Los pensadores de la economía tuvieron como
cierto durante muchas décadas, que el estancamiento de la producción y la
inflación eran males que se excluían mutuamente. Se tenía como cierto que el
alza de precios era una consecuencia indeseada del crecimiento económico, ya
que la liquidez monetaria tendía a aumentar más rápido que la oferta de bienes,
lo cual generaba presión sobre los precios. Sin embargo, mientras que el
crecimiento fuera sostenido y la inflación se mantuviera en un nivel bajo (1
dígito), se asumía como un precio que se podía pagar por la expansión.
No obstante, para la década de los 70 del
siglo pasado, ambos males (estancamiento e inflación), se habían asentado de
manera simultánea en las grandes
economías occidentales, causando estragos en el seno de la sociedad. Esto hizo
surgir una nueva visión sobre estas patologías, dio lugar a la identificación
de una nueva enfermedad económica que se llama Estanflación, e hizo emerger
nuevas teorías que comprenderían de manera más eficaz la naturaleza del
fenómeno y cómo atacarlo.
En el marco de esta dinámica, el Premio Nobel
de Economía en 1977, James Meade, afirmaría de manera angustiante lo siguiente:
"nuestra inquietud se debe a que durante los años setenta hemos
experimentado un desempleo mucho más duro que en anteriores décadas y hemos
combinado esto con unas tasas de inflación de precios más altas. Nos hemos
procurado el peor de ambos mundos".
Pues bien, nuestro país sufrió de
estanflación recientemente en los años 2009 y 2010, cuando producto de la
arremetida de las expropiaciones contra la empresa privada y la caída de los
precios del petróleo, el país decreció económicamente registrando -3,3% y -1,9%
respectivamente, mientras que la inflación se mantuvo por encima del 25% ambos
años.
No obstante, la montaña rusa del mercado
internacional del crudo entró otra vez en subida desde finales del año 2010,
por lo que pudimos mostrar cifras de crecimiento importantes en 2011 y 2012 con
un barril de petróleo por encima de los $100, aunque con un nivel de producción
mermado. Pero en 2013 hemos vuelto al "peor de ambos mundos", y esta
vez lo insólito es que ocurre con el barril de crudo manteniéndose por encima
de los $100. Es decir, no es porque somos otra vez víctimas de un nuevo ciclo
de bajos precios del único bien que exportamos.
En cifras gruesas, la economía venezolana
sólo creció 0,7% en el primer trimestre de 2013, y nada indica que haya podido
mejorar en el segundo trimestre. Pero paralelo a ello registramos una inflación
acumulada de 25% en lo que va de año, mientras que el promedio de escasez de
productos se ubica en 20%.
Para salir de esto el Gobierno tendría que,
por un lado, controlar el gasto público, y por el otro, impulsar de manera
contundente la productividad interna. No obstante, ninguna de las dos cosas
parece posible. La cercanía de unas nuevas elecciones y la manera descontrolada
e irresponsable como se manejan los recursos públicos impiden una disminución
del gasto para el segundo semestre del año. De igual forma, el Gobierno no
termina de corregir los problemas estructurales que impiden el aumento de la
producción interna, sino que parece conformarse por ahora con soltar unas
cantidades pírricas de dólares mediante mecanismos poco transparentes y
eficaces, para palear la crisis con
importaciones selectas.
Es así como, con toda seguridad, este año
2013 será con creces el peor desde el punto de vista económico que haya vivido
el país en décadas. Es un hecho que, aunado a la inseguridad personal, el
desabastecimiento y el alto costo de la vida van minando la paciencia y el
bolsillo de los venezolanos. Mientras, Giordani mira de lejos, Merentes toma el
capote y salta al ruedo, y Nicolás escucha, pero no entiende ni pío.
cipriano.heredia@gmail.com
@CiprianoHeredia
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