Realmente, todo parece indicar que esta semana no hubo -como dijeron los habitantes de dieciocho estados venezolanos y de algunas partes de la Gran Caracas- una falla en el Sistema Eléctrico Nacional que, en ciertos lugares, se llegó a extender hasta el día siguiente en siete de esos mismos dieciocho estados.
Lo que sucedió, fue que la oscuridad predominante en
la concepción gubernamental de la digna heredera de la que le precedió por
catorce años, se hizo patente, perceptible, innegablemente real y demostró cuál
es el espíritu de su verdadera conformación operativa, con la que para
insatisfacción de millones de venezolanos, se ha propuesto seguir avanzando,
por lo menos, hasta finales de la actual década.
Porque, de no ser así, ¿qué otra causa pudiera haber
provocado semejante acontecimiento capaz, inclusive, de exigir que se le
hermanara con lo que sucedió hace ya doce meses en el Centro Refinador Paraguaná?.
¿Un sabotaje? ¿De quién?. ¿Cómo?. ¿Por qué?. ¿Para qué?.
Hablar de sabotaje ante lo que fue calificado en todo
el país como “apagón”, definitivamente, no se corresponde con los postulados de
ese espíritu gobernante, empeñado en demostrar que sólo en socialismo es
posible disfrutar de las bondades de una vida de calidad.
Si hay -o hubiera habido- un sabotaje en el Sistema
Eléctrico Nacional que alguna vez fue modelo excepcional en su tipo para
Latinoamérica y el resto del mundo, por ser el único en disponer de una línea
de transmisión de alta tensión de 800 KW que cruza a la nación entera, en lo
que eso se traduciría es que los obligados a resguardarlo, a protegerlo, incurrieron
en el peor de los descuidos: no ocuparse de que fuera el cerebro funcional,
eficiente y domador de miedos humanos a la oscuridad que, según el enfoque de
todo autocalificado revolucionario, provoca el feo capitalismo.
A diario, millones de venezolanos están obligados a
dedicarle horas de su vida útil a hacer “colas” entre las sombras de la
madrugada, bajo el sol y agitados por la silenciosa carga de humillación que
significa no poder escapar de esa obligación, para poder comprar dos kilogramos
de harina precocida de maíz, ocho rollos de papel sanitario, si acaso un litro
de aceite comestible y dos envases de margarina.
Es el costo adicional, el plus que debe pagar una
sociedad a la que le dicen a diario que
la suya, es la supuesta forma de vida de calidad, y a la que se puede optar con
el uso de menguados y destruidos bolívares por la subyacente inflación que se
oculta entre las sombras de las Estadísticas del Banco Central de Venezuela y las
subjetivísimas interpretaciones que realizan los intérpretes de las encuestas
del Instituto Nacional de Estadísticas y de connotadas empresas privadas dedicadas
a detectar qué impresión positiva se tiene de quienes están convencidos de que
su forma de gobernar, es, por lo menos, un accionar gerencial fuera de serie.
El “apagón”, lamentablemente, anuló las repercusiones
positivas que generó en la opinión pública el anuncio de que volverá la misión
permuta; sí, esa misma que fue sepultada hace menos de cincuenta meses, después
del velorio de las Casas de Bolsa, como de emprendedores que terminaron siendo
acusados de aprovechadores ilegales de un delito que nunca existió. Y quizás
esa anulación fue lo mejor que sucedió.
Tanto porque a los que hacen colas para adquirir
alimentos a precios subsidiados y comprados también entre las tinieblas de la
opacidad administrativa, poco les interesa saber qué diferencias existen entre
Cadivi, permuta, Sicad y el Sitme. Como para los mismos empresarios que ya no saben cómo mantener sus negocios activos,
ante la indisponibilidad de divisas y unas subastas enfríadas por las
repercusiones del veredicto del Ciadi contra Pdvsa y a favor de Conoco Phillips,
y de haberle escuchado decir al Ministro de Finanzas, Nelson Merentes, que
cambiar leyes rectoras del control de cambio no implicaba sepultar el modelo
rector responsable de que los venezolanos vivan en el ambiente económico y
social del presente.
