Es una carta riesgosa. Con ella no se
resolverán las desventuras económicas, ni los enredos políticos que el Gobierno
enfrenta. La Habilitante no servirá de nada, salvo para constatarle al país que
“la sucesión” ha sido desbordada y que su “empoderamiento legislativo” no ha
pasado de ser un mareo más, entre tantos otros.
Es inevitable que la carestía y
el alto costo de la vida continúen socavando los cimientos de “la sucesión”,
que busca con desespero tiempo, credibilidad y auctoritas para un “heredero” cuya
su presencia se ha convertido -en tan solo diez meses- en el acelerador del
empobrecimiento y la degradación vertiginosa de los venezolanos y del país.
La nomenclatura confía en que Maduro podrá
crecerse ante los ojos de la opinión pública por efecto de la campaña que
procura convertirlo en una figura presentable y con capacidad para volver a
seducir a los sectores populares. Sin embargo, se trata de una apuesta
incierta: no solo por las visibles carencias personales del inquilino de
Miraflores, sino porque la ruta escogida ahora para abordar las calamidades
económicas, continuarán horadando la viabilidad del “chavismo sin Chávez” y,
obviamente, la de quien hoy se sabe candidato a una salida anticipada del
poder.
El oficialismo está hundido en un mar de contradicciones:
la radicalización con la que Maduro trata de dotarse de autoridad para ganar
tiempo -después de haberse ganado seis meses con el cuento del “diálogo
pragmático”- contiene el germen de una ingobernabilidad superior a la que ya
experimenta el país. Asimismo, ella será el origen de la profundización de
todas las tribulaciones que han venido afectando el equilibrio anímico del
errático sucesor del “comandante supremo”, blanco -según la denuncia
oficialista- de una “guerra psicológica” que pretende causarle trastornos
emocionales a los conductores del Gobierno y, también, a los propios
venezolanos que, por cierto, y sin mediación de esa supuesta conflagración
bélica, ven en Maduro una extraña conducta.
Al correr la arruga solo para prestigiar
simbólicamente a Maduro, la administración sucesoral se ha decantado por la vía
que más rápido la conduce hacia el fracaso. Tal vez por eso, nadie habla ya de
tierras arrasadas, de mareas rojas ni de pulverizaciones cósmicas. Tal vez por
eso “el heredero” se exime de hacer lo que Chávez siempre hizo: plebiscitar
cada una de las mediciones electorales que tuvieron lugar en Venezuela durante
los últimos tres lustros…
Contra esa impronta lucha hoy la nomenclatura: nada
menos que contra todo cuanto el comandante hizo para convertir cada proceso
electoral -independientemente de su naturaleza- en un ritual con efectos
legitimadores para sí mismo.
argelia.rios@gmail.com
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