martes, 15 de octubre de 2013

GONZALO PALACIOS G., EL “BUDÚ” EN VENEZUELA, OTRO ASPECTO DE LA DICTRAICIÓN CHAVISTA

“Vamos a ver si me aguanta esta copla en la que miento las Tres Divinas Personas, la Virgen y San José con su santo Niño en brazos.
Se oye un alarido espantoso, de rabia y de quemaduras de brasa viva en la carne, ruedan por el suelo las maracas y en el rincón junto al arpa, donde estaba el cantador, se desvanece en el aire una humareda de azufre. Y la concurrencia exclama:

‘ ¡Ten cuidado, Cantaclaro Era el Diablo y se ha ido porque escuchó el canto del gallo que anuncia la hora en que empezó la Pasión del Señor; pero ya volverá a buscarte en cuanto los sayones apeen a Jesucristo de la cruz.”
Rómulo Gallegos, Cantaclaro, 1930.

Protagonizada originalmente por Hugo Chávez Frías y con el pueblo venezolano como elenco, una de las tragicomedias más estúpidas que hemos vivido en Venezuela durante los últimos años se entenderá mejor si se conoce el papel que juega la superstición en el devenir histórico de la nación. Chávez manifestó estar gravemente enfermo de esa estupidez al tomar posesión de la presidencia de la República y al confesarle a varios de los presentes que no diferenciaba entre sus creencias religiosas y las supersticiones de muchos venezolanos.

         Por ejemplo, es bien conocida la intervención del fallecido dictraidor en las Naciones Unidas en la que identificó al Diablo y el olor a azufre con el Presidente de los Estados Unidos, George W. Bush. Pues bien, el Diablo no vive en Washington; mantiene residencia en cada uno de nosotros. Podemos escuchar sus alaridos en una criollísima parrillada, en Miraflores, y hasta en medio de la soledad personal al vernos abandonados por nuestros supuestos amigos. Rómulo Gallegos nos recuerda que es imprescindible conocerse a sí mismo para evitar las estupideces heredadas.

            La estupidez de la superstición siempre ha jugado un papel importante en la fundación de todas las naciones.. Por ejemplo, las tumbas y sarcófagos de los faraones egipcios evidencian la influencia que las supersticiones y religiones ejercían en la vida política y religiosa de aquella gran civilización. Los regímenes teocráticos y autoritarios que han regido los destinos de otras naciones (por ejemplo, Israel, Arabia Saudita, España, e Inglaterra) comprueban el poder de las supersticiones en fomentar la estupidez. Como lo dijera  Machiavelli: “Así como el respetar las instituciones divinas es la causa de la grandeza de las repúblicas, el despreciarlas produce su ruina; ya que donde falte el temor de Dios, el país terminará en la ruina. Salvo en el caso de que el temor al mandatario (el príncipe) sustituya
 temporalmente la falta de religión.” Niccolò Machiavelli, Discursos sobre los Diez Primeros Libros de TitoLivio,  I, xi; énfasis añadido.

La superstición, el abandono de lo auténticamente religioso, es el medio más eficaz para lograr la estupidez de una nación. Tal desviación atribuye poderes “mágicos” a signos, rituales, imágenes y objetos religiosos que de por sí no los tienen. Los supersticiosos no entienden en qué se diferencia una religión auténtica de la magia y de la superchería: son estúpidos. Y una vez que un pueblo acepta la brujería, la magia, y la superstición, entonces está listo para Presidentes como Chávez y Maduro. ¿Habrá acaso manera más eficiente que las prácticas supersticiosas de curanderos y brujos para corromper la religiosidad del venezolano y para apartarlos de la verdadera fuente de autoridad – la voz del pueblo, la voz de Dios (vox populi, vox Dei)? Porque sólo así pueden justificar su régimen de terror:

