otro aspecto a que quiero referirme es la informalidad de la propiedad en
Venezuela. Muchas de las construcciones en las zonas aledañas a las grandes
ciudades y pueblos están hechas sobre terrenos municipales, también llamados
“terrenos ejidos”. Los barrios proliferan sobre estos espacios, las
construcciones no cesan, primero son ranchos de tablas y latas y con el correr
del tiempo se convierten en viviendas amplias y cómodas de uno o varios pisos.
Al
no tener la propiedad del terreno, solo la denominada “bienhechuría” (es decir,
construcción por cuenta propia sobre terreno ajeno), el propietario no puede
disponer libremente de su propiedad. No puede sino “vender”, sin ningún pago de
impuestos ni ninguna escritura legal, la bienhechuría, pero sin el terreno
sobre la que se asienta. No pueden sus descendientes heredar la propiedad. No
puede el propietario acudir a un banco para solicitar un préstamo hipotecario
con la propiedad como respaldo, porque la propiedad, legalmente, no le
pertenece.
Sabemos
que en algunos municipios de Venezuela se ha emprendido la tarea de adjudicar
formalmente la propiedad de los terrenos sobre los cuales se ha hecho una
construcción y eso, creemos, es un gran paso de avance hacia un país “de
propietarios”. Ello significaría el primer avance para la regularización de la
propiedad y, en su momento, la alcaldía poder exigir el pago de impuestos, tal
como ocurre en las propiedades formales de urbanizaciones y construcciones
legales. Por cierto, este es un tema ausente en el debate electoral. He ahí una
fuente importantísima de recursos. Pues según algunos estudiosos, en los
próximos años, las poblaciones marginales, ciudades fantasmas, barrios,
favelas, construcciones informales, o como quieran llamarse, lejos de disminuir
irán aumentando a un ritmo tal que según proyecciones para el año 2050 una de
cada cuatro personas vivirá en un barrio marginal. Por todo esto, creemos que
el barrio “no es el problema, es la solución de la ciudad”. Por supuesto, en el
marco de una nueva narrativa sobre la ciudad.
Desde
luego, es preciso revertir los impuestos en bienestar social: excelentes (¡si,
excelentes!) escuelas deben ser construidas en los barrios, puestos de salud
suficientes (el proyecto chavista “barrio adentro” es un buen punto de
partida), drenajes de aguas servidas, agua potable en cantidad y calidad, gas
doméstico en cada “solución habitacional”, módulos de policía, módulos para la
contratación y pago de los servicios de electricidad, agua, teléfonía, cable
para TV, Internet por Wi-Fi, centros de formación profesional y educación de
adultos en los más diversos temas, desde plomería o electricidad, ebanistaría,
herrería, etc. Y desde luego, tal vez lo más importante, la expansión de la
cultura tanto popular como formal: música, danza, teatro, artes plásticas, etc.
En cuanto a la formación religiosa, es curioso observar la penetración que los
grupos cristianos tienen en todos los barrios.
Debemos
volcarnos a integrar a nuestros barrios, hacerlos más cómodos y seguros, más
hermosos y habitables, con más zonas verdes, con flores, parques y recreación.
Y los impuestos –aunque no lo parezca–son una vía; pues el que paga impuestos
tiene (en teoría) el derecho a exigir. Debemos mirar hacia los barrios como
zonas de oportunidad para el desarrollo y la convivencia. Y para ello, debemos
volcar una buena parte de los recursos disponibles en el municipio, incluyendo
los recursos que se recaudan en las zonas más prósperas, para mejorar las
condiciones de vida de los barrios y enriquecer a sus habitantes dotándolos de
los títulos de propiedad de las viviendas que con tanto sacrificio han
construido.
Esta
nueva narrativa sobre la ciudad debiera ser asumida por quienes incursionan en
la política municipal y debe ser
incorporada como bagaje del ciudadano para una nueva concepción de los espacios
urbanos..
Miguel
A. Megias
@mmegias
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