Son
tales la calamidad económica nacional y la envergadura que diariamente está
cobrando la crisis económica y de gestión, que a Maduro se le comienza a
percibir el acorralamiento.
El
formidable desafío que le desborda. Con sus afanes elementalmente
propagandísticos de platea.
Con su estrategia de alcanzar el total control de la información.
Con su estrategia de alcanzar el total control de la información.
Parece que
todo le marcha al garete.
Y
que luce prisionero de la estrategia comunicacional cubana –establecida por
Chávez– de querer inculcarle a la población la ficción de que nos encontramos
en medio de una confrontación militar. Contra el capitalismo, contra el
imperialismo, contra la derecha, nacional, mundial, interestelar… con una
retórica tan desgastante y aburridamente elemental que crispa.
El propio
hombre luce aturdido. Es el fracaso.
Un
fracaso que si solamente fuera retórico no importaría, pero ocurre que, después
de catorce años enloquecidos, las consecuencias socioeconómicas de sus acciones
son concretas, destructivas: catastróficas.
Todas sus operaciones de maquillaje lucen terribles.
Todas sus operaciones de maquillaje lucen terribles.
El fracaso
se manifiesta en todos los órdenes.
Y
no hay “guerra económica”, ni “eléctrica” ni “total” que pueda enmascarar esta
formidable desilusión, este pavoroso naufragio. Y sin embargo, ¡vaya ironía!,
en lo que sí se ha logrado avanzar es en la destrucción del aparato económico,
de tal manera que no estamos atrapados en una guerra económica delirante, pero
sí en una insólita economía de guerra.
Porque
el manejo de la economía es de locura. Y como en el régimen de El Asad (en el
que la ONU anuncia “pruebas abrumadoras” del ataque químico y Ban Ki-Moon
afirma que el régimen “ha cometido muchos crímenes contra la humanidad”), aquí,
sin esa gesta, los corresponsales podrían informar que si bien no estamos ante
la posibilidad de un ataque militar norteamericano (como tal vez un Chávez vivo
lo hubiera soñado para saltarse su responsabilidad ante este desastre), con
Maduro íngrimo y solo al frente, la economía es de una economía de guerra tras
más de catorce años de desmanes.
Aquí,
entre las moléculas de carbono, los mecanismos de control de precios
artificiales están estallando por las costuras. Y esta escasez de alimentos
amenaza con africanizarse (ya duplica la del año pasado). Está obligando a
comprar urgentemente en el exterior los 17 alimentos básicos en vías de
desaparición. Tan sólo a Colombia tuvo que comprarle 40 mil toneladas de leche,
60 mil de reses, 22 mil toneladas de carne, 26 mil de mantequilla y aceite, y
hasta 32 mil cajas de huevos.
Y esto bajo
la presión enorme del plebiscito del 8-D.
Mientras,
la población de menores recursos luce ahorcada en los supermercados, bodegas y
mercaditos callejeros por el desprendimiento del galope de los Cuatro Jinetes
del Apocalipsis.
Y
ante el desconcierto Maduro, pretende atacar con la creación de un grandílocuo
“Órgano Superior de la Economía” para luchar contra este King Kong
inflacionario y esta perturbadora escasez desde unas “Salas de Batalla Social”
que él dirigiría personalmente desde el búnker (del alemán bunker: construcción
hecha de hierro y hormigón que se utiliza en las guerras para protegerse de los
ataques, tanto de la aviación como de la artillería), como si fuera el Chávez
de ayer pero más desarticulado aún.
Porque el
bombardeo sin maquillaje lo abarca todo.
Habrá
quien se pregunte cuál bombardeo: ¿el del chavismo o el del antichavismo?
Se
aprecia que “sectores de la revolución, que no perciben a Maduro como garante
de la continuación del proceso” pretenden justificar el descontento “afirmando
que los Castro tienen autoridad sobre Miraflores”. Mientras, desde el otro
ángulo, una veterana cabeza de lúcida inteligencia, desmenuza la situación
destacando que el mando es una cualidad militar y de los grandes líderes
políticos “que no se observa aquí. Ni en los partidos ni en la FAN, dentro de
la cual no hay consenso”.
Y
uno, el civil, no sabe si es cierto, pero las últimas decisiones de Maduro son
las de encadenar diariamente al país con unos supuestos “Noticieros de la
Verdad”, intentar un lavado cerebral más completo y agitar el espantapájaros de
supuestos planes de la derecha. Lo que lo obliga a uno a pensar en un gobierno
inseguro y cogido por las canillas, pues las interrogantes están saltando como
canicas. Sobre todo una: ¿no hay consenso sobre quién realmente tiene el mando?
Chávez era
un líder: mandaba, aunque nunca gobernó.
“A
él le formaron los gobiernos”, como dice mi amigo Faraco. “El primero,
Miquilena, y el segundo la inteligencia cubana. Pero para manejar el TSJ y el
Poder Legislativo. No el Gobierno”. Y desde ahí controló (o descontroló) el
comportamiento nacional.
Ahora
hoy a su sucesor se le percibe como un hombre “que no es ni siquiera de
aparato: un educado en la subalternidad”.
Se le avista errático ante una ficción gubernamental heredada del líder,
aunque sin aquella legendaria capacidad de mando.
Entonces,
la pregunta de rigor es: ¿quién manda? ¿Por qué anda viendo conspiraciones
hasta en la sopa si la única manera (hipotética) de que la FAN se mueva es al
mando de los chavistas. A nadie se le ocurre que el Gobierno pudiese tolerar la
existencia de, digamos, ocho batallones de escuálidos en su seno, enemigos a muerte
del sistema. Menos con una oposición desconectada de todo conflicto.
No.
No puede ser la Oposición, como intenta venderle Maduro a sus correligionarios
(y él lo sabe), la que en el terreno fáctico estaría a punto de generarle un 27
de Febrero o un “Caracazo” y con éste una vuelta de campana completa.
No.
Aquí pareciera más bien que lo que se estaría viviendo –y ojalá uno se
equivoque– es el preludio de una onda
autodestructiva.
El preludio
de una implosión.
Lo
que obliga nuevamente a servirse un trago. (¡Ah, caramba. Ahora no hay whisky.
Ni tampoco cráteres).
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