lunes, 7 de octubre de 2013

EGILDO LUJÁN NAVA, HUMO, HUMO, PURO HUMO, FORMATO DEL FUTURO…

Los Norteamericanos están conspirando y tramando una guerra económica contra Venezuela.   

El Expresidente de Colombia Alvaro Uribe está conspirando y tramando una invasión a Venezuela. 

Los empresarios están boicoteando la producción nacional.

La oposición y la extrema derecha están preparando un golpe eléctrico.


La oposición boicoteó las ruedas de la bicicleta del Presidente y provocó una caída aparatosa del Jefe de Estado.  Aunque,  gracias a la gran habilidad del conductor, éste no sufrió daño alguno.

Y ahora, Fedecámaras y Consecomercio están boicoteando el proceso económico Nacional.

¿Qué finalidad tiene este permanente rosario de acusaciones?. ¿Acaso culpar a quien sea y lo que sea, para no admitir la responsabilidad directa, casi exclusiva de graves errores y deficiencias administrativas?.

Los pueblos siempre administran silenciosamente el beneficio de la duda una vez, dos veces. Pero "bueno el culantro, pero no tanto".

La situación general del país está sumamente grave. Y cada día que pasa, el sentimiento colectivo predominante es que todo está peor. Lo que se aprecia, es que no se está solucionando nada. Cada día hay más apagones; la inseguridad es ya insoportable; el índice delictual y de asesinatos proyectan a Venezuela ante los ojos del mundo como un país de peligro; la situación laboral rebasa la condición de conflictividad y se ubica al borde de la anarquía; el sistema de educación pública se debate entre educadores que protestan, colegios que se caen y muchachos que no pueden estudiar o desertan. La educación en Venezuela, en resumen, es sinónimo de protestas, escuelas inhabilitadas, destrozadas o desprovistas de todo. La salud pública en el país es una referencia de centros hospitalarios infuncionales, de escasez de médicos especializados, medicinas que no existen y de un indignante maltrato a pacientes y familiares.

¿Más?. Venezuela es un espacio libre para que los consumidores dediquen horas de su vida útil a hacer colas y más colas para comprar lo que medio les permita  adquirir una moneda destruida y un abastecimiento apuntalado por las importaciones.

Pero, además, el país es también campo abierto para que la devaluación de la moneda siga siendo parte de la rutina monetaria, fiscal y cambiaria, ya que el gasto público hace rato que perdió los estribos, la sindéresis y la disciplina. Por supuesto, ante dicha rutina ¿cómo evitar que la inflación haya decidido asumir nacionalidad venezolana, residenciarse para siempre en el país y ni preocuparse por la eventualidad de que alguien la lleve a los niveles previos a los de la década de los ochenta?.

Lo cierto es que en la Venezuela petrolera desde hace ya más de un siglo, los ingresos del negocio del crudo no alcanzan para que la caja nacional funcione con solvencia, los pobres no sean cada vez más pobres y la llamada clase media trabajadora sea una instancia social en proceso de extinción.

Esa es, a grandes rasgos, la Venezuela de la dura realidad. La de la realidad que no se puede silenciar con hegemonía comunicacional pública, y por cuyo cambio claman seguidores del partido de gobierno y opositores al gobierno. Ingenuamente, los adulantes de oficio y los recién llegados a los despachos públicos, insisten en evitar que esto se sepa, cuando no es un problema de que se sepa o no: es que cada venezolano lo vive a diario y se forma su propia indignación ante lo que le obligan a vivir.

El listado, ciertamente, es mayor;  puede continuar creciendo por un añadido de penurias y de problemas que viven todos los venezolanos, sin excepción. Ahora bien, de la misma manera que resulta inaceptable el rosario de excusas y de identificación de responsables ajenos a quienes gobiernan, tampoco hay tiempo para más lamentaciones, culpar a nadie más. Después de todo, la verdadera historia siempre tendrá a su favor la posibilidad de describir conductas y perfilar juicios.

El liderazgo venezolano, en su conjunto, tiene que ponerse a trabajar, comenzando por hacer un llamado a la  reconciliación nacional. Venezuela no está en guerra contra nadie. Pero los que sí están en grave peligro, son  todos los venezolanos. Pero también todos los venezolanos tienen que incorporarse al trabajo de contribuir a resolver lo que les está impidiendo vivir cada día mejor.

