Es bastante difícil encontrar personas que no
estén a favor de la "igualdad de oportunidades", pero -al mismo
tiempo- no es menos dificultoso hallar quienes se hayan detenido a pensar si
lograr dicha meta es fácticamente posible, siquiera en alguna medida mínima.
Lamentablemente, lo que se ha dado en llamar el ideal igualitario o igualitarista, es imposible de ser alcanzado -y esto último- no por defectos o malas intenciones en (o de) la naturaleza humana, sino por motivos más de fondo, que radican -en última instancia- en circunstancias fácticas, de tipo físico (incluido el biológico) y psicológico
El Dr. Krause explica:
"Entre las tantas cosas que nuestras
sociedades modernas demandan de sus gobernantes se encuentra extendida aquella
que se resume en la frase "igualdad de oportunidades". No obstante, a
poco que pensemos sobre ello nos daremos cuenta que la misma, en su sentido
literal, es imposible. El conocimiento se encuentra inevitablemente disperso,
como también los talentos y capacidades, y así también los recursos.
Es más, si efectivamente lográramos tener un
gobierno que alcanzara dicho objetivo, sería uno en el cual se extinguiría todo
vestigio de libertad individual y el respeto por muchos de los derechos que
ahora también exigimos que esos gobiernos respeten y garanticen. Tenemos
distintas preferencias y nos proponemos alcanzar distintos fines en nuestras
vidas y ése es un conocimiento que sería imposible transmitir a un agente tal
como el gobierno para que nos lo otorgue.
La función del gobierno, entonces, no puede
ser garantizarnos ciertos resultados particulares a cada uno de nosotros sino
generar ciertas condiciones generales en las que tengamos “más” oportunidades
para perseguir, y eventualmente alcanzar, cualesquiera que sean nuestros
objetivos particulares. Es mantener dicho orden, formado por un marco de
normas, tanto formales como informales, que tampoco el gobierno mismo ha
generado en su totalidad sino que es el resultado de largos procesos
evolutivos."[1]
"Inclusión social"
En los últimos tiempos se ha puesto de moda
otra alocución que se usa en lugar del ya clásico eslogan de la "igualdad
de oportunidades", y el que ya se ha convertido en una muletilla de
políticos, periodistas y muchas otras personas, que hablan incesantemente de la
"inclusión social". Sin embargo, nadie acierta a definir con
exactitud a qué se quiere referir con esta novedosa fórmula, lo que no impide,
a poco que quien intente explicarla lo haga, descubrir que detrás de esta nueva
expresión no encontramos otra cosa que a nuestra antigua conocida
"igualdad de oportunidades". Parece ser que esta es una nueva
estrategia de "progresistas" y "populistas" para escapar a
la necesidad de probar cómo sería posible conseguir aquella utópica
"igualdad de oportunidades". No obstante, el punto de estos
"modernos" demagogos sigue siendo esta hipotética "igualdad"
imposible de obtener.
La "inclusión" que se pide, es la
de los "desfavorecidos" en el círculo de los "favorecidos",
y esta declamada "inclusión" sólo podría lograrse mediante el añejo
expediente de quitarles a aquellos "favorecidos" lo que les pertenece,
y entregárselo a los que no les pertenece (los "desfavorecidos"), con
lo que nos volvemos a topar con otro eslogan mas pretérito aun: el de "la
justicia social", que ya hemos examinado otras veces. Y si se negara,
diciendo que se tratan de "cosas diferentes", ello nos llevaría de
retorno al concepto de "igualdad de oportunidades".
"La "igualdad de oportunidades"
carece de trascendencia en los combates pugilísticos y en los certámenes de
belleza, como en cualquier otra esfera en que se plantee competencia, ya sea de
índole biológica o social. La inmensa mayoría, en razón a nuestra estructura
fisiológica, tenemos vedado el acceso a los honores reservados a los grandes
púgiles y a las reinas de la beldad. Son muy pocos quienes en el mercado
laboral pueden competir como cantantes de ópera o estrellas de la pantalla.
Para la investigación teórica, las mejores oportunidades las tienen los
profesores universitarios. Miles de ellos, sin embargo, pasan sin dejar rastro
alguno en el mundo de las ideas y de los avances científicos, mientras muchos
outsiders suplen con celo y capacidad su desventaja inicial y, mediante
magníficos trabajos, logran conquistar fama."[2]
Casi todos los gobiernos -y no sólo los
populistas y progresistas que venimos sufriendo desde hace décadas-, persiguen
la utopía igualitaria, y buscan ese mundo plano y chato en el que nadie
sobresalga ni destaque sobre su prójimo. Lo que obtienen es la paralización del
progreso y del mejoramiento humano, al tiempo que las riquezas y el poder
económico se acumulan en manos de una clase política que, habiendo pasado por
el poder o permaneciendo en el mismo en cualquiera que sea sus niveles, es cada
vez menos igual a aquellas masas de gentes que demagógicamente dicen que
quieren "igualar en oportunidades". La única "igualdad de
oportunidades" que jamás estarán dispuestos a compartir es la oportunidad
de hacerse con el poder absoluto y totalitario con el cual someten a sus
gobernados. Prueba de ello, son las demagogias sudamericanas en manos de los
Kirchner en Argentina, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y el comunismo
chavista venezolano.
El sistema que brinda mayores oportunidades
para todos es el capitalismo, como lo explica el Dr. Mansueti cuando dice de
él:
"No es perfecto, aunque es muy superior
a cualquier otro para generar ahorros e inversiones, que llevan a la formación
o “acumulación” de capital. Es ideal para los trabajadores, porque la
competencia incrementa sus oportunidades de empleo y opciones para escoger
entre numerosos empleadores, y la acumulación de capital aumenta su
productividad e ingresos reales. Y quienes mejor lo saben son los propios
obreros: ellos se trasladan, casi siempre con sacrificios y altos costos, desde
sitios donde hay relativamente menos libertades y oportunidades, a destinos
donde hay (relativamente) más; y nunca a la inversa."[3]
[1] Martín Krause. Índice de Calidad
Institucional 2012, pág. 6 y 7
[2] Ludwig von Mises, La acción humana,
tratado de economía. Unión Editorial, S.A., cuarta edición. Pág. 424-425
[3] Alberto Mansueti. Las leyes malas (y el
camino de salida). Guatemala, octubre de 2009, pág. 66-67
gabriel.boragina@gmail.com
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