Después de haber concretado una hazaña
electoral que nadie tenía prevista, y de obtenido una resonante victoria
política durante el pasado mes de abril, la Unidad Democrática ha entrado de
nuevo en uno de sus habituales extravíos cognitivos. Uno de esos inexplicables
baches funcionales que secuestran a sus mandos mientras el deterioro nacional
sigue su proceso de cocción.
Mientras la MUD permanece “colgada”,
emitiendo declaraciones eventuales y formalizando denuncias ocasionales, una
parte de sus graderías acusa los efectos de una comprensible, aunque
completamente remontable, dosis de frustración. Es en circunstancias como estas
cuando se hace más necesario que nunca dialogar con las masas: explicar el
tenor de las decisiones tomadas; diagramar un cronograma que incluya el corto,
el mediano y el largo plazo; hacerle entender a la gente la importancia capital
que revisten las venideras elecciones de alcaldes, pero sobre todo, las ya
cercanas y cardinales elecciones parlamentarias.
Muy especialmente porque es necesario tener
claro que, aunque se han alcanzado cotas de fortaleza jamás vistas, y la
ausencia de Hugo Chávez coloca al oficialismo en una posición especialmente
vulnerable, la tarea para concretar el cambio democrático aún no está hecha.
Sigue siendo Venezuela una nación postrada en un delicado equilibrio entre dos
fuerzas de tamaño casi similar. Dicho de otra forma: con la precaria ventaja
que en este momento podemos concederle a las fuerzas de la Unidad no es posible
materializar cambios políticos de ninguna especie, y mucho menos gobernar con
solvencia una nación asaltada por problemas tan delicados.
Vamos a comprenderlo de una vez: lo que está
planteado en Venezuela, dentro de un marco que obligatoriamente tiene que ser
constitucional y pacífico, es un cambio de régimen político. Un cambio que, si no es llevado con cuidado,
puede comprometer seriamente la paz pública y la viabilidad de la nación por
varios lustros. Quienes en todo momento hacen reflexiones apresuradas hablando
de la importancia de “cobrar”, deben saber que no estamos en presencia de una
elección colegial o de unas primarias internas. Nos estamos enfrentando a
personas sin escrúpulos, atrincheradas en torno a sus privilegios, en muchos
casos armadas. Estarían esperando ansiosos una decisión infeliz similar a
aquella que mandó a Miraflores a aquella marcha desde en Chuao en la tarde de
abril de 2002.
La próxima administración que se asiente en
Miraflores, tendrá, además de las urgencias económicas y sociales que todos
conocemos, una apremiante tarea para recomponer las instituciones del país,
especialmente en lo tocante a la administración de justicia, y restaurar
definitivamente la autoridad del estado en materias tan delicadas como el
resguardo de las fronteras, la seguridad interna y el combate al narcotráfico.
Mientras tanto, aún con sus limitaciones como
conductor, y su precaria habilidad para dirigirse a las masas, Nicolás Maduro
ha ofrecido nuevas evidencias de que no es tan tonto como algunos suponen. En
los tres breves meses que ha comprendido su gestión obtuvo lo fundamental: el
oxígeno necesario para sentarse en la silla de gobierno. La espantosa crisis económica gestada el año
pasado lo ha obligado a tomar decisiones medianamente sensatas. La conversación
con los sectores productivos privados y la suspensión de la agenda de
expropiaciones ha sido concebida, también, para aislar a estos agentes de
cualquier veleidad con la política. El papelón que pasó la nación luego de la
folletinesca pataleta diplomática con los colombianos, obtuvo, sin embargo, el
resultado que el alto gobierno estaba buscando: cercar a Capriles Radonski en
la región, previniendo a cualquier gobierno sobre lo que pudiera suceder si se
pone a conversar de más con los enemigos del proveedor energético del
vecindario.
Quién alguna vez creyó que de esta
circunstancia íbamos a salir en cosa de días o semanas debe aterrizar de una
buena vez. La balanza sigue inclinándose a favor de la oposición, y eso lo
confirman encuestas recientes, pero no a la mágica velocidad que algunos
creían. Para que las cosas terminen de cambiar es necesario consolidar una
mayoría aplastante, inequívoca y sin fisuras, similar a la que tuvimos en 1999.
Una vez que estén dadas las condiciones. No estamos demasiado lejos.
El espantoso contexto de destrucción nacional
gestado en manos del chavismo está alimentando todos los días la causa del
cambio democrático. Ahora, por primera vez, hay un liderazgo genuino y robusto,
expresado en Henrique Capriles Radonski. Las circunstancias políticas del país
han cambiado de forma por demás notoria y dramática desde el año pasado y sería
una verdadera tontería no tomar nota de eso.
Es a Capriles, acompañado de la dirigencia de
la alternativa democrática, al que le toca tomar decisiones de urgencia para
fortalecer y recrear la inoperante estructura funcional de la MUD. Insertarse
en la lucha social con mayor denuedo; diseñar la hoja de ruta de la transición
dentro del cauce constitucional, y sobre todo, enviarle a la nación mensajes
políticos concretos, acabados y estructurados, en torno a la naturaleza del
gobierno, su estructura corrompida y su inexcusable responsabilidad en el
actual estado de cosas.
Un gobierno calamitoso e irresponsable que, sin embargo, obtiene notas sobresalientes en aquello en lo cual sus rivales son marcadamente inhábiles: las operaciones de propaganda y la formación de matrices.
alonsomoleiro@hotmail.com
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