Un tema frecuentemente tabú en la
conversaciones corrientes de la gente, inclusive en muchas discusiones
académicas, es el del los impuestos.
No son pocas las personas que comparten la
necesidad de desregular los mercados y -en general- los intercambios
económicos, pero que al llegar a la materia impositiva cambian bruscamente de
orientación, por creer, en buena medida, que los impuestos reportarían o
redundarían en alguna clase de "beneficio", sobre todo para los
sectores más "desfavorecidos". Este, como tantos otros en materia
económica, no se trata más que de un mito, que -a su turno-, se sustenta en
otro mito no menor, que es de la tan manoseada (hasta el hartazgo) y mal
llamada "redistribución de la riqueza".
No son muchos los autores que han tenido una
visión tan preclara de lo nocivo de los impuestos como medio para
"redistribuir riqueza" como lo fue el pensador francés decimonónico
Frédéric Bastiat, quien decía:
"Pero si llega a introducirse el
principio funesto de que so pretexto de organización, reglamentación,
protección y apoyo, la ley puede quitar a los unos para dar a los otros, echar
mano a la riqueza adquirida por todas las clases para aumentar la de una clase,
a veces la de los agricultores, en otros casos la de los manufactureros,
negociantes, armadores, artistas o comerciantes. ¡Oh!, por cierto en ese caso,
no hay clase que no pretenda -con razón- echar mano a la ley también ella; que
no reivindique curiosamente su derecho de elegir y ser elegida, y que no esté
dispuesta a trastornar la sociedad antes de renunciar a sus pretensiones.
Los
mismos mendigos y vagabundos probarán que tienen títulos incontestables. Dirán:
“Nunca compramos vino, ni tabaco, ni sal, sin pagar impuestos, y una parte de
tales impuestos se da por vía legislativa en forma de primas y subvenciones a
hombres más ricos que nosotros. Hay otros que hacen servir la ley para elevar
artificialmente el precio del pan, de la carne, del hierro y del paño. Ya que
cada uno explota la ley en provecho propio, también nosotros queremos
explotarla”.[1]
En efecto, aunque los gobiernos pueden de
hecho imponer impuestos fuera de la vía legal, la gran mayoría de estos lo son
a través de la legislación, la que específicamente denominamos hoy en día
legislación fiscal o impositiva. Bastiat hace hincapié precisamente en la desigualad
que los impuestos generan a la población y la manera en que los más
desfavorecidos tendrían derecho a exigir compensaciones a los gobiernos por los
efectos adversos que les acarrean dichos impuestos.
Para Bastiat, los impuestos forman parte de
lo que él denomina ingeniosamente la expoliación legal, y va más allá todavía
cuando nos explica que la expoliación legal no es más que otro nombre diferente
para lo que se conoce como socialismo. En sus palabras:
"Ahora bien, la expoliación legal puede
ejercitarse en una multitud, infinita de maneras; de ahí la infinita multitud
de planes de organización: tarifas, proteccionismos, primas, subvenciones,
fomentos, impuestos progresivos, instrucción gratuita, derecho al trabajo,
derecho a la ganancia, derecho al salario, derecho a la asistencia, derecho a
los instrumentos de trabajo, gratuidad del crédito, etc. Y es el conjunto de
todos aquellos planes, en lo que tienen de común que es la expoliación legal,
lo que toma el nombre de socialismo."[2]
Compara a los socialistas con un jardinero
así:
"Y al igual que el jardinero, que para
efectuar la poda de los árboles, necesita hachas, serruchos, sierras y tijeras,
el público necesita para el arreglo de su sociedad fuerzas que sólo puede
encontrar en las leyes; la ley de aduana, ley de impuestos, ley de seguridad
social y ley de instrucción."[3]
Y al respecto aclara:
"Nótese que lo que pongo en duda no es
el derecho de inventar combinaciones sociales, de propagarlas, aconsejarlas y
experimentarlas en ellos mismos a su costo y riesgo; lo que disputo es el
derecho de imponernos todo eso por intermedio de la ley, es decir por la fuerza
y obligamos a pagarlo con nuestros impuestos."[4]
Bastiat ya criticaba en su tiempo el hoy tan
incuestionado por muchos redistribucionismo, llegando a advertir, con total
nitidez, como el impuesto (como instrumento del redistribucionismo), no hace
más que crear pobreza y desigualdad allí donde se aplica.
Otros autores señalan al impuesto como un
instrumento de agresión y de violencia. Por ejemplo, Murray N. Rothbard es uno
de sus exponentes:
"... el axioma fundamental de sistema
[según Rothbard] es la posesión que la persona tiene de sí misma, esto es, una
propiedad privada absoluta que la persona tiene de sí misma y por ende de todos
los frutos de su acción libre y voluntaria. La moral objetiva pasa por respetar
este axioma y sus consecuencias, una de las cuales sería el principio de no
agresión, esto es, nadie tiene el derecho de iniciar la violencia contra un
tercero, y tiene consiguientemente el derecho de legítima defensa contra una
agresión tal. Por eso Rothbard reconoce a Locke como un antecedente evolutivo
de su propia posición, le perdona relativamente su “confusión” respecto a
ciertas cuestiones del derecho de propiedad, pero se distancia claramente de
Nozick en la aceptación que este último tiene del estado mínimo: en este
esquema, un gobierno liberal clásico al estilo mínimo, que cobrara impuestos
compulsivamente, es indebido precisamente porque viola el principio de no
agresión".[5]
En suma, resulta claro que los impuestos,
además de constituir un acto de violencia y agresión contra a los que
inexactamente se les quiere llamar "contribuyentes" (denominación
errónea, había cuenta quien contribuye a algo -por definición- lo está haciendo
en forma voluntaria) no sólo ataca y agrede a quien resulta sujeto pasivo del
mismo, sino que asalta y violenta a la sociedad toda en su conjunto,
volviéndola cada vez mas y mas pobre.
[1]
Frédéric Bastiat. La Ley. Pág. 7.
[2]
Bastiat, Ídem. pág. 9
[3]
Bastiat, Ídem. pág. 15
[4]
Bastiat, Ídem. Pág. 28
[5]
Gabriel Zanotti. HACIA UN LIBERALISMO CLÁSICO COMO LA DEFENSA DE LA INTIMIDAD
PERSONAL. Libertas. 1º semestre 2005, Pág. 3
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