Las imágenes del 3 de Julio en las calles de
El Cairo aparecen ante los ojos de cualquier demócrata como repetición de una
mala película. Tanques a lo largo de las calles, multitudes que abrazan a los
soldados como si fuesen salvadores de la patria, himnos militares y el discurso
solemne de un general quien como el nasserista Abdel Fatan al Sisi, con la
bandera nacional como trasfondo, anuncia que el que ha tenido lugar no es un
golpe de estado, solo un pronunciamiento destinado a preservar la democracia de
sus enemigos.
El ministro de Defensa de Egipto, Abdel-Fatah El-Sisi, anunció este miércoles la deposición de Mohamed Morsi como presidente |
Los militares, también en Egipto, cuando
asumen el poder no vienen de la nada ni actúan como resultado de simples
conspiraciones. Suelen ser, por el contrario, emisarios de movimientos que por
sí solos no se encuentran en condiciones de derribar a un determinado gobierno.
Quiero señalar: no siempre hay detrás de cada golpe una minoría pues los
militares, como si tuvieran un sexto sentido político, saben muy bien cuando
actuar. Es por eso que muchos golpes de estado -no solo en Egipto- han sido
acciones no exentas de apoyo popular. Alguna vez hay que decirlo.
Detrás de cada golpe hay casi siempre un mal
gobierno, entendiéndose por ello a uno que no ha sabido cumplir o ser
consecuente con las promesas que lo llevaron al poder. Ese es sin duda el caso
de el de Morsi. Surgido de una auténtica revolución democrática y popular, al
gobierno Morsi le fueron encargadas tres tareas:1) Construir instituciones
democráticas 2) Servir de mediador entre las diversas fracciones que derrocaron
a Mubarak y 3) Impulsar el desarrollo económico de la nación.
Morsi no sólo no cumplió con ninguna de esas
tres tareas, además realizó lo contrario. Demolió las instituciones públicas,
abolió la antigua constitución civil, concentró los tres poderes en uno, el
ejecutivo; entregó grandes cuotas de poder a los "hermanos
musulmanes" marginando a las fracciones islámicas democráticas y a los
sectores laicos (precisamente las fuerzas más activas en la revolución
anti-Mubarak de 2011) y, de acuerdo a planes supuestamente distributivos,
depreció la moneda, desató la inflación e hizo depender al país de
importaciones, sobre todo alimenticias. Lo dicho no entraña, por cierto, una
justificación del golpe, pero la verdad es que el mismo Morsi cerró las salidas
a una alternativa diferente.
En cierto sentido el golpe militar no fue
sólo en contra de Morsi sino en contra de los "hermanos", fracción a
la cual pertenece Morsi. Pero "los hermanos" islamistas, organización
fundada en 1928 por Hassan Banna, no eran recién llegados. Perseguidos brutalmente
durante la dictadura de Nasser y tolerados durante la de El Sadat, bajo Mubarak
se convirtieron prácticamente en socios del gobierno, siéndoles asignadas
funciones administrativas, poder de base en los campos y sectores suburbanos e
importante presencia en las universidades. Además, gracias a las remesas que
reciben de Arabia Saudita, lograron convertirse en el grupo político más
poderoso y homogéneo del país. Así se explica por qué, durante la rebelión de
2011, fueron los últimos en sumarse a las multitudes anti-dictatoriales.
Las hermandades, después de la revolución,
llegaron a ser una especie de "soviets" islámicos. De ahí que
siguiendo la consigna "todo el poder a los hermanos" intentaron
convertir a la multicultural nación en una república islámica. Si el golpe
detuvo o simplemente ha postergado la realización de esa alternativa, nadie
puede decirlo todavía.
Falsa es en todo caso la divulgada opinión de
que los golpistas de 2013 son representantes de un movimiento laico en contra
de un movimiento religioso. Por una parte hay que tener en cuenta que grandes
contingentes del ejército, sobre todo en la tropa, son fieles islámicos. Por
otra, y esa es quizás la única buena noticia que ha traído consigo el golpe de
Julio, diversos grupos islámicos no asociados a las "hermandades"
pasaron a formar parte, junto al Frente de Salvación Nacional, de la creciente
oposición a Morsi. Es el caso, entre otros, del partido religioso NUR (Luz) que
cuenta con el 25% de la votación y cuyo líder Ahmed al Tayeb ha aparecido en
televisión junto al representante simbólico de los laicos, el premio Nobel
Mohamed Al Baradei.
¿Ha regresado Egipto al punto de partida, a
un "mubarikmo" sin Mubarak? Difícil decirlo. Cierto es que gran parte
del ejército es todavía pro-Mubarak. No olvidemos tampoco que los militares,
cada vez que llegan al poder, lo hacen para quedarse, aunque esta vez tuvieran
el recato de nombrar presidente provisorio al máximo Juez de la Corte Suprema,
el tranquilo Adli Mansur. Mal aconsejado estarían entonces EE UU y los
gobiernos europeos si brindaran apoyo automático a los generales egipcios. Un
golpe es un golpe y todo golpe es un atentado a la democracia, por muy precaria
que hubiera sido, como en Egipto lo era.
No obstante, si Egipto vuelve al punto de
partida, no será al mismo punto de partida. Puede que la oposición, a falta de
otra alternativa apoye durante un tiempo a los militares. Pero seguramente esa
oposición no ha olvidado los días de la gran rebelión en contra de Mubarak.
Tendrá por lo tanto que enfrentar en el futuro a dos enemigos: el fanatismo
religioso de los "hermanos", asociados con otras sectas aún más
intolerantes, y la tentación dictatorial que se esconde en el corazón de cada
general. Para lograrlo sólo hay una alternativa: La unidad. Esa siempre tan
difícil unidad.
Si la unidad de la oposición llega a ser
posible, puede incluso que el golpe de estado de Julio de 2013 sea visto en
retrospectiva como antesala de la segunda gran revolución de los egipcios o, lo
que es casi lo mismo: como el segundo capítulo de una misma revolución. Oj-Alá.
fernando.mires@uni-oldenburg.de
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