En otra parte, habíamos afirmado que
los enorme esfuerzos hechos en los años
1974-78, bajo el lema de La Gran Venezuela , plasmados
en el V Plan de la Nación ,
y que tenían como respaldo financiero la enorme cantidad de recursos que generó
el choque petrolero de esos años, fueron precipitados, mal planificados y peor
ejecutados. Esos esfuerzos se concretaron en la voluntad de construir una
economía post-petrolera sobre dos ejes: la aceleración del desarrollo del polo
industrial de Guayana y la nacionalización de la industria petrolera. Esto
significó una profunda modificación del
modo de desarrollo establecido.
En efecto, por una parte, la conversión y
constitución del sector público en el eje principal del proceso de
industrialización trastornó la relación
Estado-.economía tal como había sido formulada hasta entonces: una economía
mixta, con un Estado promotor del
sector privado mediante varios estímulos como la política de sustitución de
importaciones (ISI) mediante la protección arancelaria y para-arancelaria, vía
las licencias de importación, créditos a tasas aceptables, facilidad en la
obtención de divisas, la implantación de parques industriales, etc. Por otra parte, la absorción de la industria
petrolera por la esfera estatal transformó los fundamentos del régimen petrolero, es decir, la entente y el modo de regulación de las
relaciones Estado-compañías extranjeras.
De esta manera, las dos formas
institucionales, verdaderos pilares o pivotes de la regulación macroeconómica
venezolana fueron reconfigurados. Hacemos aquí un juicio de hecho y no de valor
.Sobre todo, porque la nacionalización de la industria era una vieja aspiración
del nacionalismo venezolano ya desde la época del “trienio”(1945-48), donde la
ideología socialdemócrata, muy cercana la socialismo, de Acción Democrática,
era la que respiraba el pueblo venezolano…mas no todos los militares de aquella
circunstancial y equívoca alianza.
En economía,
estos cambios institucionales
significativos suelen ser como un viento fuerte que levanta en el mar una larga
columna de olas de gran tamaño que desafían a los surfistas más hábiles. Se
requiere de gran pericia para no ser devorado por el intenso oleaje. Así tiene
que suceder con los dirigentes de las economías que sufren mutaciones
importantes. ¿Tenía esa pericia y visión de mediano y largo plazo los
dirigentes venezolanos de ese u otros períodos por venir? No lo creemos, a
juzgar por los resultados obtenidos hasta el presente. En efecto, a raíz de los
cambios mencionados se desataron y
fueron creciendo con el tiempo, en el interior mismo del régimen petrolero, una
serie de contradicciones que, desde luego, repercutieron en toda la sociedad
venezolana.
Agruparemos esas contradicciones en tres series: 1) un triunfo de
la ideología rentista desde mediados de los años1970 hasta inicios de los años
1990. 2) Bajo el segundo mandato de Caldera, la política giró hacia el aumento
de la producción, lo que continuó, por vías radicalmente, durante el largo
período que lleva Chávez. Llamamos a esta serie el paso de la apertura a la renacionalización.
3) la continua disminución progresiva de la capacidad de arrastre del régimen
petrolero sobre el resto de la economía.
El triunfo de la ideología rentista (1973-1992)
La situación de la industria
petrolera se había deteriorado considerablemente cuando PDVSA asumió su control
total. Desde 1970, la producción había caído en 37% principalmente por la
desinversión de las compañías extranjeras y el agotamiento de yacimientos
sobre-explotados desde los años
1950(Riquezas, 1986; Mommer, 1996). Ante la política de apropiación creciente
de la renta de los gobiernos
democráticos (1958-1998), la estrategia
de las transnacionales petroleras – es decir, extraer al máximo con un
mínimo de inversión, a la espera del fin de las concesiones – había terminado
por tener un alto costo en términos de dinamismo y de capacidad de producción.
