sábado, 14 de septiembre de 2013

EGILDO LUJAN NAVA, DE LA OSCURIDAD AL “APAGÓN”,FORMATO DE FUTURO

Realmente, todo parece indicar que esta semana no hubo -como dijeron los habitantes de dieciocho estados venezolanos y de algunas partes de la Gran Caracas- una falla en el Sistema Eléctrico Nacional que, en ciertos lugares, se llegó a extender hasta el día siguiente en siete de esos mismos dieciocho estados.

Lo que sucedió, fue que la oscuridad predominante en la concepción gubernamental de la digna heredera de la que le precedió por catorce años, se hizo patente, perceptible, innegablemente real y demostró cuál es el espíritu de su verdadera conformación operativa, con la que para insatisfacción de millones de venezolanos, se ha propuesto seguir avanzando, por lo menos, hasta finales de la actual década.

Porque, de no ser así, ¿qué otra causa pudiera haber provocado semejante acontecimiento capaz, inclusive, de exigir que se le hermanara con lo que sucedió hace ya doce meses en el Centro Refinador Paraguaná?. ¿Un sabotaje? ¿De quién?. ¿Cómo?. ¿Por qué?. ¿Para qué?.

Hablar de sabotaje ante lo que fue calificado en todo el país como “apagón”, definitivamente, no se corresponde con los postulados de ese espíritu gobernante, empeñado en demostrar que sólo en socialismo es posible disfrutar de las bondades de una vida de calidad.

Si hay -o hubiera habido- un sabotaje en el Sistema Eléctrico Nacional que alguna vez fue modelo excepcional en su tipo para Latinoamérica y el resto del mundo, por ser el único en disponer de una línea de transmisión de alta tensión de 800 KW que cruza a la nación entera, en lo que eso se traduciría es que los obligados a resguardarlo, a protegerlo, incurrieron en el peor de los descuidos: no ocuparse de que fuera el cerebro funcional, eficiente y domador de miedos humanos a la oscuridad que, según el enfoque de todo autocalificado revolucionario, provoca el feo capitalismo.

A diario, millones de venezolanos están obligados a dedicarle horas de su vida útil a hacer “colas” entre las sombras de la madrugada, bajo el sol y agitados por la silenciosa carga de humillación que significa no poder escapar de esa obligación, para poder comprar dos kilogramos de harina precocida de maíz, ocho rollos de papel sanitario, si acaso un litro de aceite comestible y dos envases de margarina.

Es el costo adicional, el plus que debe pagar una sociedad  a la que le dicen a diario que la suya, es la supuesta forma de vida de calidad, y a la que se puede optar con el uso de menguados y destruidos bolívares por la subyacente inflación que se oculta entre las sombras de las Estadísticas del Banco Central de Venezuela y las subjetivísimas interpretaciones que realizan los intérpretes de las encuestas del Instituto Nacional de Estadísticas y de connotadas empresas privadas dedicadas a detectar qué impresión positiva se tiene de quienes están convencidos de que su forma de gobernar, es, por lo menos, un accionar gerencial fuera de serie.

El “apagón”, lamentablemente, anuló las repercusiones positivas que generó en la opinión pública el anuncio de que volverá la misión permuta; sí, esa misma que fue sepultada hace menos de cincuenta meses, después del velorio de las Casas de Bolsa, como de emprendedores que terminaron siendo acusados de aprovechadores ilegales de un delito que nunca existió. Y quizás esa anulación fue lo mejor que sucedió.

Tanto porque a los que hacen colas para adquirir alimentos a precios subsidiados y comprados también entre las tinieblas de la opacidad administrativa, poco les interesa saber qué diferencias existen entre Cadivi, permuta, Sicad y el Sitme. Como para los mismos empresarios que ya  no saben cómo mantener sus negocios activos, ante la indisponibilidad de divisas y unas subastas enfríadas por las repercusiones del veredicto del Ciadi contra Pdvsa y a favor de Conoco Phillips, y de haberle escuchado decir al Ministro de Finanzas, Nelson Merentes, que cambiar leyes rectoras del control de cambio no implicaba sepultar el modelo rector responsable de que los venezolanos vivan en el ambiente económico y social del presente.

