Aterrizó el Presidente Santos en Venezuela
para consumar ritos tribales que pudieron administrarse con una barata llamada
telefónica. Pero no, tenía que venir como a pedir perdón, disculpas costosas y
públicas, en medio de una selva televisada, por haber recibido a Capriles
Radonski en la húmeda Bogotá. ¡Oh insensatez democrática!
La reelección bien vale un Puerto Ayacucho, y
los matrimonios, cuando llueve, tienen buena suerte. Así se dijo, entre
colibríes, truenos y chubascos, mientras Nicolás henchido de gozo, miel de luna
él, repetía: Que si patatín, que si patatán, que si el relanzamiento, los
hermanos, la paz, la droga, el comercio, la seguridad, el contrabando de extracción,
el padre común.
Diccionario piche en el que se resumen los vínculos
colombo-venezolanos. Hemos pasado de relaciones diplomáticas a toreo de
reacciones de ira, a sonrisas melifluas de pinochos igualados por una nariz
creciente de mentirillas y abigeato consentido.
Porque esta realidad entre dos países con
tanto pendiente sobre la gualdrapa, da dentera. No pasa de novela policial mal
narrada. No aporta, no oxigena, se cuece y aísla, se agota y satisface en
trueque de capos por silencio frente a
los guerrilleros que aquí duermen en territorio cinco estrellas.
Y mientras el mundo gira estos dos personajes
no despiertan. Sonámbulos firman serpentinas y papelillos, poniendo caras de
yo-no-fui y se distraen en el discurso de que tan repetido y telegrafiado no
requiere de periodistas; no despierta emociones sino el bostezo achinchorrado a
las tres de la tarde, frente al espejo turbio del inmenso Orinoco. Sí, sí, el 2
de agosto se recontra reúnen las Comisiones de Alto Nivel y con megáfono.
Ni siquiera alharaca, trueno, palabra cierta.
Un gran aburrimiento más bien, hora del burro me imagino, es lo que tenemos en
frente con estos dos contenciosos del vínculo más espléndido y esperanzador,
que lo fue, entre dos naciones de América Latina. Pero es que no dan para más,
no pueden. Cargan golpe de biela. Ideológica y políticamente no es para menos.
Modus vivendi es a lo que más, que es como saludar al de enfrente con una mano
y la otra en la nariz. Despertémonos que eso es lo que hay. No nos pongamos
sublimes. Alegrémonos de que al menos las cosas siguen en pie. Y pregunto, ¿por
qué tanto complejo de hermandad? ¿Hasta cuándo Peonía?
Nicolás y Juan Manuel han grabado sus nombres
en un corazón atravesado por una flecha, del cual emanan unas gotas que vaya
usted a saber. Lo cierto, lo único, es que no se le pueden pedir peras al olmo
y es por eso que los tórtolos se fueron a la selva, al edén, al paraíso
perdido, para creer, hacer creer, creerse, que en ese paraíso terrenal donde
todo es posible, se puede comenzar de nuevo como si nada. Para mi gusto, solo
faltaron los tambores y los rugidos felinos, con el fondo musical de aquél
himno que cantaba: “Tú lo que quieres es que me coma el tigre”.
leandro.area@gmail.com
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