jueves, 15 de agosto de 2013

FERNANDO MIRES, CONSEJOS A UN CANDIDATO POLÍTICO, 0 RECOMENDAR

Aparte de que con el sustantivo candidato me refiero también a candidatas, será importante destacar que así como en los tiempos de la pre-modernidad política el personaje central era, según Maquiavelo, el Príncipe, en la post-modernidad política es el candidato.

En tiempos maquiavélicos la política carecía de participación popular. El poder era obtenido mediante el recurso de la guerra. La política comenzaba recién en el momento de la gobernabilidad. Hoy día, en cambio, en las naciones donde existen usos democráticos las elecciones han substituido a la guerra en la lucha por el poder. Es la razón por la cual el momento más político de la política es hoy ocupado por las elecciones.

Si Maquiavelo viviera, no daría entonces sus consejos solo a los príncipes, también a quienes quieren serlo.

Pero como Maquiavelo murió hace tiempo, el presente escrito tiene el propósito de entregar algunos consejos al sujeto principal de la política de nuestros días: el candidato.

A continuación una lista de consejos post-maquiavélicos.

— Si aceptas ser candidato debes tener presente que tú eres un elegido, pero no de los dioses, sino de quienes decidieron que tú los representes. Eso quiere decir que el candidato es un representante que no se representa a sí mismo sino a los representados. En cierto modo el candidato es un espejo de quienes lo eligieron como representante. Por lo tanto, en una elección tu lealtad primaria no es contigo, sino con quienes representas.

Se trata, para que me entiendas, de un contrato no escrito entre representantes y representados. Es por eso que si un candidato rompe acuerdos con las fuerzas que dice representar, estas tienen el derecho, incluso el deber de destituirlo. Así como en la guerra ningún oficial actúa por su cuenta, sino bajo la dirección de un comando central, en la política, que es guerra sin armas, ha de ocurrir lo mismo.

La deliberación y el debate interno en torno a la representación, sin los cuales la política no existiría, termina cuando el candidato es elegido por el comando (partido o bloque de partidos) que lo representará, aunque dicha decisión aparezca a más de alguno errónea. Desde ese momento la lucha será en contra del enemigo político principal, vale decir, en contra de el o los candidatos del campo adversario; y contra nadie más.

— Tu deber principal como candidato es enfrentar y derrotar al enemigo.

Aunque muchos digan que no tienes opciones, has de hacer todo lo posible por obtener una victoria absoluta. Quien va a una elección con la idea de obtener una victoria relativa o una derrota aceptable no sirve para la política. Tampoco sirven las victorias morales. La victoria cuando no es matemática será siempre derrota. Luego, de lo que se trata, es de ganar los votos de los indecisos y obtener el máximo de quienes votaban por tu enemigo. A ambos tienes que convencerlos de que voten por ti. Para eso no bastan argumentos ni habilidades retóricas, ni siquiera tu imagen. Tú tienes que ofrecer algo a cambio del voto. Esos ofrecimientos son las llamadas promesas.

— Cada candidato debe ser un prometedor.

No se trata por cierto de prometer el oro y el moro. Antes de prometer tienes que informarte no sólo de lo que la gente no tiene sino de lo que desea. No siempre es lo mismo. Luego tienes que comprobar la factibilidad del deseo. Si el deseo es factible, no solamente tienes que prometerlo sino, además, explicar como lo vas a realizar. De otra manera nadie va a creer en tu promesa. Es por eso que el primer convencido de que la promesa puede ser cumplida tienes que ser tú mismo. Si no estás convencido no vas a convencer a nadie.

— No olvides nunca que la elección está sujeta a condiciones de tiempo y lugar. Eso significa, las elecciones ocurren AHORA Y AQUÍ.

No gastes tiempo en referirte al pasado ni te pierdas en elucubraciones sobre un futuro lejano. Mejor dicho: solo refiérete al pasado o al futuro cuando estén íntimamente ligados con lo que está sucediendo AHORA Y AQUÍ.

El tiempo de la política —a diferencia del tiempo histórico que es el del pasado, y del tiempo religioso que es el de la eternidad— es el presente, es decir, el tiempo del lugar donde estamos existiendo, AHORA Y AQUÍ. Por eso mismo busca contactar tus discursos con los hechos que están sucediendo en el tiempo y en el lugar donde estás hablando y te están escuchando. Te prestarán más atención, ya verás.

— Si tú eres un candidato nacional nunca olvides referirte a los problemas de cada localidad. A la inversa, si tú eres un candidato local nunca olvides referirte a los orígenes nacionales de los problemas que enfrenta la localidad.

La contradicción entre nación y la localidad no existe, y si existe, en la política es muy leve. Cada nación está formada por localidades y cada localidad se encuentra en una nación. De ahí que las referencias a lo uno o a lo otro es solo un problema de acentuación.

