Es evidente la interrelación entre política y
cultura. Desde un punto de vista antropológico puede hablarse de esa cultura
política como una reproducción y transformación de operaciones simbólicas. La
cultura conforma las concepciones políticas puesto que es un conjunto de
símbolos, valores y normas que constituyen significados. De esta manera puede
asegurarse que las acciones que vemos en el campo de la política no son
accidentales.
Estos significados no están entonces tan
determinados por lo exterior, como se piensa, sino por una conformación
interior derivada de una acumulación de sentidos que se ha convertido, en cuanto
a la acción del grupo social, en lo que podríamos denominar un depósito común
de sentidos el cual se modifica en la realidad social y en los movimientos que
se suceden en el acontecer cotidiano. En momentos de gran conflictividad ese
conjunto se mueve hacia el enfrentamiento o hacia una pasividad derivada de los
términos inaceptables del conflicto.
Una referencia específica que siempre nos ha
ocupado es la clase media venezolana, a la que hemos calificado de
profundamente inculta en lo político. Sin embargo, la realidad venezolana de
hoy impele a considerar la tesis de si se puede continuar hablando de su
existencia. Es segundo lugar, creemos Venezuela es la prueba de la desaparición
del viejo aserto de que ella era factor fundamental de la estabilidad y de la
vigencia democrática.
Hoy en día, en el análisis cultural político,
se privilegia, como lo hacemos constantemente, el concepto de ciudadanía, una
que, incluso, ha sido llamada “de la diferencia”, en el sentido de pasar el
viejo catálogo de clases sociales a un segundo plano, lo que quiere decir que
las diferencias que se ponen de manifiesto son las diferencias de carácter
cultural. Para redondear el concepto, el objetivo deja de ser las “clases” para
centrarse en el estudio y el combate en pobreza y marginación.
Todo este imaginario colectivo ya no parece
depender en la Venezuela de hoy del grado de nivel educativo alcanzado por el
individuo, lo que habla del mantenimiento de un sistema educativo de
repetición. Más bien se ha conformado por una politización excesiva que ha
contribuido al conflicto, pero también a una movilidad social y a la creación
de nuevos paradigmas en las clases emergentes.
Entender este nuevo entramado cultural no
nacido de las clases altas y medias, sino de las que aún son calificadas como D
y E, es absolutamente indispensable para comprender lo que llamaremos un nuevo
imaginario y que tiene una manifestación electoral dura aún por encima de las
contingencias, como la ineficiencia gubernamental.
Bien podría asegurarse, entonces, hay nuevos
y variados símbolos en curso conformando
una nueva conciencia política, uno no inclinada al conflicto sino más bien una
que solicita armonía entre las ofertas y que el único riesgo que ve es la
pérdida de la capacidad de participación conquistada así como de los beneficios
tangibles obtenidos.
Es así como, a pesar de los esfuerzos de
propósito de obtención y conservación de poder, como ataques despiadados a la
“burguesía”, el odio propio del conflicto perverso se limita a pequeños grupos
altamente politizados e instrumentados para el cumplimiento de misiones de
amedrentamiento. En Venezuela el conflicto no lo es entre clases sociales.
Sin una sólida base cultural es imposible el
desarrollo del capital social, uno que, como todo capital, aumenta o disminuye.
Es ese capital social el que realmente modifica estructuralmente. Ello incluye
el control social, el que ejercido debidamente impulsa un pensamiento colectivo
de convergencia en la diversidad. Entonces estamos ante la necesidad de
reconocimiento de los nuevos códigos culturales para ir a una identidad plural
de valores, símbolos y significados, inmersos todos en normas de conducta
salidas de la nueva realidad, pues la única manera de producir acciones
colectivas de entendimiento es haciéndolas partir de prácticas cognitivas que
generan conocimiento.
Al hablar de cambio como congruencia cultural
estamos haciéndolo de la aceptación del principio de la cultura como creación y
transformación. Entre el orden y el conflicto, entre la incertidumbre y la certidumbre,
se mueven los equilibrios de poder y los modelos mentales que los rigen.
Mientras más cultura política más estabilidad democrática, lo que presupone
asegurar una superación del concepto de clase media como garante de su
estabilidad, para atribuirla preferentemente a la adquisición de un grado
superior de cultura política independiente de estratos sociales y,
paradójicamente, de la vieja y colapsada estructura educativa.
tlopezmelendez@cantv.net
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