Juan Bautista Alberdi, un indiscutible
referente de la historia decía ";la libertad no brota de un sablazo, es el
parto lento de la civilización";. Sin embargo, muchos aun creen que se
pueden obtener cambios significativos solo quejándose y con un mínimo de empeño.
Es de una ingenuidad increíble que cierta gente que parece inteligente piense
que semejante caos puede ser superado solo por un mero capricho infantil.
No existen grandes logros sin monumentales
esfuerzos. Lo que llega fácil, lo que surge casi de casualidad, no se podrá
sostener por demasiado tiempo. Si se pretenden transformaciones duraderas, de
esas que suponen avanzar en serio y que dejan atrás las malas experiencias del
pasado para no repetirlas, se precisa mucho más que algo de suerte.
Las grandes reformas en la sociedad, casi
nunca son producto del azar. Puede ocurrir un hecho fortuito de esos que de
tanto en tanto sorprenden, una circunstancia cualquiera que ayude, empuje o
abrevie los ciclos naturales, pero no será esa la explicación profunda, sino en
todo caso solo un elemento adicional que haga su aporte complementario.
Se percibe hoy una ansiedad desmesurada por
lograr cambiar el rumbo de los acontecimientos. Es posible que ese apuro tenga
justificación. Cierto entendible cansancio, un notable agotamiento social, la
saturación propia de políticas que se repiten, pueden explicar en parte esa
actitud acelerada.
Las ansias no logran cambios, pero sí lo
hacen el esmero y la constancia. Las cosas suceden porque se trabaja para ello.
Los logros son la consecuencia esperable de tanto sacrificio y no de una dosis
de fortuna. El mundo no funciona bajo las pautas del berrinche infantil. Que se
desee algo con anhelo, no hace que ello ocurra. Hace falta bastante más que
eso.
Tal vez la tecnología tenga alguna cuota de
responsabilidad en épocas en que casi todo parece conseguirse con solo apretar
un botón, en las que se averigua lo que sea en solo segundos. Es cierto que
todo sucede mucho más rápido que antes, que los procesos sociales pueden mutar
a mayor velocidad que en el pasado, pero lejos está de convertirse en una regla
universal. Es probable que la cultura de lo automático haya logrado que algunos
ciudadanos ingenuos crean que la vida en sociedad se somete a estas mismas
normas.
La abulia, la indiferencia y la desidia,
explican también lo que está pasando. Una sociedad que espera que
";otros"; se ocupen del cambio, tal vez no merezca ese nuevo rumbo.
Después de todo el desinterés y la displicencia también tienen su premio y vaya
si esto se verifica a diario.
Por otro lado, muchas personas que han vivido
diferentes circunstancias políticas en el pasado, frente a su razonable agobio,
pretenden una celeridad en los cambios, que no se corresponde con lo posible.
Es natural que sientan que no han hecho las
cosas del todo bien, o inclusive que no merecen transitar este presente. Pero
por otro lado saben que lo que queda en sus vidas hacia adelante es menos de lo
que ya han recorrido y confunden entonces deseos con realidad.
Pero existe cierta justicia en lo que pasa.
Salir de los desatinos conlleva tiempo y es saludable asumir que se deben pagar
los costos de los errores cometidos. No sea cuestión de que la sociedad suponga
que sus decisiones son gratuitas. Mucho de lo que se vive en el presente es el
irremediable producto de los desaciertos de varias generaciones que hoy están
paradójicamente apuradas. Hay que hacerse cargo de los fracasos propios, y eso
implica que muchos no podrán ver los frutos de lo que viene. Tal vez sea
merecido, después de todo, estaban allí cuando se tomaron las decisiones que
explican el presente. Algunos prefirieron el silencio cómplice, otros fueron
defensores sistemáticos de una clase dirigente a la que hoy detestan, pero que
por entonces alimentaron con su voto y aprobación.
Se viene avanzando, a un ritmo más que
razonable. Se ha aprendido mucho en estas décadas y es posible que ciertos
equívocos no se repitan porque han sido realmente superados. Los cambios en una
sociedad son siempre pausados, lentos, graduales. El aprendizaje es un proceso,
que tiene sus etapas y el acceso al conocimiento no deriva siempre en acciones.
Estas aparecen cuando se internalizan ciertas creencias y eso lleva mucho
tiempo.
Habrá que trabajar para acortar los plazos,
pero sin tomar tramposos atajos que conviertan los avances en farsas para que
luego se retroceda y todo empiece de nuevo. Los cambios requieren ser
madurados, para que sean verdaderos pasos hacia adelante y no solo placebos
sociales.
La tarea que se viene es ardua pero es imprescindible
entender lo que está pasando y así tener la paciencia suficiente para
comprender que esta batalla será posiblemente más larga de lo esperado, pero
que igualmente vale la pena darla. Se precisa mucho temple para dejar atrás la
coyuntura. Se necesita además inteligencia, esfuerzo pero sobre todo menos
ansiedad y más perseverancia.
albertomedinamendez@gmail.com
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