viernes, 12 de julio de 2013

MACARIO SCHETTINO, EL MIEDO AL MERCADO, CATO INSTITUTE, FUENTE TABANO INFORMA,


CATO Institute - 09-Jul-13 - Opinión


El miedo al mercado

por Macario Schettino *


Los humanos tenemos tres únicos intereses básicos: comer, que no nos coman, y reproducirnos.

De ellos, el segundo es el más fuerte, porque comer y reproducirse puede hacerse varias veces. En cambio, si nos comen, sólo será una vez. Así, los humanos somos miedosos, porque es una forma de mantenernos vivos.

El miedo, especialmente el miedo a morir, es una sensación muy fuerte, porque así ha convenido en nuestro camino evolutivo. Los más valientes murieron sin dejar descendencia, quedamos los demás. Si no quiere sentir feo, digamos que quedamos los prudentes.

El miedo es importante en nuestro análisis de por qué no tenemos el país que queremos porque el mercado es una fuente de miedo. El mercado, el mecanismo que permite que compremos lo que nos gusta y vendamos lo que se pueda, es inclemente. Joseph Schumpeter, economista austriaco de la primera mitad del siglo XX lo llamaba “destrucción creativa”. El mercado premia a los creativos, pero destruye a los demás. Y si usted fue creativo, pero llega alguien más creativo que usted, lo va a destruir.

Y nosotros preferimos el “más vale malo por conocido”. Si podemos mantenernos ahí más o menos en una economía rentista, como para qué querríamos arriesgarnos en una economía de mercado, donde cada día corremos el riesgo de que llegue alguien más creativo que nosotros y nos destruya.

Y aquí viene la parte complicada. El éxito del mercado depende de la capacidad que tengan las personas de asumir riesgos y de entenderse como participantes individuales de esa competencia. Por eso es tan complicado, porque exige una visión del mundo que no es natural para los humanos. Nosotros, para reducir el riesgo de que nos coman, nos asumimos como parte de una comunidad que nos ayuda a defendernos. Es natural para los seres humanos entenderse como parte de una comunidad. No lo es entenderse como individuos. El individualismo se aprende, el colectivismo viene de nacimiento.

Por eso es más difícil impulsar acciones que dependen del individualismo, y por eso el proceso exige generaciones enteras. Uno no pasa del rentismo al capitalismo de un día para otro. El proceso de transformación en la forma de pensar es largo. Es precisamente lo que Deirdre McCloskey llama la dignidad burguesa, que tarda en construirse un par de siglos, pero que va a sostener un crecimiento exponencial en la generación de riqueza de los seres humanos. Es el capitalismo, pues, es el mercado, en el sentido de la destrucción creativa.

Pero eso es precisamente lo que el colectivismo rechaza. Descalificamos este proceso argumentando que se trata de “capitalismo salvaje”, de “cada quien se rasca con sus uñas”, que es una visión utilitarista propia del protestante anglosajón. Y entonces las visiones colectivistas nos sirven de defensa, sea el conservadurismo católico, o el colectivismo izquierdista. El caso es que tenemos miedo.

Si queremos que haya generación de riqueza, y que cada uno tenga una oportunidad igual de participar en ella, entonces tenemos que abandonar nuestras defensas colectivas. Más claramente, necesitamos que las empresas puedan quebrar sin que nadie las ayude; necesitamos que las personas paguen sus deudas, o sean castigadas por no hacerlo; necesitamos entender que se puede ganar y se puede perder, y que eso es justo, no el empate obligado, la prórroga recurrente, el repechaje.

Nos es muy difícil entender esto. La historia explica por qué, pero no queremos escuchar razones: lo que tenemos es miedo. Y el miedo no se quita con razones. Y de ese miedo viven los rentistas: mejor que no se acaben los sindicatos, porque si no, quién me defiende; mejor que no lleguen los extranjeros, porque van a abusar de nosotros; mejor ni le muevas, pues.

La creación de riqueza ocurre porque hay personas que tienen ideas que convierten en realidad, en bienes y servicios que ofrecen a los demás. Cuando los demás compran, se generó riqueza. Cuando no, ni modo. Las personas que hacen esto se llaman emprendedores, y son el motor del crecimiento económico. Si no existen, no hay generación de riqueza. Hay, si acaso, redistribución. De unos a otros. De usted a los rentistas, por ejemplo.

Cuando en un país no hay emprendedores (o hay muy pocos), ese país no genera riqueza. La que hay se redistribuye. El que tiene poder, obtiene más riqueza. Los que no tienen poder, aportan riqueza para el que sí tiene. Esos son los rentistas que viven de usted.

Pero un emprendedor es alguien que corre riesgos. Puede ganar mucho, o puede perder muchas veces. Si los jóvenes imaginan su futuro sólo siendo empleados, o consiguiendo un poco de poder para vivir de rentas, sea como político o como criminal, pues ese país está condenado al fracaso.

Más claramente, si usted piensa que México debe crecer más y que debemos distribuir mejor la riqueza que producimos, entonces la respuesta está muy clara: lo que necesitamos son más emprendedores y menos políticos. Más empresarios de los que generan riqueza y menos de los que viven de extraernos rentas.

* Profesor de la División de Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey, en la ciudad de México y colaborador editorial y financiero de El Universal (México).


Este es un reenvío de un mensaje de "Tábano Informa"


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