No hay jabón de baño, no hay crema dental y
tampoco papel higiénico. Antes de sacar conclusiones obvias, es necesario que
abordemos en profundidad la gravedad de lo que sucede, es imperativo advertir
que la escasez crea angustia, pero la escasez de alimentos crea desespero y eso
es mucho más peligroso.
No hay azúcar,
no hay leche en polvo, no hay cereales para los niños, no hay arroz, no hay
aceite comestible, ni margarina y tampoco hay pollo. Entretanto, mientras se
agota la capacidad de reserva alimentaria de Venezuela, la inflación está
haciendo estragos, hay una fuerte caída de las reservas internacionales, por el
orden de los 5 mil millones de dólares en lo que va de año y tanto la deuda
externa como interna crecen de manera acelerada, obligando al país a solicitar
esta misma semana el préstamo de unos 5 mil millones de dólares más a China, y
en paralelo una encubierta devaluación de la moneda a través del Sistema
Complementario de Administración de Divisas (Sicad).
Un país sin seguridad alimentaria,
desabastecido y atrapado en el torbellino de la inflación, es un país con
debilidad política. De allí sale el mal olor. El desastre económico que vive
Venezuela, es como un fango que creció sobre las cenizas de su destruido
aparato productivo, tanto en la industria como en el campo venezolano. Y a la
orilla de ese fango merodean los aliados de los burócratas, buscando divisas
como rapiñas para sus empresas fantasmas, buscando “negocios”, mientras el
empresario organizado muere de mengua esperando su asignación, para poder
importar lo que los venezolanos consumimos, entre ellos cabe mencionar a las
empresas farmacéuticas, a los laboratorios clínicos y todas aquellas empresas
que nos suministran productos de alta tecnología.
Ahora, un país puede estar armado hasta los
dientes, como dice estar el nuestro con las armas rusas, pero su soberanía está
garantizada por la capacidad de autoabastecimiento que tenga y no por las armas
que exhiba. Y para muestra un botón: la misma Unión Soviética cuando entró en
crisis económica por falta de alimentos, incluyendo la alimentación de su
poderoso ejército, tomó la decisión de disolverse, cayó el comunismo y el muro
de Berlín, sin que se disparara un tiro. Lo que nos deja ver que las armas son
buenas para la defensa, pero no para sostener ni contener el hambre.
La escasez en Venezuela es por parejo. Nos
afecta a todos. Es posible que la inflación no afecte a los “enchufados” porque
tienen dinero de sobra, y hasta pueden encontrar alimentos en los 40 silos que
tienen en las cercanías de los puertos del país, pero los que estamos haciendo
cola desde la madrugada para encontrar la leche, el azúcar o los cereales para
los muchachos, estamos pensando seriamente en quién realmente es el culpable de
todo esto. Hemos escuchado de los voceros del gobierno que la culpa es de otro
y no de ellos, pero es bueno advertirles que los intereses oscuros contra la
producción del país, los obstáculos al productor nacional y el acorralamiento a
la iniciativa privada, le ha hecho y le hace tanto o más daño al gobierno que a
quienes estamos en la cola, a pesar del sufrimiento que significa para cada
padre o madre de familia esperar hasta seis u ocho horas por un pote de leche,
un paquete de azúcar o un pollo.
La crisis económica, el desastre de la
política económica del gobierno, se ha convertido en un monstruo de mil
cabezas. Nuestra moneda está en sus ojos, se devalúa constantemente, en el
resto del cuerpo tiene boquetes por donde desangra. Le tapan uno y se le abre
otro. Entretanto, los que estamos en la cola sentimos que realmente algo huele
mal en Venezuela.
Leninvalero2@gmail.com
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