Por tal razón, las costosas inversiones de los años 1976-82 fueron destinadas
no sólo a reponer el sector en sus
niveles precedentes sino, además, a modernizar los equipos productivos, a
aumentar considerablemente la capacidad de refinación y a renovar la flota
comercial (Núñez y Pagliacci, 2007). Respecto a la producción, el nuevo holding del sector público apenas logró
mantener volúmenes cercanos a los de
1975, hasta 1981. Después, entre 1981 y 1985, la producción cayó a niveles
excepcionalmente bajos, que retrocedían al país a los volúmenes producidos en
1951en términos absolutos y de 1933 en valor por habitante
Esta lentitud
tan acentuada correspondió al triunfo de lo que Mommer (1996), Baptista (1997),
Silva Michelena (2003,2006) y otros denominaron como ideología rentista del Estado Venezolano. Esta doctrina se fundaba
sobre un temor, el del agotamiento
del recurso, y sobre el deber que llamaba a la nación a no dejar
escapar esta riqueza petrolera pasajera
a fin de desarrollar la economía no petrolera. Resonaba así el eco del
inolvidable (y mal interpretado) artículo que en 1936 había escrito Uslar
Pietri en el diario Ahora, setenta
años atrás. El hueso del razonamiento consistía en preparar la salida de la
especialización petrolera, financiando aquellos sectores que podrían tomar el
relevo y “sostener la prosperidad futura”
(Mommer, 1996).
Esta “psicología rentista” era justificada
por tres factores. Primero, los dirigentes del país tenían la convicción de que
en el curso de los decenios precedentes, el precio del barril era fijado
voluntariamente a un nivel muy bajo por las transnacionales petroleras.
Segundo, esos dirigentes consideraban que la sobre-explotación del petróleo
venezolano había dejado al país sumido
en un potencial futuro reducido y declinante. Tercero, la clase política había
percibido siempre a la industria petrolera como un sector no sólo extranjero
sino también extraño a los intereses nacionales, como un enclave, cuyas
perspectivas en términos de puesta en
acción de una red de desarrollo industrial era muy limitada.
Juan Pablo
Pérez Alfonso fuel “padre” de una doctrina que puede resumirse como una estrategia agresiva de precios a una estrategia de volúmenes muy conservadora. En otras palabras, el
objetivo consistía en maximizar la “renta
de la tierra” (Mommer, 1996) para tratar de prolongar la vida y duración de
las reservas y, recíprocamente, sostener
los precios en el mercado mundial limitando el crecimiento de la producción, e
incluso disminuyéndola. Estos son los fundamentos de toda la política petrolera
de Venezuela desde mediados de los años 1970 hasta los años 1980. Según datos
recientes, esta política rentista continúa.
Fuente:
Baptista (2005) y cálculos propios sobre datos de BP (2008).
Sin embargo, el cálculo de los políticos y sus asesores, que apostaban
al mantenimiento de precios altos en los años 10970, fu erróneo. Si es cierto
que durante ocho años (1973-81) el
ingreso fiscal petrolero alcanzó niveles record al mismo tiempo que la
producción disminuía rápidamente, esta dinámica llegó a su fin, de manera
abrupta, desde 1982 (Gráfico I). La excesiva política de sostén de los precios,
con el propósito de maximizar la renta, no fue más que un éxito pasajero. El
curso de los precios petroleros alcanzaron, ciertamente, niveles excepcionales,
mas contrariamente a las esperanzas de los países de la OPEP , esos precios tan
elevados originaron la reducción de la demanda de los países importadores. Esta
demanda tardó un decenio en retomar su nivel de fines de los años 1970 (BP,
2008)
El contra-choque de los años 1980 y el mantenimiento de precios bajos
hasta 2003, pusieron al desnudo el error político de los dirigentes venezolanos
y sus asesores. Por una parte, la disminución de la producción terminó por
repercutir pesadamente sobre la renta
captada por el Estado y, por otra parte, el país perdió rápidamente su cuota de
mercado ante el alza de la potencia de los nuevos productores. Con relación a
esto, el recorrido venezolano comparado con el saudita habla por sí mismo.
Los resultados de esta política ponen en evidencia lo que Mommer (1996)
describía como “la perspectiva rentista
limitada”. Puede considerarse que, a largo plazo, al frenar voluntariamente
a su “gallina de los huevos de oro”, el Estado venezolano amputó la palanca en la que residía su poder de
arrastre de la economía del país. A fin de cuentas, la trampa de la ideología rentista atrapó a Venezuela.
Irónicamente, el apogeo de la estrategia conservadora en materia de volúmenes,
tuvo lugar en el mismo momento en que se descubrían nuevos yacimientos, que
duplicaron las reservas probadas del país. Se activó así un círculo vicioso, en
el cual el Estado no disponía de los
ingresos necesarios para financiar una nueva expansión petrolera, precisamente
porque su política anterior se había basado en la maximización de la renta por
barril y la minimización de los volúmenes producidos.
Hector Silva Michelena
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