jueves, 19 de septiembre de 2013

LUIS GARCÍA MORA, ¿SE VIVE EL PRELUDIO DE UNA IMPLOSIÓN?, AL LÍMITE

     
Son tales la calamidad económica nacional y la envergadura que diariamente está cobrando la crisis económica y de gestión, que a Maduro  se le comienza a percibir el acorralamiento.

El formidable desafío que le desborda. Con sus afanes elementalmente propagandísticos de platea. 

Con su estrategia de alcanzar el total control de la información.

Parece que todo le marcha al garete.

Y que luce prisionero de la estrategia comunicacional cubana –establecida por Chávez– de querer inculcarle a la población la ficción de que nos encontramos en medio de una confrontación militar. Contra el capitalismo, contra el imperialismo, contra la derecha, nacional, mundial, interestelar… con una retórica tan desgastante y aburridamente elemental que crispa.

El propio hombre luce aturdido. Es el fracaso.

Un fracaso que si solamente fuera retórico no importaría, pero ocurre que, después de catorce años enloquecidos, las consecuencias socioeconómicas de sus acciones son concretas, destructivas: catastróficas. 

Todas sus operaciones de maquillaje lucen terribles.

El fracaso se manifiesta en todos los órdenes.

Y no hay “guerra económica”, ni “eléctrica” ni “total” que pueda enmascarar esta formidable desilusión, este pavoroso naufragio. Y sin embargo, ¡vaya ironía!, en lo que sí se ha logrado avanzar es en la destrucción del aparato económico, de tal manera que no estamos atrapados en una guerra económica delirante, pero sí en una insólita economía de guerra.

Porque el manejo de la economía es de locura. Y como en el régimen de El Asad (en el que la ONU anuncia “pruebas abrumadoras” del ataque químico y Ban Ki-Moon afirma que el régimen “ha cometido muchos crímenes contra la humanidad”), aquí, sin esa gesta, los corresponsales podrían informar que si bien no estamos ante la posibilidad de un ataque militar norteamericano (como tal vez un Chávez vivo lo hubiera soñado para saltarse su responsabilidad ante este desastre), con Maduro íngrimo y solo al frente, la economía es de una economía de guerra tras más de catorce años de desmanes.

Aquí, entre las moléculas de carbono, los mecanismos de control de precios artificiales están estallando por las costuras. Y esta escasez de alimentos amenaza con africanizarse (ya duplica la del año pasado). Está obligando a comprar urgentemente en el exterior los 17 alimentos básicos en vías de desaparición. Tan sólo a Colombia tuvo que comprarle 40 mil toneladas de leche, 60 mil de reses, 22 mil toneladas de carne, 26 mil de mantequilla y aceite, y hasta 32 mil cajas de huevos.

Y esto bajo la presión enorme del plebiscito del 8-D.

Mientras, la población de menores recursos luce ahorcada en los supermercados, bodegas y mercaditos callejeros por el desprendimiento del galope de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.

Y ante el desconcierto Maduro, pretende atacar con la creación de un grandílocuo “Órgano Superior de la Economía” para luchar contra este King Kong inflacionario y esta perturbadora escasez desde unas “Salas de Batalla Social” que él dirigiría personalmente desde el búnker (del alemán bunker: construcción hecha de hierro y hormigón que se utiliza en las guerras para protegerse de los ataques, tanto de la aviación como de la artillería), como si fuera el Chávez de ayer pero más desarticulado aún.

Porque el bombardeo sin maquillaje lo abarca todo.

Habrá quien se pregunte cuál bombardeo: ¿el del chavismo o el del antichavismo?

Se aprecia que “sectores de la revolución, que no perciben a Maduro como garante de la continuación del proceso” pretenden justificar el descontento “afirmando que los Castro tienen autoridad sobre Miraflores”. Mientras, desde el otro ángulo, una veterana cabeza de lúcida inteligencia, desmenuza la situación destacando que el mando es una cualidad militar y de los grandes líderes políticos “que no se observa aquí. Ni en los partidos ni en la FAN, dentro de la cual no hay consenso”.

Y uno, el civil, no sabe si es cierto, pero las últimas decisiones de Maduro son las de encadenar diariamente al país con unos supuestos “Noticieros de la Verdad”, intentar un lavado cerebral más completo y agitar el espantapájaros de supuestos planes de la derecha. Lo que lo obliga a uno a pensar en un gobierno inseguro y cogido por las canillas, pues las interrogantes están saltando como canicas. Sobre todo una: ¿no hay consenso sobre quién realmente tiene el mando?

Chávez era un líder: mandaba, aunque nunca gobernó.

“A él le formaron los gobiernos”, como dice mi amigo Faraco. “El primero, Miquilena, y el segundo la inteligencia cubana. Pero para manejar el TSJ y el Poder Legislativo. No el Gobierno”. Y desde ahí controló (o descontroló) el comportamiento nacional.

Ahora hoy a su sucesor se le percibe como un hombre “que no es ni siquiera de aparato: un educado en la subalternidad”.  Se le avista errático ante una ficción gubernamental heredada del líder, aunque sin aquella legendaria capacidad de mando.

Entonces, la pregunta de rigor es: ¿quién manda? ¿Por qué anda viendo conspiraciones hasta en la sopa si la única manera (hipotética) de que la FAN se mueva es al mando de los chavistas. A nadie se le ocurre que el Gobierno pudiese tolerar la existencia de, digamos, ocho batallones de escuálidos en su seno, enemigos a muerte del sistema. Menos con una oposición desconectada de todo conflicto.

No. No puede ser la Oposición, como intenta venderle Maduro a sus correligionarios (y él lo sabe), la que en el terreno fáctico estaría a punto de generarle un 27 de Febrero o un “Caracazo” y con éste una vuelta de campana completa.

No. Aquí pareciera más bien que lo que se estaría viviendo –y ojalá uno se equivoque–  es el preludio de una onda autodestructiva.

El preludio de una implosión.

Lo que obliga nuevamente a servirse un trago. (¡Ah, caramba. Ahora no hay whisky. Ni tampoco cráteres).

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