A la desaceleración de la economía, a la inflación más alta del mundo, al desorden en el manejo de las finanzas publicas que esta dejando las arcas del tesoro nacional vacías, al crecimiento de la deuda externa pese a los fabulosos ingresos petroleros, al gasto público exacerbado por el populismo revolucionario y el crecimiento burocrático desbordado del Estado, a la parálisis de más del 73% de la producción nacional sustituida por una economía de puertos que importa el 85% de lo que consumimos, a la caída de la capacidad adquisitiva del salario real frente al imparable alto costo de la vida, al desabastecimiento y a la escasez que ha hecho de las colas para comprar alimentos parte de la cotidianidad del venezolano, al estado financiero de PDVSA, la gallina de los huevos de oro, hoy quebrada y su producción en caída libre, a la buhonerización del comercio que inunda las calles venezolanas, al excesivo número de desempleados que deja el cierre y expropiación de empresas, a todo esto, Maduro tiene que darle una explicación convincente a sus seguidores para contener el descontento progresivo y evitar el deslave de la popularidad.
No pueden achacarle la culpa a Chávez, sería una traición y el reconocimiento abierto al fracaso de su revolución, mucho menos reconocer el fracaso del modelo de economía socialista, sería ir en contra del orgullo comunista que les enseño el maestro Lenin, pasando por Stalin y cercanamente Fidel Castro. Entonces, como lo han hecho sus maestros, apelan a invocar, para justificar el fracaso y los errores, la presencia de un enemigo externo que amenaza, que sabotea y que impide que se trabaje eficientemente. ¿Cuál mejor que el imperio poderoso y sus aliados apatridas? La estrategia de la transferencia de la culpa dentro del expediente del enemigo externo, el capitalismo internacional aliado con los enemigos internos, ahora llamados la burguesía parasitaria.
Hugo Chávez utilizó magistralmente el expediente del enemigo externo imitando a Fidel Castro, la fabula del imperio invasor, esto le permitió la unidad interior de sus seguidores, se declaro en guerra asimétrica, militarizó, entrenó, armó y movilizó a la población, se apertrecho de armas en los cuarteles, coloco baterías antiaéreas en sitios estratégicos para enfrentar al imperio. Aunque nunca llego el lobo inmensas fortunas se gastaron en armamento y otros gastos castrenses. Así como en regalos a países “aliados” para conformar una fuerza geopolítica militar contra EEUU en Latinoamérica, dinero que pudieron ser invertidos en educación, salud, desarrollo agrícola o industrial en Venezuela.
Mientras tanto en la economía, paralelamente, se batallaba para romper y destruir el círculo del capitalismo a los fines de imponer la economía socialista: restricción de las libertades económicas, estatización de los medios de producción, una lucha frontal contra la iniciativa y propiedad privada, control férreo del manejo y asignación de las divisas, control de la producción y distribución de alimentos, todo esto con visos de legalidad apoyado en leyes inconstitucionales. Lo que condujo como resultado a un cuadro económico desolador que nos ha llevado al día de hoy a vivir la crisis económica más terrible en toda la historia republicana. Estamos frente a un estrepitoso fracaso del modelo de economía socialista.
El régimen luce contradictorio, hay desesperación, han perdido la brújula, si alguna vez la tuvieron, se enfrentan entre ellos, unos que sostienen de que hay que flexibilizar en los controles económicos y reactivar al sector empresarial, como es el caso de un equipo presidido por Nelson Merentes, contrario a Jorge Giordani y Rafael Ramírez que se empeñan en que hay que profundizar la economía socialista hasta imponer definitivamente el proceso revolucionario.
Los propagandistas del gobierno proponen alargar la agonía hasta tanto haya un acuerdo que consensúe y resuelva las contradicciones internas, pero que al mismo tiempo sirva para echarle agua al fuego del descontento colectivo en las cercanías de las elecciones municipales, y eso es nada menos, que crear un escándalo, un trapo rojo, denunciando una supuesta “guerra económica promovida por el capitalismo internacional contra la patria”, y que es de tal magnitud que ha conducido a declarar la emergencia nacional, emergencia que exige que a Maduro la Asamblea Nacional le de una Ley Habilitante para gobernar a Venezuela por la vía de decretos.
No es tan fácil alcanzar el éxito de lo que se proponen, porque ni Maduro es Chávez ni las arcas del tesoro público del 2013 son las del 2000. Los sondeos de opinión indican que el 67% de la población no cree en la supuesta guerra económica y que el 68% sostiene que la crisis es producto del fracaso del modelo de economía socialista. Ahora el viento de la tormenta sopla en contra del régimen y las velas están muy rotas, en consecuencia, peligra su continuidad.
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