Ante las múltiples
dificultades que ha debido enfrentar la Diplomacia Americana en los últimos
meses, es necesario reconocerle un
éxito al Secretario de Estado John
Kerry, al haber logrado que Israelíes y Palestinos aceptaran su propuesta de
sentarse en la mesa de negociaciones por
primera vez en cinco años.
Al aceptarse la
propuesta de Washington, el ex Senador Norteamericano logra aumentar su credibilidad ya que esfuerzos
similares realizados por países europeos, por Rusia, la ONU, la Unión Europea,
y los propios Estados Unidos en el pasado, no obtuvieron el éxito deseado. Este
hecho crucial demuestra que gracias a la perseverancia de Kerry se
logró que Netanyahu y Abbas aceptaran
negociar, y ello le permitiría influir positivamente en el futuro para que se continúen destrancando otros
temas en las difíciles áreas que –sin lugar a dudas- surgirán en las
negociaciones, y que permita tratar de impedir que se entre en un callejón sin
salida.
Es evidente que este
paso es importante pero no es suficiente, ya que solo los partes en conflicto
pueden ser artífices de la anhelada Paz, sin dejar de tener en cuenta que los
dos dirigentes enfrentan las mayores dificultades en su propio terreno por las acciones de sectores
radicales que nunca han querido aceptar la profundización de la solución que se
vislumbró en la década de los 90 gracias a las esperanzadoras firmas de los
pactos de Camp David entre Arafat-Rabin y Shimon Peres, cuyo reconocimiento
internacional les valió que recibieran el Premio Nobel de la Paz. Pero esos
momentos de euforia quedaron truncados
rápidamente por el extremismo, quienes siguen oponiendo los mayores obstáculos.
El propio Yitzhak
Rabin murió asesinado por fundamentalistas Israelíes que se negaban a aceptar
que se cediera parte de Cisjordania a cambio de lograr la Paz. A su vez, el
extremismo Palestino impidió que Abbas suscribiera en el 2008 el Acuerdo
propuesto con el que era entonces Primer
Ministro Ehud Olmert previendo el
reconocimiento mutuo de dos Estados:
Israel y Palestina. El Hamas, por su parte,
apoyado por Siria y otros dirigentes fundamentalistas de la región, se ha encargado de bloquear de manera
violenta y sistemática todo intento de Abbas de conducir un proceso que ponga
fin al histórico enfrentamiento, recurriendo a crear desde Gaza un foco de
provocación permanente.
Pero además de ese
grave escollo que representan las posiciones fundamentalistas en ambos lados,
están en el tapete temas tan difíciles de solucionar como el qué hacer con los
350.000 colonos israelíes en Cisjordania?
qué solución darle a los herederos de los refugiados palestinos que
emigraron en 1948 y que desean regresar?
Cómo encarar el tema de Jerusalén Oriental como capital del futuro
Estado Palestino, ya reconocido como “Estado Observador no miembro” de la ONU? Cuál será el mapa definitivo que fije las
fronteras entre ambos Estados?
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