miércoles, 4 de septiembre de 2013

EDILIO PEÑA, EL MUTILADO

La poderosa condición del ser humano no necesariamente se transparenta a través de aquello que lo identifica de inmediato: su cuerpo. 

Lo que hay dentro de sí y lo moviliza, va más allá de una belleza magnífica, que la mirada no puede retener ni poseer; un espíritu que no sucumbe ante la depredación del tiempo; una voluntad que la muerte pareciera no rendir jamás. 

Sin embargo, esa fragilidad corporal que algunos llevan con nobleza y dignidad, y otros, con prepotencia o vanidad, es acechada por la desaparición definitiva, o la mutilación. 

Aunque se ignora si la conciencia perdura -para advertir y testimoniar después-, una vez que la muerte arropa el cuerpo en su último suspiro. Pero si una parte del cuerpo llega a sobrevivir junto con la misma conciencia en zozobra, la fe seguirá acompañando al ser, con  fuerza y determinación, ese misterio que esconden la carne y los huesos. Mas perder una mano, un ojo, o una pierna, no es lo mismo que perder el alma. Porque el cuerpo está hecho de partes y el alma de totalidad.

Los milagros del altruismo  y el arte dan cuenta de esa intangible condición con la que está fraguada la multiplicidad del ser humano. Las obras de William Shakespeare, o de la madre Teresa de Calcuta, hablan de esos espíritus que trascendieron su propia existencia física, a través de un apasionado y amoroso peregrinaje.

Existe un alpinista que perdió sus dos pies al caer de una alta montaña; la desazón producida por tal pérdida, lo llevó a crear una prótesis singular, que a la ciencia de la mecánica motriz no se le había ocurrido antes para ciertos inválidos, y con la cual el alpinista volvió a escalar la cima desde donde acostumbra a contemplar los crepúsculos de la inmensidad, y a la que la pasión de su galopante corazón, no podía renunciar. "Un hombre puede ser destruido, pero nunca vencido...", escribió con obstinada convicción Ernest Hemingway, en su novela El viejo y el mar, mucho antes de que en una inusual paradoja, el invicto escritor, segara su vida con un disparo en la boca.

Franklin Brito, en una especie de ascesis, eligió superar su cuerpo para defender sus derechos y dignidad. Su épica comenzó mutilándose el dedo de una mano. El gobierno venezolano no entendió la magna lección de ese hombre al enfrentar la soberbia del poder. Tampoco el pueblo venezolano. Ambos lo vieron morir con precaria solidaridad y compasión. Ninguno de los dos se involucró en su padecimiento y cruzada. No se sabe si por cobardía o egoísmo. Para ese entonces, el director de Telesur lo despreció, al expresar que Franklin Brito ya olía a formol. El alma de Franklin Brito fue tan poderosa que el gobierno creyó que  al secuestrar su cuerpo y confinarlo en el hospital militar, podría doblegar su templanza. Brito, desde allí, siguió dando ejemplos de luz y trascendencia. Superó los sentimientos encontrados. Antes de morir perdonó a su verdugo: el presidente Hugo Chávez Frías. Contrario a lo que ocurrió cuando este falleció, la mitad del país no perdonó la naturaleza de su crueldad; y la otra, que lo siguió con fervor ciego, olvidó rápidamente su funesto relámpago. La memoria también puede ser mutilada.

En el holocausto nazi, el cuerpo del pueblo judío, fue perseguido, mutilado y exterminado con saña, por la maquinaria del horror; pero después de haber vivido tan atroz tragedia, ese pueblo edificó su destino en el desierto. Los hornos crematorios no lograron convertir en ceniza su alma. Alma  que preserva con celo, de las amenazas del nuevo terrorismo.

El pueblo venezolano, sin haber vivido una tragedia comparable, actúa en su desventura como un pueblo con el alma mutilada.

Mientras la realidad no lo atrape, personalmente, cree que vive en  libertad o democracia. La disociación lo guía, llevándolo a la conducta del absurdo. Alienta saber que no todos los venezolanos actúan así, porque despertaron antes de que  le arrancaran el corazón de sus sueños.

En la huelga de hambre de los universitarios, cuando varios de ellos cosieron su boca en demanda de sus justos derechos, la solidaridad llegó de manera insólita, y  el asombro, desorbitó los ojos: otros, con menos espíritu para la entrega, se sumaron a la huelga, sólo por unas horas, para luego, como si hubiesen concluido una dieta para reducir peso, saciar el hambre en un buen restaurant.

Aconteció con ese canal de televisión privado, que después de ser beligerante y crítico, cerró su programación en una negociación de venta y compra, beneficiando a jerarcas del gobierno, y salvando el capital de sus dueños iniciales, pero no el de Venezuela. En ciertos negocios, es costumbre  hacer fortuna con la noticia de la desgracia ajena, sin dar explicaciones a la audiencia.

El sentido de pertenencia para algunos, sólo corresponde a las necesidades que determinan la ambición del cuerpo donde está aprisionada la mente, pero no la del alma. Los primeros, son los peores mutilados.

edilio2@yahoo.com

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