Ya no más acusaciones de apátridas, escuálidos o traidores. No más acusaciones de enchufados incompetentes, ladrones o ineptos. No más confrontaciones inútiles, erosionadoras de la hermandad venezolana.

Sí a trabajar en  reunir toda la fuerza y el talento venezolano para los venezolanos. Sí a revisar y  a cortar por lo sano con lo de los regalos a otros países. Ahogado no puede salvar vidas. Al contrario, a Venezuela le ha llegado la hora de pedir ayuda y comprensión en el proceso inevitable al que tendrá que acudir, como es el cobrar las deudas.

Sí a reprogramar el potencial productivo nacional. A respaldar a los productores. ¡No más gasto de dinero para comprar en el exterior lo que se puede producir aquí¡. ¿Qué sentido tiene seguir trayendo productos que compiten deslealmente con los productos nacionales, y  comprándolos con dólares subsidiados y propiciando negocios fraudulentos?.

Sí a llamar a los empresarios venezolanos y permitirles  hacer lo que saben hacer: producir, crear empleos dignos y pagar salarios justos, y no temerle a los retos que implica alcanzar el desarrollo integral del país.

El momento impone que se llame a un gobierno de conciliación nacional, para unir esfuerzos y trabajar juntos. A todos siempre se les hará siempre más viable, la adopción de medidas correctivas drásticas. Si las decisiones trascendentales que demanda y necesita el país, se siguen supeditando a la administración de costos políticos, jamás se adoptarán las medidas que se necesitan.

Los fetiches de la sinceración de las tarifas de los servicios públicos se tienen que destruir, pero también la irresponsable creencia de que cada ente público es una parcela privada del partido de gobierno para su alimentación clientelar.

Sí a la disciplina administrativa pública. No más Estado macrocefálico, ineficiente y debilitado por su carencia de soportes gerenciales morales.

Hay que sincerar la nómina pública.  Se tiene que reducir el número de Ministerios y organismos o institutos autónomos. La venta de  las empresas improductivas  administradas por el Gobierno, es tan necesaria, como el  regreso de las expropiadas y despojadas a sus legítimos dueños, y que aún estén en posibilidades de ser recuperadas.

La recuperación productiva de la industria petrolera, definitivamente, tiene que ser el gran reto y compromiso de un Gobierno de conciliación nacional. Mientras esta industria no se recupere y el país diversifique su economía, predominará la ingenua  creencia de que el control de cambio es una necesidad de vida o muerte para la economía. El acceso a las divisas tiene que ser  adecuado a una economía dispuesta y decidida a crecer de manera sustentable, creciente, y no sometida a un régimen de estrangulamiento discrecional.

Y, por supuesto, hay que asumir como necesidad histórica la recuperación de la producción de alimentos en el país. Sí a promover un gran plan de producción agroalimentaria, a partir de la participación de los productores nacionales, las autoridades gubernamentales competentes y los gremios empresariales, con la consigna " Seguridad Alimentaria e importación cero".

Obviamente, de lo que se trata con un cambio en la forma de gobernar, no es de imponer un plan de la nación justificado por la emergencia. Sí de alertar, reconocer y admitir que son muchas las cosas por hacer, que sí se pueden hacer, y que a partir de su decidida y seria puesta en marcha con la participación de quienes entienden de qué se trata este cambio, es posible conducir al país hacia derroteros de progreso y de bienestar.

Sin duda alguna, hoy el compromiso de este gran paso se lo plantea la historia de Venezuela a su Presidente, Nicolás Maduro Moros. Las cartas están servidas y  están al alcance de las manos de quien conduce al país. Ahora ¿cómo quiere figurar el Presidente en la historia? Es cuestión de pensarlo y de entender que, al final del camino, todos los venezolanos son vino tinto y quieren jugar en el mismo equipo: VENEZUELA. Aunque debe recordarse que sin un buen Director Técnico, los mejores equipos de la especialización  que sean, están condenados a convertir sus esfuerzos en un fracaso permanente. Y no todos los venezolanos están ganados para ser eternos perdedores.

Egildo Luján Nava,
Enviado a nuestros correos por
Edecio Brito Escobar
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