martes, 9 de julio de 2013

EGILDO LUJAN NAVA, ABASTECIENDO LA CASA CON COMIDA AJENA, FORMATO DEL FUTURO…

El Presidente de la República viajó nuevamente al exterior. Y, como en las primeras ocasiones después de juramentarse, lo hizo para ratificar acuerdos, convenios con gobiernos “amigos” y traer alimentos para el país. A él, le preocupan la escasez y el abastecimiento por la manera como se han hecho presentes durante el primer semestre del 2013. Tanto como la oferta de garantizar permanentemente la seguridad alimentaria, la cual hay que honrarla de la manera que sea.

Y como él también sabe que en Venezuela no es posible producir alimentos en las cantidades y variedades que demanda una población consumidora impactada por la liquidez monetaria que aumentó un 66% durante el último año, entonces, hay que recurrir a los países con capacidad exportadora y a los que forman parte de Petrocaribe. Es decir, a esos  otros países “amigos” que gozan del privilegio de poder pagar con alimentos, parte de sus deudas por petróleo barato y despachado desde Venezuela. Por supuesto, si estas exportaciones de alimentos hacia Venezuela provienen de las triangulaciones con las compras a otros productores del resto del mundo, no importa. También eso legitima la seguridad alimentaria.

Pero esa forma de honrar la seguridad alimentaria en el país, no es posible  mantenerla eternamente. Tiene que haber una mayor producción, tanto del sector privado, como del sector público. Los productores primarios e industriales venezolanos, por supuesto, sólo pueden producir las cantidades que les permite la estructura legal y administrativa gubernamental. Mejor dicho, las restricciones controladoras y la predominante discrecionalidad con la que se administran las normas, incluyendo controles de cambio y de precios.

La norma cuenta. Es rígida e implacable cuando tiene que ver con empresas privadas y con empresarios no coincidentes con los principios que inspiran tales fundamentos legales. Porque nadie sabe todavía cuál es el grado de exigencias, cuando el “administrado” es el propio Estado, y más si también goza de la prerrogativa de poder actuar apoyado en requisitorias consagradas por situaciones “de emergencia”. En Venezuela, las “emergencias” han servido de todo y para todo.

Al Estado “administrado”, por supuesto, no le inquieta que un ente público denominado Indepabis esté en la calle. Muchos menos, haciendo alarde de estar sobrecargado de fiscales con la exigente misión de impedir que la inflación siga creciendo como hasta ahora, y que el acaparamiento y la especulación, además del desconocimiento de los caprichosos precios que se fijan y autorizan al margen de la valoración de las permanentes variables estructuras de costos, desempeñen el rol de útil de excusa adecuada para sancionar, multar y aterrorizar a modestos comerciantes.

Las redes comerciales de alimentos que creó el Estado para distribuir alimentos a precios subsidiados y paliar el efecto inflacionario, se supone, son un modelo de rectitud administrativa, de eficiencia distributiva, de repercusiones sociales satisfactorias para gobernantes y gobernados.

Los que no califican en la evaluación de ese perfil referencial, por supuesto, son los comerciantes mayoristas privados que rigen mafias para abastecer el comercio informal, a decir de las máximas autoridades del Indepabis.

Es decir, el buhonerismo en Venezuela no es una consecuencia de la imposibilidad de emprender libremente, de promover empresas, de carecer de formación particular para competir en el enjuto mercado de trabajo nacional. El buhonerismo, en verdad, de acuerdo a la lógica deducción que emerge de cómo se piensa y actúa en esa peculiar lucha anti-inflacionaria gubernamental, es un hijo legítimo de la avaricia por el lucro, del amor desenfrenado por la renta, de la cacería irracional de la plusvalía que nace entre quienes tratan de vivir a expensas de conculcarle el derecho de la ciudadanía, a alimentarse en las condiciones que lo dispone el gobierno.

El balance de lo que ha estado sucediendo últimamente a nivel económico y social en la llamada Venezuela “revolucionada”, sin embargo, obliga a tratar el tema de la escasez y el abastecimiento, con un sentido de mayor frialdad y crudeza. Porque no es cuestión solamente de llenar anaqueles para proyectar la sensación de que hay abundancia. Tampoco de asegurar que en julio se hará presente, con autonomía y capacidad avasallante, una avalancha de divisas lo suficientemente poderosa, como para suponer que CADIVI y el SICAD sí harán posible la reactivación de la economía, la desaparición de las deudas privadas internacionales y, por supuesto, de las colas de consumidores y riñas en ellas para poseer un kilo de harina precocida de maíz.

¿Y será realmente así?. La realidad obliga a pensar, noche y día, en que a ese estadio de paz y tranquilidad no se llegará milagrosamente. Porque sigue siendo indispensable que las dos mitades de venezolanos enfrentadas por razones políticas, lleguen a acuerdos y echen las bases de un entendimiento mínimo que permita vencer problemas progresivamente.  Los meses siguen transcurriendo y esos grupos continúan midiéndose, viviendo en un careo interminable, aun cuando cada parte insiste en decir que desea lo mejor para el país y todos sus habitantes.

