Aparte de que con el sustantivo candidato me
refiero también a candidatas, será importante destacar que así como en los
tiempos de la pre-modernidad política el personaje central era, según
Maquiavelo, el Príncipe, en la post-modernidad política es el candidato.
En tiempos maquiavélicos la política carecía
de participación popular. El poder era obtenido mediante el recurso de la
guerra. La política comenzaba recién en el momento de la gobernabilidad. Hoy
día, en cambio, en las naciones donde existen usos democráticos las elecciones
han substituido a la guerra en la lucha por el poder. Es la razón por la cual
el momento más político de la política es hoy ocupado por las elecciones.
Si Maquiavelo viviera, no daría entonces sus
consejos solo a los príncipes, también a quienes quieren serlo.
Pero como Maquiavelo murió hace tiempo, el
presente escrito tiene el propósito de entregar algunos consejos al sujeto
principal de la política de nuestros días: el candidato.
A continuación una lista de consejos
post-maquiavélicos.
— Si aceptas ser candidato debes tener
presente que tú eres un elegido, pero no de los dioses, sino de quienes
decidieron que tú los representes. Eso quiere decir que el candidato es un
representante que no se representa a sí mismo sino a los representados. En
cierto modo el candidato es un espejo de quienes lo eligieron como
representante. Por lo tanto, en una elección tu lealtad primaria no es contigo,
sino con quienes representas.
Se trata, para que me entiendas, de un
contrato no escrito entre representantes y representados. Es por eso que si un
candidato rompe acuerdos con las fuerzas que dice representar, estas tienen el
derecho, incluso el deber de destituirlo. Así como en la guerra ningún oficial
actúa por su cuenta, sino bajo la dirección de un comando central, en la
política, que es guerra sin armas, ha de ocurrir lo mismo.
La deliberación y el debate interno en torno
a la representación, sin los cuales la política no existiría, termina cuando el
candidato es elegido por el comando (partido o bloque de partidos) que lo
representará, aunque dicha decisión aparezca a más de alguno errónea. Desde ese
momento la lucha será en contra del enemigo político principal, vale decir, en
contra de el o los candidatos del campo adversario; y contra nadie más.
— Tu deber principal como candidato es
enfrentar y derrotar al enemigo.
Aunque muchos digan que no tienes opciones,
has de hacer todo lo posible por obtener una victoria absoluta. Quien va a una
elección con la idea de obtener una victoria relativa o una derrota aceptable
no sirve para la política. Tampoco sirven las victorias morales. La victoria
cuando no es matemática será siempre derrota. Luego, de lo que se trata, es de
ganar los votos de los indecisos y obtener el máximo de quienes votaban por tu
enemigo. A ambos tienes que convencerlos de que voten por ti. Para eso no
bastan argumentos ni habilidades retóricas, ni siquiera tu imagen. Tú tienes
que ofrecer algo a cambio del voto. Esos ofrecimientos son las llamadas
promesas.
— Cada candidato debe ser un prometedor.
No se trata por cierto de prometer el oro y
el moro. Antes de prometer tienes que informarte no sólo de lo que la gente no
tiene sino de lo que desea. No siempre es lo mismo. Luego tienes que comprobar
la factibilidad del deseo. Si el deseo es factible, no solamente tienes que
prometerlo sino, además, explicar como lo vas a realizar. De otra manera nadie
va a creer en tu promesa. Es por eso que el primer convencido de que la promesa
puede ser cumplida tienes que ser tú mismo. Si no estás convencido no vas a
convencer a nadie.
— No olvides nunca que la elección está
sujeta a condiciones de tiempo y lugar. Eso significa, las elecciones ocurren
AHORA Y AQUÍ.
No gastes tiempo en referirte al pasado ni te
pierdas en elucubraciones sobre un futuro lejano. Mejor dicho: solo refiérete
al pasado o al futuro cuando estén íntimamente ligados con lo que está
sucediendo AHORA Y AQUÍ.
El tiempo de la política —a diferencia del
tiempo histórico que es el del pasado, y del tiempo religioso que es el de la
eternidad— es el presente, es decir, el tiempo del lugar donde estamos
existiendo, AHORA Y AQUÍ. Por eso mismo busca contactar tus discursos con los
hechos que están sucediendo en el tiempo y en el lugar donde estás hablando y
te están escuchando. Te prestarán más atención, ya verás.
— Si tú eres un candidato nacional nunca
olvides referirte a los problemas de cada localidad. A la inversa, si tú eres
un candidato local nunca olvides referirte a los orígenes nacionales de los
problemas que enfrenta la localidad.
La contradicción entre nación y la localidad
no existe, y si existe, en la política es muy leve. Cada nación está formada
por localidades y cada localidad se encuentra en una nación. De ahí que las
referencias a lo uno o a lo otro es solo un problema de acentuación.