Hay que terminar de una vez por todas con la falsa idea de que solo los grandes temas nacionales son políticos. Todo lo contrario, mientras más local más concreto, mientras más concreto menos ideológico y mientras menos ideológico más político es un tema.

Un gran candidato debe ser, es lo que quiero decir, un buen traductor: Ha de saber traducir los problemas del mundo a escala nacional y los problemas de la nación a escala provincial, y así sucesivamente, hasta presentarlos en su dimensión más reducida, la familiar. Si la gente no se siente aludida en carne y hueso con los temas que presentas, mejor no hables.

— Por la misma razón, cuando te refieras a un tema, nunca lo presentes en forma general sino en su modo de expresión más particular. Por ejemplo, si dices, la inflación bajo este gobierno es muy alta, nadie te va a prestar atención porque es lo mismo que se escucha o lee en los medios. Pero si preguntas ¿cuánto costaba hace un año un kilo de pan, cuánto cuesta hoy día? Y si después explicas en idioma sencillo las razones por las cuales a la gente el sueldo no le alcanza, tanto mejor.

No te olvides, la política tiene un carácter pedagógico. Los que te van a escuchar no solo quieren verte y oírte; además quieren aprender. De modo que si explicas bien un problema, usando ejemplos reales y visibles, la gente te lo va agradecer.

— Pero antes que traductor y pedagogo, recuérdalo bien, tú eres un combatiente de la palabra.

Lo que digas no solo debe ser dirigido a favor de tu público sino en contra de tus adversarios. Ellos son tus enemigos existenciales. Eso quiere decir, la política, sobre todo en tiempos electorales, debe ser polémica o no ser. A través de tu discurso tú estás polemizando incesantemente con el del otro. Por eso nómbralo directamente, denúncialo, acósalo con palabras. No le des cuartel ni tregua.

Nunca te refieras a tu enemigo usando el pronombre impersonal. Es un error fatal. Por ejemplo, no digas jamás “Se dice que…” “Se cree que…”. Tampoco uses formas elusivas como “Hay quienes creen que… “Hay algunos que piensan que…”.

Recuerda que la política es lucha de ideas, pero ideas representadas por personas. La política, sobre todo la electoral, es una práctica inter-personal. Y las diferencias políticas son también diferencias personales. Son muy pocos quienes van a votar por una gran idea. La gran mayoría va a votar por una persona, con rostro, nombre y apellido.

— Polemizar no quiere decir, por cierto, insultar.

Pero lo cortés no quita lo valiente. No olvides jamás que la polémica está hecha para marcar diferencias. Si las diferencias no están marcadas muchos se preguntarán si da lo mismo votar por uno o por el otro, o simplemente no votar.

Acuérdate que las grandes victorias solo se obtienen despertando entusiasmo. Y sin diferencias, vale decir, sin lenguaje polémico, no puede haber entusiasmo.

El dialogo amistoso y el lenguaje conciliatorio forman parte de la diplomacia. Pero en la política electoral están de más. Son, si se quiere, elementos de la política post-electoral, no de la electoral.

Nunca te dejes, por lo mismo, ningunear por el enemigo. Si el enemigo te insulta, responde con dureza, aunque sin exabruptos. Si te acusa con infundios, desafíalo a presentar pruebas en público. Si te dejas intimidar, estás perdido. A los pueblos le gustan los candidatos valientes. Machos o machas.

Busca el foro y el debate, desafía a tu adversario, oblígalo a discutir. Hay tiempos de paz, hay tiempos de guerra. Las elecciones son tiempos de guerra gramatical y sin armas, pero de guerra al fin.

— Suele suceder que en no pocas ocasiones el candidato enfrenta a neo-dictaduras electoralistas en donde hay que competir no solo con otro candidato, sino con toda la maquinaria del estado. Si ese es el caso recuerda que las elecciones no solo son un medio, son también un fin “en sí”.

Cada elección es una ventanilla abierta al mundo desde donde puedes dar a conocer la violaciones a la constitución, la represión y —como en el Zimbabwe de Mugabe y en la Venezuela de Maduro— las persecuciones que tienen lugar en tu país. No desperdicies esa oportunidad.

Pero no debes limitarte a denunciar. Lo importante, reitero, es ganar. No han sido pocas las veces que, bajo condiciones desventajosas, las elecciones -sobre todo cuando tienen un carácter plebiscitario —logran desatar una dinámica popular que los sectores dominantes no pueden controlar.

Así como en la economía rige el principio de la optimización de los recursos disponibles, en la política también hay que trabajar con lo que se tiene, aunque sea muy poco. Eso quiere decir, si el enemigo tiene la televisión, opónle la internet y el Twitter. Si el enemigo controla la prensa, opónle el panfleto repartido mano a mano. Si el enemigo controla la propaganda, opónle tus artistas, cantantes y poetas. Si controla la radio, opónle el rumor boca a boca.