Las partes tienen que plantearse la posibilidad de ver al país desde un tercer ángulo, como el observador de un juego de ajedrez: no puede ser que ciertas personas, como los países, sólo quieren sacar provecho de las situaciones desfavorables. La inexistencia de una mínima voluntad a favor del entendimiento ha llevado al país a una situación extremadamente peligrosa, ni siquiera para asumir que, entre otras cosas, se hace necesario producir para que haya garantías ciertas de disfrutar de una plena seguridad alimentaria. Tan delicada es esa situación que, de no contar con el regalo del ingreso petrolero, el Jefe de Estado tampoco podría salir de las fronteras venezolanas a hacer canje de petróleo por alimentos y, en muchas ocasiones, en condiciones comerciales desventajosas.

El liderazgo de las partes en disputa tiene que sopesar el hecho de que a Venezuela, se le aprecia en el exterior como un hoyo negro en el espacio, donde poco se produce y en donde todo se consume sin importar el desmejoramiento permanente de las condiciones mínimas para producir. Es el rostro de una verdad que debe considerarse desde un ángulo venezolanista, divorciada de la errónea creencia de que lo adverso beneficia al comunismo o a la democracia, al capitalismo o al socialismo del siglo XXI. Porque, en atención a lo que está planteado, de lo que se trata no es de un problema político o ideológico: es un asunto de seguridad estratégica. 

La mayoría de los venezolanos está cansada de la eterna confrontación, de vivir en el medio de la discordia y tener que ser parte de ella por la fuerza. Si alguna vez Venezuela pudo ser un país dispuesto a sumar ideas y aportes para que otros pueblos del Continente terminaran viviendo en paz y en armonía, ¿qué impide que hoy no pueda reeditarse esa gloriosa experiencia internamente?.

Venezuela dispone de  tierras aptas para la producción, de agua suficiente para el riego productivo, de una trayectoria productiva a cargo de miles de productores de una comprobada vocación, además de conocimiento tecnológico vanguardista y de ganas para hacer las cosas distintas. Y si hay escasez de  ciertas condiciones para que la dependencia externa de comida se revierta, bastaría con cambiar dos factores adversos: la carencia de recursos financieros y de seguridad jurídica. Por lo demás, limitantes que pueden revertirse con base en el uso práctico de la voluntad política puesta al servicio de Venezuela y de los venezolanos.

El camino que inició el Ministro de Finanzas, Nelson Merentes, es el correcto: dialogar, escuchar; y cuantificar y calificar todo lo que funciona como impedimento para que de la demanda de soluciones, se pase a la generación de respuestas que materialicen en hechos palpables esa necesaria voluntad de revertir lo adverso. Por supuesto, bien valdría el momento para que aquellos que acompañan a ese Ministro en funciones de gobierno, revisen pensamientos, verbo e identidad con el país, para que, finalmente, terminen por construir la confianza que debe hacer posible que las partes de venezolanos enfrentados, terminen por reconciliarse.

Definitivamente, la economía necesita, y con urgencia, es que no siga siendo expresión de la audacia improvisadora de unos pocos, empeñados en construir éxito con base en una manera contradictoria de hacer compatibles riesgo emprendedor particular y  negativa gubernamental a estimular dicho esfuerzo. En otras palabras, si los escenarios para la participación de la inversión particular siguen siendo los mismos que Venezuela ha identificado durante los diez últimos años de hacer gobierno, entonces, no habrá manera de evitar que el Presidente de la República siga estando obligado a construir seguridad alimentaria con nuevos viajes a la casa de países “amigos”.

Y no será posible, inclusive, que el costoso empeño político que le impuso ese mismo gobierno a la incorporación de Venezuela al Mercosur, no pase de ser un motivo mucho más sofisticado para seguir siendo mercado comprador; nunca exportador, aun cuando unos 19 empresarios se estén atreviendo a viajar esta semana a Uruguay, para participar en una muestra descriptiva de la Venezuela lista para seducir potenciales compradores. ¿Y cómo?. ¿Apelando de rodillas a la divina providencia?.

Lo que  demanda e impone el hecho de asumir la presidencia pro-témpore de la figura comercial que reúne a ese grupo de países, no es precisamente el culto a la potencialidad exportadora. Sería preferible que esos 180 días se dediquen a lo posible: a aceptar responsablemente que hay que competir con los mismos que Venezuela ya le compró hace menos de 100 días unas 750.000 toneladas métricas de alimentos, sin haber tenido ellos necesidad de enviar a vendedores u oferentes de sus productos, porque desde aquí salió el Presidente de la República en persona a comprarlas. Y que para competir, aunque la palabra luzca chocante en el sentir de los ministros responsables de estimular la producción y exportación nacional, hay que estimular la inversión privada y no seguir convirtiendo al sector laboral en un patrimonio ideológico para manipulaciones improductivas.

Egildo Lujan Nava

Enviado a nuestros correos por Edecio Brito
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