La poderosa condición del ser humano no necesariamente se transparenta a
través de aquello que lo identifica de inmediato: su cuerpo.
Lo que hay dentro
de sí y lo moviliza, va más allá de una belleza magnífica, que la mirada no
puede retener ni poseer; un espíritu que no sucumbe ante la depredación del
tiempo; una voluntad que la muerte pareciera no rendir jamás.
Sin embargo, esa
fragilidad corporal que algunos llevan con nobleza y dignidad, y otros, con
prepotencia o vanidad, es acechada por la desaparición definitiva, o la
mutilación.
Aunque se ignora si la conciencia perdura -para advertir y
testimoniar después-, una vez que la muerte arropa el cuerpo en su último
suspiro. Pero si una parte del cuerpo llega a sobrevivir junto con la misma
conciencia en zozobra, la fe seguirá acompañando al ser, con fuerza y determinación, ese misterio que
esconden la carne y los huesos. Mas perder una mano, un ojo, o una pierna, no
es lo mismo que perder el alma. Porque el cuerpo está hecho de partes y el alma
de totalidad.
Los milagros del altruismo y el arte
dan cuenta de esa intangible condición con la que está fraguada la
multiplicidad del ser humano. Las obras de William Shakespeare, o de la madre
Teresa de Calcuta, hablan de esos espíritus que trascendieron su propia
existencia física, a través de un apasionado y amoroso peregrinaje.
Existe un alpinista que perdió sus dos pies al caer de una alta montaña; la
desazón producida por tal pérdida, lo llevó a crear una prótesis singular, que
a la ciencia de la mecánica motriz no se le había ocurrido antes para ciertos
inválidos, y con la cual el alpinista volvió a escalar la cima desde donde
acostumbra a contemplar los crepúsculos de la inmensidad, y a la que la pasión
de su galopante corazón, no podía renunciar. "Un hombre puede ser
destruido, pero nunca vencido...", escribió con obstinada convicción
Ernest Hemingway, en su novela El viejo y el mar, mucho antes de que en una
inusual paradoja, el invicto escritor, segara su vida con un disparo en la
boca.
Franklin Brito, en una especie de ascesis, eligió superar su cuerpo para
defender sus derechos y dignidad. Su épica comenzó mutilándose el dedo de una
mano. El gobierno venezolano no entendió la magna lección de ese hombre al
enfrentar la soberbia del poder. Tampoco el pueblo venezolano. Ambos lo vieron
morir con precaria solidaridad y compasión. Ninguno de los dos se involucró en
su padecimiento y cruzada. No se sabe si por cobardía o egoísmo. Para ese
entonces, el director de Telesur lo despreció, al expresar que Franklin Brito
ya olía a formol. El alma de Franklin Brito fue tan poderosa que el gobierno
creyó que al secuestrar su cuerpo y
confinarlo en el hospital militar, podría doblegar su templanza. Brito, desde
allí, siguió dando ejemplos de luz y trascendencia. Superó los sentimientos
encontrados. Antes de morir perdonó a su verdugo: el presidente Hugo Chávez
Frías. Contrario a lo que ocurrió cuando este falleció, la mitad del país no
perdonó la naturaleza de su crueldad; y la otra, que lo siguió con fervor
ciego, olvidó rápidamente su funesto relámpago. La memoria también puede ser mutilada.
En el holocausto nazi, el cuerpo del pueblo judío, fue perseguido, mutilado
y exterminado con saña, por la maquinaria del horror; pero después de haber
vivido tan atroz tragedia, ese pueblo edificó su destino en el desierto. Los
hornos crematorios no lograron convertir en ceniza su alma. Alma que preserva con celo, de las amenazas del
nuevo terrorismo.
El pueblo venezolano, sin haber vivido una tragedia comparable, actúa en su
desventura como un pueblo con el alma mutilada.
Mientras la realidad no lo atrape, personalmente, cree que vive en libertad o democracia. La disociación lo
guía, llevándolo a la conducta del absurdo. Alienta saber que no todos los
venezolanos actúan así, porque despertaron antes de que le arrancaran el corazón de sus sueños.
En la huelga de hambre de los universitarios, cuando varios de ellos
cosieron su boca en demanda de sus justos derechos, la solidaridad llegó de
manera insólita, y el asombro, desorbitó
los ojos: otros, con menos espíritu para la entrega, se sumaron a la huelga,
sólo por unas horas, para luego, como si hubiesen concluido una dieta para
reducir peso, saciar el hambre en un buen restaurant.
Aconteció con ese canal de televisión privado, que después de ser
beligerante y crítico, cerró su programación en una negociación de venta y
compra, beneficiando a jerarcas del gobierno, y salvando el capital de sus
dueños iniciales, pero no el de Venezuela. En ciertos negocios, es
costumbre hacer fortuna con la noticia
de la desgracia ajena, sin dar explicaciones a la audiencia.
El sentido de pertenencia para algunos, sólo corresponde a las necesidades
que determinan la ambición del cuerpo donde está aprisionada la mente, pero no
la del alma. Los primeros, son los peores mutilados.
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