La
situación en Siria es sumamente grave. Decenas de miles de muertos, centenares
de miles de desplazados. Una verdadera crisis humanitaria, ante lo cual,
lamentablemente, la comunidad internacional no ha sabido responder. Más parecen
interesar los problemas geopolíticos y estratégicos en la región que la vida y
la integridad física y la dignidad de
millones de seres que sufren las consecuencias de las atrocidades de un régimen
que insiste en mantenerse en el poder, por todos los medios.
El
Consejo de Seguridad, sometido todavía al derecho al veto que le concedió la
comunidad internacional a las cinco potencias (Estados Unidos, Francia, Reino
Unido, China y Rusia) en 1945, cuando se
adoptó la Carta de las Naciones Unidas, no ha podido lograr un consenso para
condenar al régimen de Assad y detener la masacre. El Consejo ha considerado el
tema, es cierto, e incluso el Presidente formulo dos declaraciones en 2012,
pero no ha adoptado resoluciones o decisiones decisivas para resolver el
conflicto. Los intereses individuales de las grandes potencias han prevalecido.
Ante
la inacción del Consejo de Seguridad, Estados Unidos ha amenazado con el uso
unilateral de la fuerza para detener la barbarie, en nombre de los “valores y
principios”; lo que no ha dejado de ser criticado por la mayoría, porque
contrariaría el Derecho Internacional que prohíbe tanto el uso como la amenaza
del uso de la fuerza para resolver las controversias y las situaciones
internacionales.
Muchos
países se han mantenido al margen, aunque hayan coincidido con el llamado del
Papa Francisco para que el conflicto sea resuelto por la vía pacifica. Algunos
pocos, como Venezuela y otros del Alba, han expresado su apoyo al régimen de
Assad, llegando a negar, con la mayor irresponsabilidad, la existencia de un
arsenal de armas químicas, cuyo uso ha sido reconocido por las Naciones Unidas,
hoy en examen por la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ),
a la vez que objeto de las negociaciones que se llevan a cabo con la
participación de Rusia que, ahora, desde fuera del Consejo, trata de recuperar
espacios en la región.
Lo
que sucede en Siria no es del exclusivo interés de los sirios, como tampoco lo
fue antes para los libios lo que ocurría en Libia hace unos años. La
realización de crímenes internacionales, como en este caso, es del interés de
todos y por ello la obligación que tiene el Consejo de Seguridad y la comunidad
internacional de actuar, para proteger la vida y la integridad física de
civiles sometidos a las atrocidades de un déspota. La soberanía no puede ser
argumentada por regímenes inescrupulosos como una coraza para justificar la
violación de los derechos humanos, ni crímenes de esta naturaleza que un
régimen cometa dentro de su jurisdicción nacional. Ello responde a la
estructura de una sociedad internacional y unas relaciones internacionales
distintas. Nuevos actores, incluida la sociedad civil, representada por las
ONGs, aunque no en forma exclusiva; nuevas formas de relación basadas en la
solidaridad y en los intereses comunes, caracterizan los nuevos tiempos, lo que
por supuesto incide en la formación y en la concepción del Derecho
Internacional cada vez mas objetivista que voluntarista.
Es
cierto que la amenaza o el uso de la fuerza están prohibidas por el Derecho
Internacional, pero ello tiene sus excepciones: el derecho inmanente de
legítima defensa individual o colectiva, contemplada en el artículo 51 de la
Carta de la ONU y las acciones del Consejo de Seguridad, ante la ruptura de la
paz internacional, en el marco del Capítulo VII (art. 42) de la misma Carta. Si
aceptamos que el Derecho Internacional evoluciona y se adapta a los cambios en
la sociedad internacional y en las relaciones internacionales, habría que considerar
que ante situaciones catastróficas como la que atraviesa Siria, el uso de la
fuerza se justificaría, para detener la masacre y la destrucción de un país.
Independientemente
de la legalidad o ilegalidad, de su legitimidad o ilegitimidad, la amenaza de
la fuerza por Estados Unidos habría tenido un efecto positivo en la solución
del conflicto y eso quizás pueda representarle un éxito a Obama, dentro de su
tan criticada política en relación con Siria, caracterizada por indefiniciones
e inconsistencias.
Si
las negociaciones no llegaren a buen fin, el Consejo de Seguridad tendrá que
cumplir con las obligaciones que le impone la Carta, para detener el conflicto
y las masacres y restaurar la paz interna que en definitiva tiene consecuencias
internacionales. Y si el Consejo no logra desbloquearse y adoptar decisiones y
medidas coercitivas necesarias, incluido el uso de la fuerza, para resolver la
crisis, la comunidad internacional estaría legitimada para actuar conforme al
Derecho Internacional y los intereses de la humanidad, para evitar un mayor
desastre humanitario.
Sin
duda, como lo dijo el Secretario General de la ONU Ban Ki-moon el pasado 17 de
setiembre: “Siria es el mayor desafío para la paz (…) el sufrimiento debe
terminar.”
vitoco98@hotmail.com
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