Hay que terminar de una vez por todas con la
falsa idea de que solo los grandes temas nacionales son políticos. Todo lo
contrario, mientras más local más concreto, mientras más concreto menos
ideológico y mientras menos ideológico más político es un tema.
Un gran candidato debe ser, es lo que quiero
decir, un buen traductor: Ha de saber traducir los problemas del mundo a escala
nacional y los problemas de la nación a escala provincial, y así sucesivamente,
hasta presentarlos en su dimensión más reducida, la familiar. Si la gente no se
siente aludida en carne y hueso con los temas que presentas, mejor no hables.
— Por la misma razón, cuando te refieras a un
tema, nunca lo presentes en forma general sino en su modo de expresión más
particular. Por ejemplo, si dices, la inflación bajo este gobierno es muy alta,
nadie te va a prestar atención porque es lo mismo que se escucha o lee en los
medios. Pero si preguntas ¿cuánto costaba hace un año un kilo de pan, cuánto
cuesta hoy día? Y si después explicas en idioma sencillo las razones por las
cuales a la gente el sueldo no le alcanza, tanto mejor.
No te olvides, la política tiene un carácter
pedagógico. Los que te van a escuchar no solo quieren verte y oírte; además
quieren aprender. De modo que si explicas bien un problema, usando ejemplos
reales y visibles, la gente te lo va agradecer.
— Pero antes que traductor y pedagogo,
recuérdalo bien, tú eres un combatiente de la palabra.
Lo que digas no solo debe ser dirigido a
favor de tu público sino en contra de tus adversarios. Ellos son tus enemigos
existenciales. Eso quiere decir, la política, sobre todo en tiempos
electorales, debe ser polémica o no ser. A través de tu discurso tú estás
polemizando incesantemente con el del otro. Por eso nómbralo directamente,
denúncialo, acósalo con palabras. No le des cuartel ni tregua.
Nunca te refieras a tu enemigo usando el
pronombre impersonal. Es un error fatal. Por ejemplo, no digas jamás “Se dice
que…” “Se cree que…”. Tampoco uses formas elusivas como “Hay quienes creen que…
“Hay algunos que piensan que…”.
Recuerda que la política es lucha de ideas,
pero ideas representadas por personas. La política, sobre todo la electoral, es
una práctica inter-personal. Y las diferencias políticas son también
diferencias personales. Son muy pocos quienes van a votar por una gran idea. La
gran mayoría va a votar por una persona, con rostro, nombre y apellido.
— Polemizar no quiere decir, por cierto,
insultar.
Pero lo cortés no quita lo valiente. No
olvides jamás que la polémica está hecha para marcar diferencias. Si las
diferencias no están marcadas muchos se preguntarán si da lo mismo votar por
uno o por el otro, o simplemente no votar.
Acuérdate que las grandes victorias solo se
obtienen despertando entusiasmo. Y sin diferencias, vale decir, sin lenguaje
polémico, no puede haber entusiasmo.
El dialogo amistoso y el lenguaje
conciliatorio forman parte de la diplomacia. Pero en la política electoral
están de más. Son, si se quiere, elementos de la política post-electoral, no de
la electoral.
Nunca te dejes, por lo mismo, ningunear por
el enemigo. Si el enemigo te insulta, responde con dureza, aunque sin
exabruptos. Si te acusa con infundios, desafíalo a presentar pruebas en
público. Si te dejas intimidar, estás perdido. A los pueblos le gustan los
candidatos valientes. Machos o machas.
Busca el foro y el debate, desafía a tu
adversario, oblígalo a discutir. Hay tiempos de paz, hay tiempos de guerra. Las
elecciones son tiempos de guerra gramatical y sin armas, pero de guerra al fin.
— Suele suceder que en no pocas ocasiones el
candidato enfrenta a neo-dictaduras electoralistas en donde hay que competir no
solo con otro candidato, sino con toda la maquinaria del estado. Si ese es el
caso recuerda que las elecciones no solo son un medio, son también un fin “en
sí”.
Cada elección es una ventanilla abierta al
mundo desde donde puedes dar a conocer la violaciones a la constitución, la
represión y —como en el Zimbabwe de Mugabe y en la Venezuela de Maduro— las
persecuciones que tienen lugar en tu país. No desperdicies esa oportunidad.
Pero no debes limitarte a denunciar. Lo
importante, reitero, es ganar. No han sido pocas las veces que, bajo
condiciones desventajosas, las elecciones -sobre todo cuando tienen un carácter
plebiscitario —logran desatar una dinámica popular que los sectores dominantes
no pueden controlar.
Así como en la economía rige el principio de
la optimización de los recursos disponibles, en la política también hay que
trabajar con lo que se tiene, aunque sea muy poco. Eso quiere decir, si el
enemigo tiene la televisión, opónle la internet y el Twitter. Si el enemigo
controla la prensa, opónle el panfleto repartido mano a mano. Si el enemigo
controla la propaganda, opónle tus artistas, cantantes y poetas. Si controla la
radio, opónle el rumor boca a boca.
