Si el tema no tuviera un trasfondo trágico
podría decirse que se trata esa, la de pedir perdón, de una nueva moda de la
política chilena. Estoy hablando, para que me entiendan, del perdón por la
responsabilidad que cada uno siente por los luctuosos acontecimientos que
posibilitaron y rodearon al golpe de 1973.
Hay en efecto peticiones de perdón de los de
izquierda, de los de derecha y hasta de quienes ya no son ni lo uno ni lo otro,
pero de algún modo, todavía después de cuarenta años, se sienten culpables. Lo
nuevo del hecho es que esta vez se trata de la petición de un perdón político,
es decir, de un perdón no igual al perdón religioso o al perdón civil o al
perdón personal, niveles en los cuales practicamos el arte de la “perdonación”
(palabra deliberadamente inventada).
Quiero decir: No se trata del perdón de Dios.
Ni del perdón civil ante la trasgresión a una ley. Ni del solicitado de persona
a persona, pues la política no es práctica personal sino colectiva. ¿De cuál
perdón estamos hablando?
O lo que es lo mismo: ¿Es la política el
lugar más adecuado para solicitar perdón? ¿O será que cuando pedimos perdón en
la política estamos pidiendo perdón por algo que no tiene nada que ver ni con
la idea del perdón ni con la idea de la política?
La idea del perdón es religiosa y por lo
mismo moral. Tiene su origen en el sentimiento de culpa pues no puede haber
perdón sin culpa. La culpa viene del hecho de haber transgredido una ley,
religiosa o moral. Pero a la vez, ya lo dijo Paulo de Tarso, la ley crea a la
culpa. Antes de la ley—obvio— no podemos ser culpables de nada. Luego, la culpa
viene de un no acatamiento a la ley, o de sus sucedáneos: la regla o norma, sea
oral o escrita.
La contravención a la ley religiosa recibe el
nombre de pecado. En el espacio civil se conoce como delito. En el espacio
personal se conoce como “falta” (infidelidad, traición). Por lo mismo, no todo
delito es pecado ni todo pecado es delito, ni todo pecado o delito es una falta
personal y viceversa. De ahí que es muy importante aclarar si es que los que se
sienten culpables en la política lo sienten con respecto a un pecado, con
respecto a un delito, o con respecto a faltas cometidas a determinadas
personas. (por ejemplo, si alguien denuncia a un amigo personal por haber
cometido un crimen, cumple ante la Ley, quizás ante Dios, pero falta a la
amistad)
Si los políticos se sienten culpables con
respecto a un pecado, es decir, frente a Dios o frente a la ley religiosa, el
lugar adecuado para pedir perdón debería ser una iglesia. Si lo sienten con
respecto a un delito, el lugar adecuado debería ser un tribunal de justicia. Y
si lo sienten a título personal, el lugar adecuado debería ser un espacio de
conversación —una habitación, una cafetería— con las personas afectadas. ¿Y en
la política? Ahí está el problema. ¿Cuál es el lugar para pedir perdón en la
política?
O mejor: ¿A quién pedimos perdón cuando
pedimos perdón en la política? ¿A la historia, a la nación, a la sociedad, a la
moral pública? En todos esos casos se trata de entidades muy abstractas las que
al ser tan abstractas no están en condiciones de otorgar perdón a nadie. De
modo que cuando un político pide perdón en la política lo pide a quien no puede
perdonar. Es decir, se trata de una petición de perdón a nadie. Y en ese caso
la petición de perdón, al no haber posibilidad de perdón, se transforma en una
coartada, a saber: pedir perdón para no pedir perdón.
La política, dicho en breve, no es el lugar
del perdón. Quién pide perdón político o perdón en la política actúa fuera de
lugar. ¿Y si un político se siente culpable y quiere pedir de todas maneras
perdón? Pues, que vaya a los lugares del perdón y pida ahí perdón por sus
pecados, delitos o faltas.
El perdón solo se puede pedir a quien está en
condiciones de otorgarlo o de negarlo. Eso significa, el destinatario no puede
ser jamás un objeto. Ha de ser siempre un sujeto, esto es, alguien quien al
perdonar o no perdonar se convierte en un sujeto del perdón. En síntesis, el
perdón solo puede ser solicitado de modo real, nunca de modo simbólico.
¿O es que nadie en la política —o en la
historia, como dicen los dementes— te absolverá? Por supuesto, la absolución
también existe en la política cuando existe de verdad arrepentimiento. Pero hay
que dejar claro que ese arrepentimiento solo puede ser mostrado en la política
no con peticiones públicas de perdón. La razón: la política es antes que nada
un lugar de acción.
Dicho así: La naturaleza de la política es la
acción política. La meditación y el pensamiento solo adquieren sentido en la
política cuando se traducen en acciones políticas. Por lo tanto, pedir perdón
en la política sin acciones que precedan o que continúen a esa petición es un
acto banal o inútil. Reitero: una coartada.
¿De que nos sirve la petición de perdón de un
político chileno si continúa afiliado a un partido cuya mayoría considera que
el golpe de Estado de 1973 fue una acción legítima? ¿Quién puede creer en el
perdón solicitado por un político de izquierda si continúa siendo miembro de un
partido que calla frente a las crímenes que cometen dictadores de “izquierda”?
El perdón en la política tiene otro nombre:
se llama rectificación. Rectificar es, además, una propiedad del pensar. Un
político que actúe sin pensar es una desgracia en la política, tanto como uno
que piensa sin actuar.
Solicitar perdón en la política sin haber
rectificado políticamente es un acto imperdonable, tan imperdonable como el
creyente que pide perdón a Dios sin haberse arrepentido de los actos que lo
llevan a pedir perdón. A la inversa, si ha habido rectificación en la política,
no será necesario pedir perdón a nadie.
No sé quienes son peores: los que incapaces
de rectificar no necesitan pedir perdón pues la culpa siempre será de los
“otros” y jamás de los “nos-otros”, o quienes piden perdón como un mero
sustituto de una rectificación que nunca han realizado.
fernando.mires@uni-oldenburg.de
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