No
fue sorpresiva la despedida de Leopoldo Castillo después de doce años al frente
de su programa Aló Ciudadano, sin duda el más importante de Globovisión. Su
formato que permitía la participación telefónica de los televidentes, logró lo
que hasta entonces apenas conseguían las telenovelas: una audiencia cautiva, un
público leal que se acomodaba religiosamente cada tarde ante las pantallas de
sus televisores, para ver y oír a las figuras más conspicuas de la oposición
venezolana en todos sus ámbitos.
No
fue solo la dirigencia política adversaria del chavismo la que desfiló día tras
día por el canal de la Alta Florida, sino los médicos venezolanos humillados
por el socialismo del siglo XXI cuya preferencia por los profesionales y no tan
profesionales cubanos ha sido una bofetada continua para esos compatriotas.
Desfilaron y pudieron dejar oír sus voces, el personal y los pacientes de
hospitales que se encuentran en ruinas, las madres y esposas de víctimas de la
violencia hamponil y de la violencia oficialista, como son los presos
políticos. Expusieron sus angustias los economistas y los expertos petroleros
que nos anunciaron día a día el derrumbe económico de nuestro país, ese que es
hoy inocultable aunque ya no exista esa Globovisión como tribuna para esas y
otras denuncias.
Asistieron
los educadores que se oponían al adoctrinamiento de los niños y jóvenes de este
país y fueron escuchados los denunciantes de mil y un hechos de corrupción
cometidos impunemente por funcionarios chavistas de distintos despachos y
jerarquías. Y la gente de la provincia, esa a la que hoy no le llegan alimentos
ni medicinas y debe desplazarse hasta las colas caraqueñas por un litro de
aceite, un paquete de harina o unos rollos de papel higiénico, tuvo la
posibilidad de hacer conocer las miserias en que mantienen a sus poblaciones,
gobernadores y alcaldes rojos rojitos.
Encontraron
un lugar donde expresarse escritores, historiadores, artistas plásticos y
actores que realizaron su obra con críticas a la seudo revolución socialista o
simplemente no quisieron caletrear la cartilla del pensamiento único impuesta
por el chavismo a los intelectuales. Y, lo más importante, mientras el gobierno
iba copando el espectro radiofónico y audiovisual del país, para taladrar las
mentes del pueblo con sus realizaciones de mentira, su obra social de fantasía,
su populismo barato y obsceno y lo peor, su odio hacia el adversario político;
Globovisión era el único canal que transmitía los actos públicos y demás
actividades de la Oposición sin ignorar los del oficialismo. Una verdadera isla
democrática en medio de aquel océano de insultos, vulgaridad fanatismo,
demagogia, exclusión, discriminación y falsedades.
El
canal recibía otra clase de visitas, por ejemplo las de la difunta Lina Ron con
sus banda de malandros y las de esos delincuentes armados y amparados por
Chávez y sus herederos, llamados “Colectivos”. Más de una vez los periodistas
del canal vieron amenazadas sus vidas por la violencia dirigida contra ellos
desde el alto gobierno.
Ni que decir de la cantidad de veces que les fueron
dañados sus equipos. A las multas exorbitantes con las que se quiso arruinar a
los propietarios del Canal, habría que sumar las ofensas continuas de esa
cloaca parlante que era el defenestrado Mario Silva, quien no vaciló en
burlarse hasta de la muerte por cáncer del hijo de Leopoldo Castillo.
Por fin
sucedió lo que no podía dejar de suceder, la concesión del Canal estaba por
vencerse, el gobierno no la renovaría y tampoco lo incorporaría a la llamada parrilla
del sistema satelital de la CANTV. Es decir que estaba condenado a la
desaparición. Guillermo Zuloaga decidió vender ¿Quién podía comprar aquel
enfermo terminal en situación de desahucio sino alguien con capacidad para
resucitarlo? Nadie más que el gobierno con sus testaferros o empresarios
dispuestos a caer de rodillas ante las exigencias del oficialismo.
Aún
se discute en distintos círculos si el régimen que padecemos es autoritario o
déspota, si es una semi dictadura, una cuasi democracia o una dictablanda.
El
caso Globovisión es el mejor instrumento para definir la catadura de Chávez y
sus herederos políticos. El canal apenas tuvo y tiene señal abierta en Caracas
y Valencia; en el resto del país y en el exterior sólo podían verlo quienes
estuvieran afiliados a una empresa de cable. Pero aún así, la disidencia no
podía ser tolerada, la crítica tenía que ser suprimida, las verdades debían
esconderse. En ningún otro escenario de la vida nacional fue tan evidente la
vocación totalitaria de Chávez y los continuadores de su destrucción nacional,
como en el de este pequeño y modesto canal televisivo.
Alguien
con mucho tino twitteó que la despedida de Leopoldo Castillo y su programa Aló
Ciudadano, había sido un viernes negro comunicacional.
Se cerró el último
resquicio de expresión que les quedaba a la Oposición política y a la sufriente
población víctima de todo tipo de calamidades.
En medio de ese patético
panorama y a menos de tres meses de unas elecciones con especial significado
por la situación que vive la Nación, crecen y se multiplican como bacterias,
las plañideras, los héroes de computadora y los estrategas de escritorio que
despotrican contra Henrique Capriles y la MUD, porque ya han pasado varios
meses desde el 14 de abril y Maduro continúa en Miraflores. ¿Cómo es que no lo
han sacado de ahí? Porque son cobardes, pusilánimes y colaboracionistas. Y
tienen además el tupé de creer en elecciones con este CNE vendido, etcétera,
etcétera.
Son como el escorpión que cuando se enfurece se clava a si mismo el
aguijón y se envenena. Si se limitaran a suicidarse sería un gran alivio, pero
su propósito es hundirnos a todos en un acto de sadomasoquismo realmente
inédito en la historia universal de la imbecilidad.
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