En otras palabras, si la oscuridad predominante en la concepción gubernamental sigue siendo esa especie de santuario de cuyo sahumerio se nutren los que determinan qué hacer ante la tragedia de Amuay, con la falla del Sistema Eléctrico Nacional y la administración de divisas restringidas para la ciudadanía -más no para la élite rectora del megaestado empresarial venezolano- no hay razones para dudar que los apagones en el sistema de vida de los venezolanos, seguirán siendo el pan de cada, sin necesidad de usar trigo importado para confeccionarlo, mucho menos de maíz blanco producido eternamente en condiciones deficitarias.

Lo cierto es que decir ser venezolano, ante el resto del mundo equivale a exhibir la etiqueta de hijos de una Nación que se ufana de disponer de las reservas petroleras más grandes del planeta, y de contar con una enorme capacidad de producción de energía hídrica. Pero también de que apenas hace quince años gozaba de  la mayor capacidad de producción de electricidad de Latinoamérica, con niveles excedentarios para atender cierta demanda de Colombia y Brasil, y que en 2013 esté obligada a importar gas, gasolina y electricidad, además de alimentos y medicinas.

Los discursos destemplados de cierta burocracia, los encadenamientos forzosos de medios de comunicación masivos privados y el avasallamiento de las redes sociales, puertas adentro de los ostentosos despachos de quienes dicen gobernar, pudieran, ciertamente, aplacar las angustias burocráticas. Pero ante los ojos y forma de vida de casi treinta millones de sus compatriotas, eso no resulta suficiente cuando el juicio colectivo es contra el descuido y la incapacidad de los llamados a evitar que eso suceda y siga sucediendo.

La escasez y el desabastecimiento de los bienes esenciales de consumo masivo, los apagones en gran parte del territorio nacional, los racionamientos de todo tipo y típicos de economía de guerra a que se somete a los habitantes de Táchira, Zulia, Apure y Amazonas, definitivamente, no es el producto de sabotajes. Pero sí de una severa crisis de irresponsabilidad en las diferentes instancias de los gobiernos nacional, estadal y municipal. Asimismo, por supuesto, tampoco son ejemplos de sabotaje la indiferencia con la que se consideran las consecuencias que la escasez y el desabastecimiento provocan en el seno de las familias venezolanas.

¿Qué decirle a los venezolanos que, por el “apagón”, pudieran haber perdido a un familiar en alguna instalación médica pública o privada?. ¿Qué explicación se le ofrece a las industrias, comercios y demás empresas que se vieron afectadas por la carencia de servicio eléctrico, y cuyos costos adicionales son luego imputables al sostenimiento de dichas unidades productivas y al precios de los bienes y servicios que ofrecen a los consumidores?.

Ante los venezolanos, lo obvio es que la responsabilidad de lo sucedido no corre por cuenta de las iguanas, de las mallas que caen sobre tendidos eléctricos y demás justificaciones. Hay responsables, responsabilidades y, desde luego, la obligación de evitar que la falla en el Sistema Eléctrico Nacional, al igual que la escasez y el desabastecimiento de otros bienes y servicios, no termine por convertirse también en componente invariable del sistema de vida de todos los habitantes de Venezuela.

Salvo, por supuesto, que, como insisten en creer algunos pensadores ajenos a los vericuetos propios de quienes viven entre el poder, de su ejercicio y determinación inquebrantable de no dejar de controlarlo por las vías que sean, la peligrosa realidad económica, social, política y moral  que hoy agita la paciencia colectiva, les induzca a dar el paso que les corresponde para que ese cuadro desaparezca progresivamente. Es decir, gobernar para todos, gobernar con todos y procurar resultados satisfactorios para el reencuentro entre todos. Apoyándose, definitivamente, en un cambio profundo en el sistema de amarras que hoy funciona para que a esos que gobiernan, día a día, se le agote de manera acelerada su posibilidad de apelar a maniobras  que serenen, inclusive, a quienes perciben como sus súbditos por identidad ideológica.

Si no se produjera esa decisión que conecte a los amantes de la oscuridad con la potencialidad productiva y de progreso de un país que ya está agitado en sus entrañas por su negación silenciosa a aceptar seguir viviendo en un ambiente de peor calidad cada día,  definitivamente, serán pocas y de larga subsistencia las condiciones que garanticen un ambiente de no conflictividad en constante expansión.

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Edecio Brito Escobar
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