Es una perogrullada
el decirles, a quienes esto lean, que Venezuela está viviendo uno de los más
difíciles momentos de toda su historia. A todos los venezolanos nos duele, nos
apena y mortifica que nuestra amada Patria se encuentre en la situación en la
que está desde hace ya más de catorce años, cuando asumiera la Presidencia de
la República el ex Teniente Coronel Hugo Chávez Frías (q.e.p.d.).
Nuestra historia, muy
convulsionada a lo largo de los más de cinco siglos transcurridos desde el Descubrimiento de
esta llamada “bendita tierra de gracia”, nunca había registrado la vergüenza,
la tristeza y el deshonor de encontrarse, de manera subordinada, a la potestad
de otra Nación. A comienzos del siglo XX, nuestro país se vio amenazado por
potencias europeas que reclamaban, al gobierno de entonces presidido por
Cipriano Castro, el pago de viejas deudas comprometidas por gobiernos
anteriores. Barcos de guerra de esas potencias entraron en nuestro mar, pero la
astucia del entonces Presidente y la actitud asumida por el gobierno de los
Estados Unidos, determinaron el retiro de los amenazantes barcos. De aquel
tiempo es aquella frase de Castro: “La planta insolente del extranjero ha osado
hollar el sagrado suelo de la Patria.”
En el presente, la
situación actual es mucho peor, puesto que es el propio gobierno de nuestra
República --por cierto bautizada como
“Bolivariana”-- el que ha traído a una
planta insolente del extranjero para
hollar nuestro sagrado suelo.
¿Cuál es la razón o
el origen de semejantes desafuero y traición?
Cuando se derrumba el
régimen de la entonces Unión Soviética y cae, después, el Muro de Berlín, el
gobierno comunista de Cuba quedó desprovisto del apoyo económico y militar que
le proporcionaba la caída del régimen comunista ruso. Fidel Castro puso a
funcionar su mente en procura de apoyos extranjeros. Su innegable inteligencia
pensó en la América del Sur: el primer paso fue la fundación del “Foro de Sao
Paolo”, suerte de asamblea que reunió, en 1990, todas las corrientes de
izquierda del subcontinente: desde el radicalismo marxista-comunista, hasta
movimientos políticos de izquierda más moderados.
En la lúcida mente de
Castro renacía, entonces, la fracasada aventura en la que comprometió al Ché
Guevara, llamada “La media luna”, pues consistía en avanzar, desde Bolivia y
pasar por el occidente extremo del Perú, Ecuador, el sur de Colombia y de
Venezuela y el norte de Brasil, lo que en el mapa diseña una suerte de media luna.
La intención de entonces era propiciar un frente en la América del Sur, que se
opusiera al “imperio” norteamericano con medios semejantes a los que en Vietnam
había confrontado y hecho fracasar a los Estados Unidos.
Volvía a la cabeza de
Fidel Castro esa idea en 1990. El plan consistía en aprovechar el Foro de Sao
Paolo para conseguir recursos pero, también, para favorecer el desarrollo en
los países del norte: Colombia asediada por las guerras de la Farc y otras más;
el norte de Brasil donde eran fuertes las corrientes comunistas y Venezuela,
donde sectores comunistas que no se habían acogido a la política de
pacificación de los gobiernos de Leoni y Caldera, por obre de Douglas Bravo,
habían venido penetrando las FFAA desde los años 70. En Venezuela, la primera
señal de esa penetración se manifestó en el llamado “Caracazo”.
Posteriormente, en
nuestro país, se produjeron, el año 2002, los dos intentos de golpe de Estado
contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Por eso, cuando ya libre de la
cárcel, le visitó Hugo Chávez, Fidel Castro se dio cuenta que le había llegado
la gallina de los huevos de oro. Castro
recibió a Chávez con gran alegría y éste, dicho sin irrespeto, se “enamoró” del
político Castro. Por indicación de Castro, Chávez se fue al medio oriente y
visitó a Hussein, Gheddafi y otros líderes del radicalismo musulmán.
De regreso a
Venezuela, no le resultó difícil a Luis Miquilena el convencer a Chávez para
que dejara la orientación que había anunciado de no participar en elecciones.
No me consta, pero intuyo que Fidel Castro preparó ese camino. A ello se
sumaron los errores cometidos por los partidos democráticos venezolanos, como
lo fueron la destitución del Presidente Pérez, el adelantar las elecciones para
el Congreso Nacional y la pobreza de los candidatos por los partidos democráticos para las elecciones de
1998.
Ante tales
desbarajustes, no le resultó difícil a Chávez el vencer en esas elecciones.
Tampoco le fue difícil a Castro acercarse a Chávez para apoyarlo. A fines del
2001 Fidel Castro vino a Caracas para apoyar a su discípulo, quien debía
confrontar un referendo revocatorio convocado para el primer semestre de 2002.
Castro estuvo un tiempo en Caracas: habló por TV y radio diciendo que la
alfabetización en Venezuela, en dos años, había superado la que él había
realizado la de Cuba; le aconsejó dilatar la fecha del referendo (recuerdan la
historia de las “planillas planas”) y le convenció para que creara los Barrio
Adentro en la Capital y en todo el país. Además, le dio un apoyo fundamental:
el fraude electoral urdido y planificado desde Cuba, para garantizar la
victoria de su pupilo en la votación del referendo.
Entonces comenzó la
penetración cubana: ocuparon los registros públicos; vinieron “médicos” para
los Barrio Adentro y también militares cubanos y espías para controlar nuestras
Fuerzas Armadas y garantizar el mantenimiento del régimen instalado e
Venezuela.
Cuando llegó el
momento de elegir nueva Asamblea Nacional, una inmensa mayoría de los
venezolanos optamos por la abstención.
Pero los partidos democráticos no atendieron o no entendieron la
voluntad popular. En vez de aprovechar esa crítica circunstancia, puesto que
apenas concurrió a las urnas el quince por ciento de los electores, la mitad de
los cuales votaron nulo, los partidos democráticos agrupados en la entonces
“Coordinadora Democrática” se dedicaron a “mantener sus espacios.”
Hoy en día, más que
demostrado el fraude electoral ininterrumpido desde el año 2002, ante a
imperiosa necesidad de acudir masivamente a los comicios del próximo diciembre,
voces agoreras prefieren criticar la líder de la oposición por impedir una
marcha el 17 de abril. Si esa marcha se hubiese realizado, entonces los mismos
detractores de Capriles y demás líderes de la oposición, gastan miserablemente
sus días criticando al líder que dio el todo por el todo en las dos elecciones
pasadas.
Si lograrán, Dios no
lo quiera, dividir ahora la oposición, la suerte de nuestra Patria estaría
echada: será otra Cuba o un satélite de ésta.
ppaulbello@gmail.com
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