Suele suceder que un rayado mural ingenioso,
a la vista de todos, surte más efecto propagandístico que mil televisiones.
— En ningún caso des la elección por perdida
o por ganada hasta el mismo día de la elección. En política la mesa nunca está
servida.
Recuerda siempre que, como todo en la vida,
las elecciones están sometidas al principio de contingencia. Un desastre
natural, una revelación fortuita, el destape repentino de un escándalo y hasta
una frase ridícula dicha por el adversario, pueden cambiar el curso de las tendencias.
Eso significa que durante una elección tu capacidad de reaccionar frente a “lo
nuevo” deberá ser puesta a prueba cada día.
Por la mismas razones, no otorgues demasiado
crédito a las encuestas. Muchas de ellas son pagadas. Pero aún las honestas, sobre
todo si en tu país rigen condiciones represivas, no tienen demasiado valor. Más
todavía, en los países más democráticos las encuestas captan solo un momento de
un tiempo que tiene muchos momentos. La única encuesta válida es la propia
elección.
— Desconfía de las empresas de marketing
electoral. Tampoco des valor excesivo a las técnicas de comunicación. Ni tu
peinado ni tu sonrisa, ni una frase aprendida de memoria son garantías de
triunfo. Las elecciones no prescinden por cierto del espectáculo. Pero ese
espectáculo será dado mucho más por lo que dices que por el como lo dices.
Recuerda siempre: el estilo eres tú.
Por supuesto, la política es representación.
Pero si no te representas a ti mismo estás perdido. La impostura se notará
tarde o temprano. La autenticidad, no solo en política, será siempre bien
gratificada. No digas siempre lo que piensas -sería absurdo- pero lo que digas
deberá ser pensado por ti mismo.
No intentes ser otro que no eres. Harás el
ridículo. Si toda la vida te has vestido bien, no aparezcas en público como
papagayo, o disfrazado de aborigen, con plumas y colmillos colgantes. Y si
siempre has vestido ropa ligera, no se te ocurra aparecer vestido de frac. Por
cierto, en cada elección hay que ser algo populista; a veces cantarás,
recitarás, jugaras fútbol o béisbol, si eres varón besarás a chicas lindas y
feísimas, y hasta bailarás con ellas. Es parte del oficio. Pero hay que saber
dosificar. Tu arma principal será siempre la palabra.
Los grandes políticos han sido quienes han logrado
hacer coincidir, o por lo menos, aproximar, lo que son con lo que representan
ser.
— La política es retórica, de esa definición
nadie escapa. Sobre todo si estamos hablando de política electoral. Un
candidato sin retórica es como un soldado sin armas en medio de la batalla. Lo
que no está claro en todo caso es qué es lo que significa ser buen orador.
Hay diversos tipos de buenos oradores, y
todos son muy distintos entre sí. Para no cansar a nadie, me limitaré a nombrar
solo a tres, los que me parecen principales. Son los siguientes:
1. El orador mesiánico quien apela a la
inconciencia de las masas haciéndolas delirar de entusiasmo. Sin embargo de
esos ha habido pocos en la historia. Son contados con los dedos de las manos.
En América Latina el último fue Chávez. En Europa ya se extinguieron. No te
aconsejo bajo ningún motivo asumir el rol del orador mesiánico. Para eso hay
que estar algo loco. Si no lo estás, serás solo un imitador. Y no hay nada más
grotesco que el discurso de un imitador.
2. El orador racional, quien apela al
consciente de las masas. En Europa son los que más abundan, aunque en América
Latina también están apareciendo. Por lo general son poco espontáneos, sus
discursos son casi siempre leídos, y hablan tanto de cifras que para entenderlos
es a veces preciso tener una calculadora al lado.
3. El orador verdaderamente político quien
busca el inconsciente pero para transformarlo en consciente. A primera vista
parece una tarea difícil, digna de un eximio sicoanalista. Pero es quizás la más
fácil de todas. Se trata simplemente de decir la verdad. Nada más. Eso no
significa que debas convertirte en un buscador de la verdad. Para eso están los
filósofos y los comisarios de los thrillers televisivos. Se trata simplemente
de que todo lo que digas sea verdadero o por lo menos cierto. Significa también
revelar las mentiras de tu adversario.
No estoy hablando aquí, entiende, de un
imperativo moral. La verdad tiene, además de su sentido moral, un enorme
sentido práctico. La verdad es atractiva y en cierto modo es erótica, pues hay
que desnudarla. Y para decirla no se requiere de grandes técnicas oratorias.
Basta pronunciar más o menos bien, hacer una que otra pausa, y encadenar una
frase con otra. Nada más.
He aquí entonces algunos de mis consejos. Con
eso no te aseguro el triunfo. Hay otros factores que también juegan, entre
ellos el destino. Y “frente al destino nadie la talla”. Así dice por lo menos
un famoso tango.
fernando.mires@uni-oldenburg.de
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