Muchas personas insisten en calificar al pueblo venezolano de cobarde, indolente, achantado e inepto porque ha sido incapaz de quitarse de encima el gobierno que nos desmanda desde hace quince años. Muchos, incluso, no disimulan la actitud de desprecio con que ven y juzgan al pueblo. Como si ellos mismos no fueran parte de ese pueblo.
Otra modalidad negativa es la de quienes no censuran al pueblo, en abstracto, sino a la oposición y denigran de la MUD o de Capriles, para concluir, explícita o implícitamente, pregonando la abstención. Esta posición viene a ser claramente equivocada, aunque los que la sustentan no se den cuenta, o no se atrevan a decirlo.
Resulta inexplicable que, a la vista del desbarajuste a que hemos llegado en todos los órdenes de la vida, los responsables de semejante situación sigan teniendo un respaldo que en cada proceso electoral se pone de manifiesto, con por lo menos la mitad de los votos a su favor, aunque es notorio que tal respaldo ha ido disminuyendo continuadamente.
Es razonable que no se entienda por qué ocurre así. Al principio era válido el expediente del engaño. Se creía en quienes pregonaban una revolución, con expresa mención de la lucha contra la corrupción y demás factores que habían hecho fracasar a la democracia imperfecta, pero democracia al fin, de la mal llamada cuarta república. Pero ahora, cuando es evidente que todos esos males no solo no han desaparecido, sino que se han agravado al grado de lo escandaloso, aquel inicial engaño se convierte en complicidad.
Hay mucho de injusto en condenar al pueblo venezolano, sobre todo cuando se hace sin aportar nada a lo que deba y pueda hacerse para librarnos del actual desgobierno, que está acabando con el país. Algo parecido ocurrió después del fraude electoral de 1952, que terminó de consolidar la dictadura perezjimenista. Derrotado, el pueblo entró en una fase de achantamiento, aun cuando en la clandestinidad AD y el PCV mantenían una muy difícil lucha contra la dictadura, con el débil apoyo de COPEI y URD desde su precaria legalidad. Ni siquiera el 1 de enero de 1958, cuando se alzó la Aviación, el pueblo salió a la calle, aunque todo el mundo, desde sus casas, celebró el acontecimiento. Pero veinte días después, el 21 de enero, la respuesta al llamado de la Junta Patriótica a la huelga general fue contundente y decisiva, y el 23 se produjo la caída de la dictadura.
No hay que impacientarse. Cualquier día el pueblo venezolano va a demostrar que sigue siendo el Bravo Pueblo. grealemar@cantv.net
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