El
gobierno de Venezuela volvió a asistir al Foro de Países Exportadores de Gas,
aunque no sea uno de esos países. Pero esta vez, en lugar de asumir una
posición silente como en años anteriores, se plantó en defensa de la postura de
Rusia, principal productor de gas del mundo y líder de la cruzada que busca
reproducir el modelo de indexación de los precios del gas que se viene
ejerciendo en algunos mercados como el asiático.
¿Qué
hay detrás de toda la puesta en escena? Lo más notable es que los precios del
gas han bajado sensiblemente en mercados clave como el norteamericano hasta
unos niveles que permite a los principales productores del mundo afirmar que
está en peligro el sostenimiento de las inversiones necesarias para garantizar
el suministro futuro.
Mientras
se discute si hay un “precio justo” para el gas, en países con balance
energético negativo como Polonia, China y Estados Unidos se apuesta, casi a
ciegas, por alternativas como el desarrollo de las cacareadas reservas de gas
de esquisto o el tight gas. El túnel del gas no convencional aun no muestra una
salida, pero un vasto número de naciones ya emprendió ese camino.
En
el Henry Hub en Estados Unidos, principal eje del comercio mundial de gas, los
precios se han precipitado a niveles ridículos. Aunque la cotización
actualmente fluctúa entre 3 y 4 dólares por millón de BTU (MMBTU), durante este
año tocó un mínimo de 1,82 dólares, desde un máximo de 15,39 dólares, lo que no
sólo habla de la magnitud de la caída, sino de la enorme volatilidad reciente
de ese mercado, similar a lo que ocurrió con los precios del crudo durante
2008.
Lo
que dijo al respecto el presidente ruso, Vladimir Putin, consigue entonces un
basamento válido. Se requiere un esfuerzo político común de los países
productores para estabilizar el precio del gas, para que sea posible garantizar
las inversiones orientadas a elevar la oferta global, que está esencialmente
dirigida a sustituir combustibles líquidos por un hidrocarburo más eficiente
para la generación eléctrica y menos contaminante.
Lo
que Putin ve en su camino es la creación de una suerte de “OPEP del gas”, una
idea de vieja data que se ha encontrado con bastantes barreras pare convertirse
en realidad, esencialmente por la falta de un mercado globalizado y de una
competencia dinámica entre los actores de la industria. Aun hoy en día,
alrededor de 70% del gas se transa por tuberías.
Lo
que se transa en el Henry Hub y otros centros de comercio de gas es marginal en
comparación con la producción. En el caso del petróleo, sólo lo que se transa a
través de contratos futuros de crudo en las dos principales bolsas —el NYMEX en
EEUU y el ICE en Europa— ha llegado a multiplicar por diez el comercio físico
de los barriles a nivel mundial, de manera que ambos mercados no son
comparables ni lo serán en el futuro cercano en la medida en que la mayor parte
del comercio de gas se siga haciendo a través de acuerdos bilaterales de
suministro a través de gasoductos.
“El
mercado del gas está creciendo y por eso existe el Foro de Países Exportadores
de Gas”, dijo Iván Orellana, representante de Venezuela ante el foro, para
defender la propuesta, aunque en una nota de prensa enviada por PDVSA admitió
que “el mercado no está suficientemente desarrollado”.
Al
margen
Mientras
Putin se anticipa al momento en que sea posible ejercer un mayor control sobre
los precios, Venezuela se sentó en la mesa de los productores sin acordarse de
que es apenas un “mirón de palo”.
El
país sudamericano se convirtió en 2007 en un importador de gas de Colombia para
paliar un déficit interno de este recurso que se incrementa a diario aunque
Petróleos de Venezuela produce unos 7.000 millones de pies cúbicos al día
(MMPCD).
Como
la mayoría de ese gas se reinyecta a los pozos para mantener a flote la
producción de crudo, queda un limitado volumen disponible para atender los
requerimientos del sector industrial, comercial, residencial, petroquímico y
particularmente eléctrico, que ha intentando en los últimos años reconvertir su
matriz con el objetivo de hacer un menor uso de la energía hidráulica y lograr
una mayor generación térmica.
Poco
se ha logrado al respecto por miles de razones que no viene al caso mencionar,
pero las plantas eléctricas nuevas que ha instalado el Gobierno son duales, de
manera que están listas para generar luz eléctrica con gas cuando este recurso
esté disponible.
Todo
esto para decir que Venezuela no es ni será en el futuro inmediato un
exportador de gas. La delegación venezolana que asistió al Foro, encabezada por
el propio Nicolás Maduro y que usó la tribuna en Moscú con fines eminentemente
políticos, prometió que el país sudamericano exportará gas en el 2014, dando
con ello una nueva fecha a los dilatados
planes de explotación de las reservas costa afuera, cuya planificación se
inició en los años 80 y aún no ven salir la primera molécula de gas.
¿Por
qué apoyar entonces a una tribuna de productores, más allá de las motivaciones
políticas? Es difícil de responder.
Al
apoyar la tesis del control de precios, Venezuela defiende la postura de los
productores y no de los consumidores, que buscan asegurarse un suministro
barato de gas en el largo plazo para mantener a flote los proyectos
derivados. Venezuela debería preocuparse
en primer plano por poder alimentar de una forma eficiente los ambiciosos
proyectos que requieren gas, especialmente los eléctricos, para poder salir de
la crisis energética que se desató en el 2010 y que de nuevo amenaza con
arreciar.
En
el mediano y largo plazo, el país necesitará ingentes volúmenes de gas para
apalancar los ambiciosos programas de explotación de la Faja del Orinoco, que
demandarán unos 2.000 MMPCD adicionales, 28 por ciento más de lo que se produce
hoy.
Si
la solución en el corto plazo no es producir gas en las costas, pues en el
mejor caso aún faltarían un par de años para que puedan paliar el déficit
interno, ¿cuál es la solución? En los últimos años la alternativa ha sido
realizar costosísimas importaciones de combustibles terminados y componentes de
refinación para inyectar al mercado interno, lo cual no es sostenible en el
tiempo desde el punto de vista fiscal.
Además,
el gas que se importa de Colombia se paga a precios internacionales, lo cual
tampoco es deseable y el año pasado se postergó hasta el 2015 la fecha en que
el flujo de gas debe revertirse para devolverle al país andino el suministro
que nos ha dado en los últimos años.
Venezuela
no está entonces en posición de seguir al líder, Rusia, en sus ambiciones, pero
los hacedores de la política energética venezolana piensan otra cosa, basando
su análisis únicamente en las ingentes reservas por explotar que tiene el país,
sin detenerse en el valiosísimo tiempo que se ha perdido en cambios de socios,
burocracia, restructuraciones y negociaciones fútiles, mientras el país
requiere con cada vez más urgencia la prestación de servicios básicos de
calidad y la industrialización interna.
El
discurso que emana desde el Gobierno incluso insiste en definir a Venezuela
como exportador, no de gas, pero sí de energía eléctrica, aunque esto se haya
realizado en una forma tan marginal como inconsistente en los últimos años.
“Cuando
un país tiene exceso de gas en su balance de largo plazo, como lo tiene
Venezuela, y tiene que generar termoeléctricamente para cubrir la demanda
marginal, si esa termoelectricidad se alimenta con gas, entonces lo que se hace
es exportar gas por cable, como se le conoce tanto en la especialidad de
ingeniería de gas como de economía de los hidrocarburos, y nosotros estamos
exportando gas por cable para Brasil y para Colombia”, dijo el viceministro de
corolario.
Mariannaparraga@gmail.com.
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