NICOLÁS
A LA INTERMPERIE, Y LLUEVE
Hace
rato que el régimen perdió la mayoría electoral, pero lo notable ahora es la
ruina política en la que se encuentra eso que, con indulgencia, llaman el
gobierno de Maduro. Los estudios de opinión expresan su hundimiento
catastrófico. No esa cosa mutante de la popularidad, carrusel de esperanzas de
los políticos, sino de algo más profundo, denso y calamitoso: la defunción de
un proyecto que no da de sí, que se estiró, se volvió a estirar, se corrompió y
se hizo pedazos: ahora ni el alcohol lo desinfecta ni el formol lo conserva.
Los
estudios de opinión más recientes, los que trabajan con el Gobierno, los que
trabajan con la oposición, los que trabajan un ratico aquí y otro allá,
reflejan igual fenómeno: Nicolás Maduro no da la talla, el Gobierno estalla en
mil pedazos, el apoyo se desvanece. Lo curioso es que si se apela a la
matemática nicolástica, no es el descontento de la "mitad
mayoritaria" en contra de la roja "mitad minoritaria", sino que
superada en cierta medida la polarización superficial, se trata de todo país
enfrentado a un régimen que no da pie con bola, que se equivoca todo el tiempo
y se engolosina con el desastre.
El
país chavista ha llegado a una constatación simple que de tan obvia se había
pasado por alto: Nicolás no es Chávez; no porque Chávez haya hecho obra útil,
sino porque podía barnizar sus naufragios y hacerlos aparecer como turismo de
aventura en el Mar de los Sargazos.
El
cataclismo de opinión pública del Gobierno es difícilmente reversible. Podría
ocurrir, porque nada es imposible, pero sus probabilidades son pequeñas.
Nicolás ni habla con sindéresis ni se calla con prudencia; ni hace algo que se
pueda reconocer como positivo ni deja de insultar.
Dejó
de ser Maduro en el intento de ser Chávez y se paralizó a medio camino, como
una mezcla de los barones del proceso, Diosdado Cabello, Rafael Ramírez y Pedro
Carreño, con su pizca de Jorge Giordani. Nicolás quedó atrapado en las
experimentadas garras de los mayoristas del chavismo. Ni avanza con la fantasía
proletaria (y se lo reclaman), ni retrocede con el pragmatismo de los náufragos
(no lo dejan), ni sabe dónde está el Norte, tampoco por dónde sale el sol.
Perdió esa cosa bonita que tenía, la ignorancia en banderola, para sustituirla
por la sabiduría borbónica, de los que ni aprenden ni olvidan.
POCAS
OPCIONES.
Ante
el desastre, las ocurrencias desesperadas abundan: reflotar la tesis del
magnicidio; luego breves incursiones en las culpas de la IV República; hasta
llegar al argumento según el cual los opositores tienen la capacidad de
sabotear el sistema eléctrico. Los propagandistas del régimen no advierten que
esas proposiciones implican, respectivamente, que el país está tan inseguro que
Nicolás tiene miedo; que el último gobierno fue el de Chávez y que las culpas
allí están sembrada (nadie se acuerda de la "IV República"); y,
finalmente, que si la oposición tiene músculo para apagar la luz también lo
tendría para apagar el gobierno. Todas estas son bobadas provenientes del
desespero.
Las
opciones oficialistas ante esta situación son dramáticas. No es desconocer que
eventualmente se pueda sacar de la manga una medida milagrosa, esta vez con el
reparto de más panes (Nicolás: no sumes peces y panes en una sola palabra; no
es sano para la salud) que podría ser facilitado por el incremento del ingreso
petrolero generado por la crisis Siria. Sin embargo, si se proyecta la
situación que hoy existe, hay que convenir en que ya los rojos no tienen
mayoría política ni electoral; la posibilidad de que vuelvan a perder las
elecciones se incrementa; y en la hipótesis de que la oposición gane las elecciones
y no haya fraude es obvio que lo que sigue es la petición de renuncia de
Maduro, tanto por parte de chavistas decepcionados como de los demócratas, o
que se produzca un tsunami para la convocatoria de la Asamblea Nacional
Constituyente que llamaría a nuevas elecciones presidenciales.
El
Gobierno sabe que eso es lo que ocurriría. El propio chavismo, que ya atribuye
la debacle actual a la gestión del madurismo-leninismo, clamaría por nuevas
elecciones presidenciales para probar con el insumergible Diosdado Cabello o
con algunos de los aspirantes alternos como José Gregorio Vielma Mora, Rafael
Ramírez o con quien hace campaña a diario, el ministro Miguel Rodríguez Torres.
Ante
ese panorama considerado inaceptable por Nicolás y su entorno cercano, las otras
dos opciones son las de un fraude más descomunal que los anteriores o la
suspensión de las elecciones. Ambas situaciones conducirían a una crisis que,
por ahora, no parece tener cauces institucionales viables.
Es
posible que estos tiempos sean demasiado largos para la situación que vive el
país; el gobierno espera desde hace unos meses un "estallido social"
y debe poseer mucha más información que la que se puede obtener a través de los
asfixiados medios de comunicación. Pero en la calle se siente el latido de la
furia; el ciudadano común está de a toque.
LA
OPOSICIÓN.
Por
ahora, la oposición mayoritaria está centrada en las elecciones. Allí se ha
garantizado una apreciable unidad electoral de los partidos, con temas
pendientes que podrían ser solventados con algún talento y menos
autosuficiencia. Lo que no existe es una dirección política que se plantee el
tema del poder, que nadie se lo va a quitar a Maduro pero parece que se le va a
caer entre los dedos de tanto manoseo y desperdicio. El poder pareciera que a
corto plazo va a estar en la calle, desparramado, sin que los que lo han tenido
puedan conservarlo y sin que los opositores más conspicuos se propongan
recogerlo.
Nunca
es de descartar que el gobierno pueda intentar rehacer el juego, mediante la
represión o, al contrario, mediante una audaz política de alianzas. Sin
embargo, la represión tiene sus límites y las alianzas, por su lado, requieren
un cambio de políticas que, hasta la fecha, se le ha hecho imposible a Nicolás
(él dice que quiere) por el chantaje que tiene a su izquierda.
Entre
el precio del petróleo y la exasperación social se mueve el corto plazo. Sin
considerar que se oye el resuello del descontento cívico-militar por el
entreguismo gubernamental a Guyana, tanto en el territorio en reclamación como
en la fachada atlántica.
La
convocatoria a nuevas elecciones presidenciales para subsanar las consecuencias
del fraude y para restablecer la democracia poco a poco se constituye de nuevo
en objetivo de los factores democráticos. Es una vía pacífica y constitucional
que se obtendría mediante la Constituyente o con la generosa colaboración de
Nicolás, si coopera con su renuncia para avanzar en la transición. Lo que no
parece posible es que el statu-quo se prolongue por seis años. Por cierto,
nuevas elecciones también serían una vía para que los chavistas escojan su
candidato presidencial con la libertad que el finado les negó.
Twitter
@carlosblancog
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