En otras palabras, si la oscuridad predominante en la
concepción gubernamental sigue siendo esa especie de santuario de cuyo
sahumerio se nutren los que determinan qué hacer ante la tragedia de Amuay, con
la falla del Sistema Eléctrico Nacional y la administración de divisas restringidas
para la ciudadanía -más no para la élite rectora del megaestado empresarial
venezolano- no hay razones para dudar que los apagones en el sistema de vida de
los venezolanos, seguirán siendo el pan de cada, sin necesidad de usar trigo
importado para confeccionarlo, mucho menos de maíz blanco producido eternamente
en condiciones deficitarias.
Lo cierto es que decir ser
venezolano, ante el resto del mundo equivale a exhibir la etiqueta de hijos de
una Nación que se ufana de disponer de las reservas petroleras más grandes del
planeta, y de contar con una enorme capacidad de producción de energía hídrica. Pero también
de que apenas hace quince años gozaba de la mayor capacidad de producción de
electricidad de Latinoamérica, con niveles excedentarios para atender cierta
demanda de Colombia y Brasil, y que en 2013 esté obligada a importar gas,
gasolina y electricidad, además de alimentos y medicinas.
Los discursos destemplados de cierta
burocracia, los encadenamientos forzosos de medios de comunicación masivos
privados y el avasallamiento de las redes sociales, puertas adentro de los
ostentosos despachos de quienes dicen gobernar, pudieran, ciertamente, aplacar las
angustias burocráticas. Pero ante los ojos y forma de vida de casi treinta
millones de sus compatriotas, eso no resulta suficiente cuando el juicio
colectivo es contra el descuido y la incapacidad de los llamados a evitar que
eso suceda y siga sucediendo.
La escasez y el desabastecimiento de los bienes
esenciales de consumo masivo, los apagones en gran parte del territorio
nacional, los racionamientos de todo tipo y típicos de economía de guerra a que
se somete a los habitantes de Táchira, Zulia, Apure y Amazonas,
definitivamente, no es el producto de sabotajes. Pero sí de una severa crisis
de irresponsabilidad en las diferentes instancias de los gobiernos nacional,
estadal y municipal. Asimismo, por supuesto, tampoco son ejemplos de sabotaje
la indiferencia con la que se consideran las consecuencias que la escasez y el
desabastecimiento provocan en el seno de las familias venezolanas.
¿Qué decirle a los venezolanos que, por el
“apagón”, pudieran haber perdido a un familiar en alguna instalación médica
pública o privada?. ¿Qué explicación se le ofrece a las industrias, comercios y
demás empresas que se vieron afectadas por la carencia de servicio eléctrico, y
cuyos costos adicionales son luego imputables al sostenimiento de dichas
unidades productivas y al precios de los bienes y servicios que ofrecen a los
consumidores?.
Ante los venezolanos, lo obvio es que la
responsabilidad de lo sucedido no corre por cuenta de las iguanas, de las
mallas que caen sobre tendidos eléctricos y demás justificaciones. Hay
responsables, responsabilidades y, desde luego, la obligación de evitar que la
falla en el Sistema Eléctrico Nacional, al igual que la escasez y el desabastecimiento
de otros bienes y servicios, no termine por convertirse también en componente
invariable del sistema de vida de todos los habitantes de Venezuela.
Salvo, por supuesto, que, como insisten en creer
algunos pensadores ajenos a los vericuetos propios de quienes viven entre el
poder, de su ejercicio y determinación inquebrantable de no dejar de controlarlo
por las vías que sean, la peligrosa realidad económica, social, política y
moral que hoy agita la paciencia
colectiva, les induzca a dar el paso que les corresponde para que ese cuadro
desaparezca progresivamente. Es decir, gobernar para todos, gobernar con todos
y procurar resultados satisfactorios para el reencuentro entre todos. Apoyándose,
definitivamente, en un cambio profundo en el sistema de amarras que hoy
funciona para que a esos que gobiernan, día a día, se le agote de manera
acelerada su posibilidad de apelar a maniobras que serenen, inclusive, a quienes perciben
como sus súbditos por identidad ideológica.
Si no se produjera esa decisión que conecte a los
amantes de la oscuridad con la potencialidad productiva y de progreso de un
país que ya está agitado en sus entrañas por su negación silenciosa a aceptar
seguir viviendo en un ambiente de peor calidad cada día, definitivamente, serán pocas y de larga
subsistencia las condiciones que garanticen un ambiente de no conflictividad en
constante expansión.
egildolujan@gmail.com
Edecio Brito Escobar
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