sábado, 10 de agosto de 2013

SIMON GARCIA., PRIMERO, LO PRIMERO.

Todas las vías constitucionales están abiertas. Pero ahora es inoportuno desviarnos hacia un debate sobre la naturaleza del Estado y acordarse en los cambios a incorporar en una Constiitución ideal. La constitución real es ganar contundentemente el 8 de diciembre.  Sin distracciones ni debates por los rincones de la sociedad.

El 14 de abril despuntó, con vigor extraordinario, un nuevo ciclo político. Allí brotó este pasaje de  alta tensión que busca avanzar, doblegando los empeños de enquistarle a la sociedad un régimen neototalitario, hacia una reinvención de la democracia y de la noción de progreso.


            Es una fase inédita, por las incidencias de un gobierno que combina elementos democráticos y autoritarios, llena de incertidumbres y contradicciones. Pero lo que emerge, en oposición al constinuismo y la conservación de privilegios de poder, es una alternativa que se está conformando en torno a Henrique Capriles.

           
En esta transición se está dilucidando si las fuerzas de la unidad y el progreso son o no mayoria irrefutable. Mientras la llegada sea por nariz, el poder podrá mover sus manos para generar dudas o esconder su derrota. Hará lo que sabe, legalizarse a sí mismo en vez de esclarecer lo cuestionado. El CNE y la CSJ se negaron a procesar debidamente la impugnación y extendieron una carta de legalidad sin constatar la legitimidad del proclamado.

             El problema es que esta fase se puede prolongar más de lo debido, particularmente si un errado optimismo nos hace tomar un atajo, incurrir en distracciones o caer en  emboscadas montadas por los aparatos oficialistas. Hoy no hay nada que sustituya la ruta que conduce a conquistar la condición de mayoría a través de luchas sociales y políticas, metiéndose dentro de la gente y acumulando éxitos parciales que se traduzcan en nuevas y contundentes victorias electorales.

             A Capriles, la Mud, las organizaciones  comprometidas con el cambio  y los ciudadanos de a pie nos corresponde llevar a la práctica aquellas acciones destinadas a colocar en el gobierno a las fuerzas que han resistido las embestidas oficiales. Sin espejismos ni falsas polaridades.  

            La tarea puede lograrse, democrática y constitucionalmente, incluso en un tiempo menor al marcado por el final de este período presidencial. Primero porque la aspiración a que esa sustitución ocurra pacíficamente se está convirtiendo en un concenso implícito. Segundo, porque las fuerzas de cambio democrático saben que no pueden repetir el error de actuar sin tomar en cuenta, incluso sin defender, los derechos del pueblo chavista que va a seguir teniendo una proporción significativa en la sociedad. Y tercero porque Maduro es un error que si correjimos entre todos, le saldrá menos costoso al país.

            Su declive es inevitable porque su retrovolución está llevando al gobierno y a toda la sociedad a un precipicio ruinoso. Nos acercamos con velocidad galáctica al hueco negro donde van a explotar todos los fracasos de distintas magnitudes y ámbitos: inseguridad, inflación, desabastecimiento, endeudamiento, pérdida de soberanía o el simple derecho a convivir teniendo proyectos de país distintos y opuestos.

            El interés de la alternativa es evitar que ese momento llegue y comenzar la reconstrucción de la nación antes que se profundicen los daños. Pero acortar los tiempos obliga a extender la convicción de que es una tragedia mantener la situación tal y como está, especialmente en la gente situada en la otra acera. La pérdida continuada de país no favorece a ninguna de las dos mitades en pugna.

            El desafío consiste en ganar democráticamente una competencia que no transcurre democráticamente. Para estar a la altura de ese reto la alternativa debe añadir a su enraizamiento social, la consistencia ética y la narrativa del país que se quiere. Sin llenar esos requisitos habrá números sin calidad.

            Tampoco habrá mayoría legítima si se subestiman las competencioas electorales, que a fin de cuenta son el criterio para medir la relación de fuerza entre los contendores actuales y producir la alternabilidad en el mando. Allí reside la trascendencia de las elecciones del 8 de diciembre: elegir los mejores Alcaldes y concejales y reafirmar que existe la fuerza suficiente para girar el rumbo del país.

            Todas las vías constitucionales están abiertas. Pero ahora es inoportuno desviarnos hacia un debate sobre la naturaleza del Estado y acordarse en los cambios a incorporar en una Constiitución ideal. La constitución real es ganar contundentemente el 8 de diciembre.  Sin distracciones ni debates por los rincones de la sociedad.

             Sólo después de ese triunfo, habrá mucho país que discutir.

@garciasim

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