Cuando la democracia no goza de un buen estado de salud son muchas las
evidencias que se observan y no tiene necesariamente que ver con la ausencia de
ésta, así como tampoco que volvamos al momento inicial o predemocrático. De
modo que, aun dentro del sistema democrático, lleno de elecciones, consultas,
libertades claramente visibles y apreciables, etc., podemos, sin embargo, hacer
severas observaciones acerca de la calidad de la misma.
Nadie duda, oficialistas y opositores, que en Venezuela la democracia se
encuentra en delicado estado de salud, no agoniza pero anda mal. Cuando
observamos que las élites políticas actúan más en la búsqueda de su propio
beneficio que en la satisfacción de los problemas más urgidos de la población,
podemos confirmar el diagnóstico.
En los últimos días los medios de comunicación han venido señalando el
grave deterioro del sistema público de salud, nada nuevo, pero adquiere una
intensidad colosal. Poco a poco los medios hicieron público un diagnostico
conocido pero oculto por el gobierno. No se trataba solo del pésimo estado de
las instalaciones, sino también, de la paralización de una serie de servicios
vitales para asegurar la calidad de vida de los enfermos. Al final, la ministra
no aguantó el peso de las evidencias y reconoció todo cuanto los medios
señalaron.
Pero mientras unos enfermos de cáncer ven deteriorar su salud porque los
equipos están inservibles, los jerarcas del gobierno rápidamente muestran su
talante; para ellos, Maduro and company, la agenda no es la que impone la realidad
sino la que les permite seguir manipulando la opinión pública: el magnicidio
como sopapo a la realidad. Ahora unos primos de los “paracachitos” del 2004 son
detectados por nuestro Sherlock Holmes, Mayor General Rodríguez Torres.
Lo comentado nos da cierta idea del estado de salud de nuestra democracia.
Por un lado, un gobierno para quien el arcana imperii es la razón del ejercicio
del poder y no la de estar abiertos a los ojos de los ciudadanos. Un gobierno
lleno, hasta más no poder, de ocultamientos y de unos niveles de opacidad pocas
veces visto en regímenes democráticos. Así, el uso de la manipulación, la
propaganda y el marketing se convierten en el arma para el control de la agenda
y hacer de la política un show, un espectáculo: unos sicarios colombianos,
porque no podían ser de aquí, había que importarlos como todo en este país,
vienen a atentar contra la vida de… paja y gramínea.
Los servicios de inteligencia del país detectaron una conspiración en algún
país del mundo de cierto expresidente con algún presidente imperial debidamente
acompañados de una derecha apátrida. De lo que no fueron capaces fue de
detectar dentro de nuestras propias fronteras que los anaqueles de los
supermercados están vacíos, que la inflación diluye los salarios de los trabajadores,
que el hampa decretó toque de queda; que los equipos de radioterapia no
funcionan, que todas las semanas hay decenas de huelgas y reclamos por el mal
funcionamiento de las empresas estatales y por las deudas contractuales con los
trabajadores; en fin, que el país se nos viene abajo
La verdad es que el gobierno –el madurismo- sabe que ha sido incompetente
para dirigir al país. De allí que la manipulación de la realidad se convierta
en el desiderátum para los burócratas del gobierno; sacar de la agenda, del
conocimiento público la realidad del país y suplantarla por la ficción, de modo
que la política del espectáculo hará que el aburrimiento y el hastió por la
política se siembre y se apodere de la conciencia ciudadana.
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