El Autana, monolito
descomunal truncado en su cúspide, Tepuy solitario rodeado de ríos portentosos
que se enroscan en la planicie cubierta por selva impenetrable.
Piedra rosada
elevándose más de 1200 metros sobre el verde turquesa. La Montaña sagrada, El
Árbol de la Vida. Tronco de un árbol
titánico donde nacieron alguna vez todas las frutas del mundo y
habitaron los pequeños animales y las aves. Ejemplar único talado por la
envidia de los seres rastreros que quedarían condenados para siempre por ese
acto vandálico.
Imbuidos en el
romanticismo decimonónico y el afán de aventuras, mi mujer y yo decidimos
visitarlo. Contactamos con una agencia turística que por una suma muy razonable
nos ofrecía el viaje fluvial desde Puerto Ayacucho hasta una comunidad indígena
al pie de la maravilla.
Interesados en
comprar artesanía obviamos el viaje en avión. Haríamos el recorrido en mi
camioneta Hilux. Más de 1500 Km. entre ida y vuelta.
De San Fernando de
Apure a Puerto Páez la llanura infinita permite aumentar la velocidad. Huecos
lunares sorpresivos obligan a frenazos descomunales. Vehículos destrozados a
orilla de carretera.
4 horas de recta
perenne y sobresaltos. Ahora la vía termina a orilla del Río Orinoco. Puerto
Páez. No hay puente, sólo una chalana. Siglo XXI y todavía no hay puente.
Más de una hora de
espera en el sauna pegajoso del mediodía. Fue brevísimo nos dicen.
En taguaras sin amor
venden galletas y refrescos.
Camino de tierra,
pozos profundos dejados por la lluvia. Los carros pequeños pegan sobre las
piedras al bajar de la gabarra. Guardias Nacionales mal encarados. Nos toca el
turno, El remolcador lucha con la corriente del río crecido que arrastra
islotes de Bora.
Brisa fresca.
Estamos del otro lado. Aparecen fantásticas
afloraciones graníticas negras a orilla de carretera. En plena soledad, bajo de
la camioneta a fotografiar un morro. Pasa un Jeep de la Guardia, sus ocupantes
me miran y se voltean como para saltarme encima. Decido seguir camino, acelero,
aparece el Jeep, dio la vuelta y vino tras de mí. Se me pega, hace señales de
luces, me orillo, me detengo, mento la madre bajito, mi mujer se asusta. Por el
retrovisor veo a un oficial joven que viene con la mano sobre la pistola, bajo
del carro antes que llegue, ilumino la mejor de mis sonrisas y le extiendo la
mano. Con eso lo desarmo. Me interroga: si soy extranjero, que a qué le saco
fotos. A ese morro, contesto. ¿Y qué sabe Ud. de ese morro? pregunta. Yo nada,
simplemente me gusta, ¿y tú qué sabes? le digo confianzudo aprovechando mi
edad. No, nada, dice sorprendido. Luego pregunta por mi profesión, muy
simpático le entrego una tarjeta, le cuento sobre mi vida, le informo sobre
nuestra visita al Autana. Ya lo aflojé. Me pregunta dónde vamos a pernoctar, me
recomienda otro hotel, y por fin me dice puede continuar Ciudadano.
Cuando ya se iba,
como venganza por el mal rato, le pregunto cuál fue su razón para detenerme. Me
responde que yo podía ser un turista u otra cosa. ¿Qué otra cosa?, insisto
arriesgando. Hay mucho extranjero interesado en obtener datos sobre la zona y
nuestras riquezas, me responde enfáticamente.
Deduzco que, a sus
ojos, este Ciudadano algo mayor sacando fotos en la carretera a plena luz del
día resultaba sospechoso de espía.
Como que se lo creen.
Continuará.
german_cabrera_t@yahoo.es
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