Maduro es un personaje sin un pasado relevante, diríamos
que es uno más del montón, sin nada que exhibir –nada importante recuerdan sus
compañeros del Liceo Urbaneja Achelpohl que no sea su escasas destrezas
deportivas y su exigua motivación por los estudios-.
Con esas características
no es difícil imaginar que ante una crisis como la que vive el país observemos
una reacción que sorprenda por su brillantez. Ya lo vimos leyendo un discurso
que alguien le preparó para la ocasión de solicitar poderes extraordinarios
para enfrentar la corrupción de su gobierno, citando nombres mal pronunciados
por cierto, y obras que en su vida ha
leído ni leerá.
Si el gobierno participa en las elecciones del 8 de
diciembre, como debería, corre el riesgo de perder electoralmente hablando, es
decir, que la suma de los votos obtenidos en cada uno de los municipios sea
menor a los obtenidos por la oposición. Esta circunstancia unida, a la pérdida
de los municipios más importantes del país colocaría al gobierno de Maduro en
una posición de extrema fragilidad.
Este es un escenario factible y depende fundamentalmente del electorado. Si la oposición logra inyectar elevadas dosis de confianza y entusiasmo en sus electores, el gobierno puede terminar perdiendo la escasa legitimidad que aun detenta. Este panorama unido a la crisis nacional que el gobierno no va a superar ni a mitigar en lo que resta del año puede terminar convirtiéndose en el principio del final, del mal iniciado gobierno de Maduro.
Un gobierno como este siempre tendrá cartas que jugar. El
problema es que los naipes que le quedan en la mano lo colocarían ante el país
y ante el mundo como un régimen de corte autoritario y separado de las formas
democráticas. Ante la posibilidad del escenario antes descrito el gobierno
podría acariciar la idea de la suspensión de las elecciones y así evitar pasar,
por lo pronto, por una amarga derrota.
Maduro y su gobierno no necesitan hacer muchos esfuerzos
para lograr una suspensión de las elecciones, de la misma manera como tampoco
tuvo necesidad de salir corriendo al registro a buscar su partida de
nacimiento. Maduro no nos sorprenderá con un as bajo la manga, tiene cartas pero ningún as; su estulticia lo llevará a tomar las decisiones más
comprometedoras, en todo caso, siempre serán predecibles, elementales y obvias.
El gobierno sopesará – ya lo está haciendo- entre perder
unas elecciones y tener que cargar con el San
Benito de gobierno autocrático Concurra o no a las elecciones del 8 de
diciembre su circunstancia es la misma. Su futuro en cualquiera de los dos
escenarios no es promisorio.
Maduro, individuo de pocas luces se irá por el camino
fácil, Creerá estar dotado de un poder sobrenatural y azuzará a las fuerzas
militares contra los civiles. Alguien le escribirá: Weber dijo- él lo leerá
como Güeber- que como jefe de Estado puede ejercer el monopolio de violencia
física legitima. ¿Tendrá Maduro el liderazgo y la ascendencia sobre la Fuerza
Armada para que le obedezcan en tan abyectas pretensiones? Ya veremos.
Lo relevante de todo esto es que para el gobierno los
caminos a seguir están minados, por
cualquiera de ellos sale chamuscado, de modo que sus fantasías de asirse del
poder a costa de los principios y normas democráticas culminaran por
convertirse en el patíbulo de sus iniquidades.
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