Los gobiernos, los partidos, los movimientos y agrupaciones políticas que surgen para la defensa y la práctica efectiva de la democracia, se deben apartar de las viejas y desacreditadas prácticas del sectarismo, de la exclusión, del oportunismo, del uso indebido del poder, de la falta de transparencia, de dirigencia capaz y responsable, de verdadera discusión colectiva de los asuntos. Esos vicios y errores son causantes del deterioro y del desprestigio de la democracia.
El personalismo, el autoritarismo, la hegemonía, la inexistencia de escrúpulos morales, el sentido grupal opuesto al colectivo, son parte de las fallas de los gobiernos y de los partidos, que antes que desarrollar una conducta ejemplar, consecuente con los ideales superiores del país, ceden ante lo transitorio, postergan los principios, actúan a favor de propios intereses, olvidan la necesidad del bien común, el carácter ductor de la dirigencia, el rol que les corresponde como factores de cambio, progreso y reivindicación social.
La falta de civilización y diálogo político ha alcanzado en Venezuela inadmisibles proporciones, que hace responsables a quienes ejecutan una conducta antidemocrática, discriminatoria y violenta contra grupos y sectores de venezolanos. La vulneración de las libertades y de los derechos políticos han adquirido un carácter ilícito en virtud de diversos actos, hechos y omisiones que significan atentados contra el régimen democrático al no permitir su cabal desenvolvimiento, mediante amenazas e insultos a los dirigentes y a los ciudadanos, fomento del odio nacional, alteración del equilibrio de las instituciones, entre otros, degradando las condiciones democráticas, los derechos individuales y generales asociados a la vida política. La persecución en razón a las ideas, se ejecuta tanto con el sometimiento al descrédito público como con a la violación al derecho a la intimidad.
En entorno político durante muchos años ha sido de avieso enfrentamiento, intolerancia, atropello, aversión a la disidencia interna y externa, a la crítica, a la auténtica y legítima discusión de posiciones.
El liderazgo no ha sido verdaderamente colectivo, ni expresión continua y renovada de la voluntad mayoritaria, sino individual, personalista, caudillesco, y se ha admitido, en muchos casos, por obediencia, complicidad, temor, ignorancia o ciega disciplina, que son contrarias a la esencia de organizaciones democráticas, que existen y se desarrollan en condiciones de libertad, amplitud en el debate, decisión de la mayoría, reconocimiento de las minorías, valores que fundamentan este orden político dentro del marco de la pluralidad y la diversidad, para alcanzar el equilibrio de una nación.
La falta de rectitud, dignidad, transparencia y trascendencia de la vida política, mucho más allá las declaraciones y discursos -la retórica utilizada para el engaño y el error-, es lo que motiva su descrédito, aunado a la falta de liderazgo transformador que enfrente tales vicios y ejercite su corrección.
El uso ambiguo y engañoso de la expresión política y su contradictoria praxis, es lo que ha simbolizado en nuestro medio al político como un individuo de ardides, deshonesto, falso, de propósitos torvos, que siempre adquiere una ilícita fortuna e influencia.
Cuando no se cumplen las promesas, se tergiversan o se ocultan los hechos, se burla la buena fe, se fomenta el engaño para mantener en el poder a un individuo o a un grupo, nos encontramos, entre otros ilícitos, con lo que Aristóteles calificó como la forma más impura de la política: la demagogia, que representa la peor modalidad de degeneración de la democracia para engañar al pueblo.
La indiferencia y el silencio no es la forma de defender la democracia y de ejercer el legítimo derecho a exigir los cambios políticos, sociales y económicos que requiere la nación. Los gobiernos como mandatarios de la sociedad, están obligados a acatar la voluntad nacional e introducir las rectificaciones necesarias, como simples mandatarios de la sociedad en general. El fracaso en la gestión de los asuntos públicos, en diversas materias, obliga la introducción de profundas rectificaciones de estilo, modelo, concepción, conducta, prácticas y de hombres si es preciso, establecimiento de las responsabilidades que corresponden, siendo preciso escuchar la voz de la nación que las reclama, como es obligante en una: "sociedad democrática", "participativa", "que consolide los valores de la libertad", "el bien común", "la convivencia", "el imperio de la ley"..., si verdaderamente se quiere cumplir y hacer la Constitución y la tradición republicana del país.
Ante la tiranía y la demagogia, Aristóteles señalaba que: "ninguno de estos gobiernos piensa en el interés general". La política debe ser el arte de alcanzar en una sociedad libre el bien común.
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