“A mí me han denunciado hasta la Corte de Satanás por allá, me tenían una brujería. Me tenían una brujería. Pero seguro me tenían una brujería ¿cómo se llama esto? De budú. Por allá apareció. Miren, cerca de Miraflores en los alrededores aparecieron cuatro animales unos
bichos raros que yo vi uno, que me lotrajeron ¿qué animal es éste vale, parece el diablo? Un animalito muerto, yo no sé qué animal es ése, pero es un animal raro con unos ojos satánicos así huecos y unos colmillones. Y entonces yo le dije a los muchachos ‘boten a ese bicho  de aquí’ ¿jejeje? Boten a ese bicho de aquí. Y resulta que  empezaron a investigar, y habían otros animales en la  otra esquina y en la otra esquina en una forma de cruz consiguieron cuatro animales de esos vale y tenían por dentro metidos un poco de cosas, unos papeles, unas piedras ¿no? Me tenían montado un trabajo de budú, esos son los golpistas ahora, se metieron a brujo también los golpistas ¿jeje?, están tan desesperados que mandaron a buscar como doscientos brujos –no estoy mamando gallo no estoy inventando – hasta eso han llegado a hacer lo que llaman ¿cómo es? Montar un trabajo y me tiraron a sacar ¡mire! Me tiraron a sacar porque me lanzaron budú. Sí, budú....”(Alo Presidente, Radio Nacional, Campo Muscar, 16 febrero 2003: se cita como se publicó).

Perdone el lector lo largo de la cita, pero se facilita así la comparación con la del maestro Gallegos en su novela Cantaclaro. La diferencia fundamental entre lo auténticamente “religioso” y la superstición es  que lo primero eleva al hombre a una dimensión espiritual en la que establece contacto con su Dios y con sus conciudadanos. En esa dimensión puede ejercitar su libertad y demás virtudes cívicas. En cambio, la superstición lo reduce a un nivel animal sin inteligencia ni voluntad, esclavo de su circunstancia, un objeto material más entre todos los que lo rodean y lo controlan:

“Kanaima no está sólo en los árboles y en las rocas, en los ríos ni en las montañas, sino por encima de las cosas que rodean al hombre, como algo contra lo que nadie se puede prevenir”. María Manuela de Cora, Kuai-Mare, Mitos Aborígenes de Venezuela, Monte Avila, Caracas, 1972, p. 274.

            El estúpido supersticioso carece de libertad personal y permite que creencias idolátricas definan su vida. Este proceder demuestra que no le da importancia alguna a la libertad ni a los derechos que de ella se derivan: automáticamente se impone la opresión como forma de gobierno. Sólo si respetamos lo verdaderamente religioso –si nos definimos como seres espirituales, diferentes de lo que nos rodea – podremos establecer una sociedad basada en la libertad personal y en la justicia colectiva.

Desde los gobernadores coloniales hasta los presidentes Chávez y Maduro, personas dominadas por creencias supersticiosas han guiado al pueblo venezolano:

“El criollo es devoto, supersticioso, crédulo e ignorante...Las damas de la alta sociedad tienen cada una su santo particular a quien le son muy devotas; con su imagen colgando día y noche en sus pechos por una cadena de oro... Yo he conocido a señoras con más de una docena de imágenes del mismo santo en diferentes áreas de la residencia. A estas imágenes habría que
añadir crucifijos, santas vírgenes, otros santos, ángeles, etc.” H. L. V. Ducoudray Holstein, Memoirs of Simon Bolivar, Boston, 1829: p. 49.

Es lamentable que Hugo Chávez Frías no fue lo suficientemente ambicioso, valiente e inteligente para llevar a cabo una revolución verdadera en Venezuela. Ocurrió todo lo contrario y ahora Maduro continúa siendo estúpido.

Ahora me refiero a los cultos mágicos o supersticiones estúpidas que el presidente Maduro promueve y que entorpecen la inteligencia de los venezolanos. Urge eliminarlos, en lugar de promoverlos desde el Palacio de Miraflores. Que hayamos descendido al nivel de corrupción al que nos trajeron los dictraidores y sus compinches tiene una sola explicación: apenas apearon “a Jesucristo de la cruz”, volvió a buscarnos el Diablo. 

Gonzalo Palacios Galindo.

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