Colombia
ha dejado de ser un país vecino para convertirse más bien en territorio y razón
de intrigas y cuentos, en un affaire más y mercenario, propicio a nuestra volátil
realidad y a los intereses del gobierno venezolano. Tiene tiempo en eso, es
verdad, pero en los últimos años es cuando más se le mira. Y es ella misma, a
conciencia, quien ha decidido jugar ese papel de utilería.
LA GRAN COLOMBIA |
Por que Colombia
padece de una irrefrenable necesidad de reconocimiento, de lavarse la cara ante
el mundo, y por ende cae en protagonismos
enfermizos y efímeros. Quiere dejar de ser, de cargar con su INRI, deslastrarse de su perfil cachaco,
rural, ensimismado, cafetero y leguleyo; fumigar su imagen guerrillera, cruel y
violenta, narcotraficante, esmeraldera e irrespetuosa de los derechos humanos.
Para ello ha enarbolado no sé cuántas banderas por la paz junto a los concursos de belleza de la Señorita Colombia, la de sus exquisitas
flores para la exportación, la de su premio Nóbel (recuerdo al Gabo diciendo
“es que no quiero que me usen”), sus textiles, su capacidad para involucrarse,
con razón o sin ella, en cuanto organismo internacional exista, incluso en la
OTAN, en donde no podía. Pero con todo y ese esfuerzo, que no es poco, se le ve
la costura al desencuentro que sostiene consigo misma como nación, que es que
no halla qué hacer, se desespera por ser sin saberse estar quieta, profunda,
segura y sólida en sus raíces.
Digo
ahora de salto y porrazo que cuatro son las etapas de ese peregrinaje. La
primera es la que va desde la Conquista a la Independencia. La segunda, de la
Independencia ya dicha a la pérdida de Panamá en 1903, cuando recién finalizaba
la Guerra de los Mil Días (1989-1902). La tercera, desde ese momento hasta la
muerte de Jorge Eliécer Gaitán y “El Bogotazo”, que ocurren ambos en el mismo
abril de 1948. Y la cuarta etapa conocida como de “La Violencia”, que comienza
en aquél 1948 funesto y que aún no escampa. Para casualidades, como en 1903,
Colombia acaba de perder soberanía frente a Nicaragua en el Mar Caribe.
Quinientos
años y más de soledad transcurridos no son suficientes para explicar ese vicio
irreprimible por estar en todo: que si la modernización, el top de la moda, la
fauna, el vallenato, el exceso de exterioridad frente a las carencias y
dificultades en lo interno. Colombia hace tiempo que entró al mundo del
espectáculo donde cree expiar o esquiva sus sentimientos de culpa, defectos y
carencias con el afán del éxito fácil, de la vorágine del futuro para tapar el
presente y olvidar el pasado. A esa velocidad hiperquinética la paz se ha
convertido en un mito estrambótico, en una mercancía figurada.
Los
últimos representantes de su élite política, hablo sin pormenores ni
diferencias de estilo de los presidentes Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe y
Santos, estuvieron dispuestos a entregar lo que fuera a cambio de la Paz. En
esas, como un pajarito, se les presentó
Hugo Chávez, a quien debieron percibir desde las alturas de Santa Fe de Bogotá
como un joker reilón, socialistoide, costeño, bananero, petrolero y manejable. De intruso pasó a ser comodín.
De comodín a karma. A partir de entonces Colombia es otra y su relación con
Venezuela se ha convertido en un menú de novelones fileteados por entrega con
un rating que ni “Las Juanas”.
Y
en éstas de “mi nuevo mejor amigo”, el gobierno venezolano aprendió, minero
contra agricultor, a perderle el respeto y a chantajearlo, bajo la batuta del
cubano. Conocidas sus carencias y su ambición por la plata, la paz, la pólvora,
las exportaciones y otros vallenatos que ni la gota fría, lo maneja a su
antojo, gusto y medida; lo pone a pedir cacao a cambio de dólares, lo obliga a
legitimarlo, y cuando se atreve a
invitar soberano al líder de la oposición venezolana, lo extorsiona histérica
con el cartapacio de presuntos planes magnicidas, que si Carmona, que si los 18
aviones de guerra para atacar a Venezuela y eliminar a Maduro. Se han
inventado, truculencias, a todo un ejército enemigo en suelo de mi General
Santander, el Hombre de las Leyes, cuando la verdad es que la guerrilla
colombiana es la que opera y descansa plácida, aliviada y buchona en territorio
bolivariano.
Colombia
anda desorientada en manos de la ambición del reeligiente, que se pasea ahora
por Israel, muy glamoroso él, dándose bomba, mientras Garzón, el
Vicepresidente, solicita muy comedido que intervenga la ONU por el bien de
quién sabe.
Leandro Area
leandro.area@gmail.com
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