Suele suceder que un rayado mural ingenioso, a la vista de todos, surte más efecto propagandístico que mil televisiones.

— En ningún caso des la elección por perdida o por ganada hasta el mismo día de la elección. En política la mesa nunca está servida.

Recuerda siempre que, como todo en la vida, las elecciones están sometidas al principio de contingencia. Un desastre natural, una revelación fortuita, el destape repentino de un escándalo y hasta una frase ridícula dicha por el adversario, pueden cambiar el curso de las tendencias. Eso significa que durante una elección tu capacidad de reaccionar frente a “lo nuevo” deberá ser puesta a prueba cada día.

Por la mismas razones, no otorgues demasiado crédito a las encuestas. Muchas de ellas son pagadas. Pero aún las honestas, sobre todo si en tu país rigen condiciones represivas, no tienen demasiado valor. Más todavía, en los países más democráticos las encuestas captan solo un momento de un tiempo que tiene muchos momentos. La única encuesta válida es la propia elección.

— Desconfía de las empresas de marketing electoral. Tampoco des valor excesivo a las técnicas de comunicación. Ni tu peinado ni tu sonrisa, ni una frase aprendida de memoria son garantías de triunfo. Las elecciones no prescinden por cierto del espectáculo. Pero ese espectáculo será dado mucho más por lo que dices que por el como lo dices. Recuerda siempre: el estilo eres tú.

Por supuesto, la política es representación. Pero si no te representas a ti mismo estás perdido. La impostura se notará tarde o temprano. La autenticidad, no solo en política, será siempre bien gratificada. No digas siempre lo que piensas -sería absurdo- pero lo que digas deberá ser pensado por ti mismo.

No intentes ser otro que no eres. Harás el ridículo. Si toda la vida te has vestido bien, no aparezcas en público como papagayo, o disfrazado de aborigen, con plumas y colmillos colgantes. Y si siempre has vestido ropa ligera, no se te ocurra aparecer vestido de frac. Por cierto, en cada elección hay que ser algo populista; a veces cantarás, recitarás, jugaras fútbol o béisbol, si eres varón besarás a chicas lindas y feísimas, y hasta bailarás con ellas. Es parte del oficio. Pero hay que saber dosificar. Tu arma principal será siempre la palabra.

Los grandes políticos han sido quienes han logrado hacer coincidir, o por lo menos, aproximar, lo que son con lo que representan ser.

— La política es retórica, de esa definición nadie escapa. Sobre todo si estamos hablando de política electoral. Un candidato sin retórica es como un soldado sin armas en medio de la batalla. Lo que no está claro en todo caso es qué es lo que significa ser buen orador.

Hay diversos tipos de buenos oradores, y todos son muy distintos entre sí. Para no cansar a nadie, me limitaré a nombrar solo a tres, los que me parecen principales. Son los siguientes:

1. El orador mesiánico quien apela a la inconciencia de las masas haciéndolas delirar de entusiasmo. Sin embargo de esos ha habido pocos en la historia. Son contados con los dedos de las manos. En América Latina el último fue Chávez. En Europa ya se extinguieron. No te aconsejo bajo ningún motivo asumir el rol del orador mesiánico. Para eso hay que estar algo loco. Si no lo estás, serás solo un imitador. Y no hay nada más grotesco que el discurso de un imitador.

2. El orador racional, quien apela al consciente de las masas. En Europa son los que más abundan, aunque en América Latina también están apareciendo. Por lo general son poco espontáneos, sus discursos son casi siempre leídos, y hablan tanto de cifras que para entenderlos es a veces preciso tener una calculadora al lado.

3. El orador verdaderamente político quien busca el inconsciente pero para transformarlo en consciente. A primera vista parece una tarea difícil, digna de un eximio sicoanalista. Pero es quizás la más fácil de todas. Se trata simplemente de decir la verdad. Nada más. Eso no significa que debas convertirte en un buscador de la verdad. Para eso están los filósofos y los comisarios de los thrillers televisivos. Se trata simplemente de que todo lo que digas sea verdadero o por lo menos cierto. Significa también revelar las mentiras de tu adversario.

No estoy hablando aquí, entiende, de un imperativo moral. La verdad tiene, además de su sentido moral, un enorme sentido práctico. La verdad es atractiva y en cierto modo es erótica, pues hay que desnudarla. Y para decirla no se requiere de grandes técnicas oratorias. Basta pronunciar más o menos bien, hacer una que otra pausa, y encadenar una frase con otra. Nada más.

He aquí entonces algunos de mis consejos. Con eso no te aseguro el triunfo. Hay otros factores que también juegan, entre ellos el destino. Y “frente al destino nadie la talla”. Así dice por lo menos un famoso tango.

fernando.mires@uni-oldenburg.de



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