Los estudiosos de
ciencia política durante buena parte del siglo XX y siguiendo en el siglo XXI
han investigado mucho sobre el totalitarismo. El término fue puesto en boga por
Hannah Arendt, en 1950, en su libro Los Orígenes del Totalitarismo.
El concepto
de totalitarismo, según la filósofa política de origen judío nacida en Alemania
y convertida en ciudadana de los Estados Unidos, se aplica a regímenes llamados
totalitarios en los que la vida de sus ciudadanos está sometida al control
absoluto de un partido político que ejerce autoridad única y exclusiva sobre
ellos. Hannah Arendt analiza los orígenes del totalitarismo refiriéndose al
régimen nacionalsocialista alemán a partir de enero de 1933 y, en una obra
posterior, al régimen comunista de la Unión Soviética después de la Revolucion
Bolshevique de octubre de 1917. No publicó una obra referida a los orígenes de
regímenes totalitarios con vestidura democrática como las llamadas democracias totalitarias.
Los orígenes de las
democracias totalitarias han sido objeto de un estudio profundo por parte de
Jacob Leib Talmon, renombrado profesor de historia moderna en la Universidad
Hebrea de Jerusalén, fallecido en 1980. Ese estudio está plasmado en su libro
publicado en 1952 bajo el título de The Origins of Totaltarian Democracy [Los
Orígenes de la Democracia Totalitaria]. Según Talmon y otros autores se
considera democracia totalitaria a un sistema de gobierno surgido de elecciones
libres —en otras palabras de la voluntad popular— en el que los ciudadanos, si
bien pueden elegir, no tienen ninguna participación en la toma de decisiones de
un poder ejecutivo que no está sometido, en la práctica, a ningún control por
los poderes legislativo y jurisdiccional. Se trata de regímenes que tienen
legitimidad de origen pero no de ejercicio.
Después del final de
la segunda guerra mundial, en 1945, surgieron en Europa Oriental regímenes
considerados como democracias totalitarias. Ha ocurrido lo mismo en América
Latina en la segunda mitad del siglo veinte y a comienzos dl siglo veintiuno,
por lo que he creído conveniente glosar el libro del profesor Talmon.
Hay que aclarar,
desde un principio, que Talmon analiza el origen de las democracias
totalitarias a partir del siglo diez y ocho, como veremos más adelante.
Comienza la obra refiriéndose
a los dos tipos de democracia: la liberal y la totalitaria, definidas como
sigue:
El enfoque liberal
supone que la política es un asunto de ensayo y error, y considera a los
sistemas políticos como estratagemas pragmáticas de la ingenuidad y espontaneidad
humanas. Reconoce también una variedad de niveles de esfuerzo colectivo que en
conjunto están fuera de la esfera de la política.[1]
La definición de la
democracia totalitaria, por otro lado, se basa en la suposición de una sola y
exclusiva verdad en la política. Se le puede llamar Mesianismo político en el
sentido de que postula un esquema de cosas previamente ordenado, armonioso, al
que son llevados irresistiblemente los seres humanos y al que están obligados a
llegar.[2]
Sobre la manera de concebir
el pensamiento humano, se opina que “Trata todo el pensamiento y la acción
humanos como si tuviesen significación social y, por lo tanto, cayesen en la
órbita de la acción política:”[3]
Al tratar sobre el
valor de la libertad por parte del enfoque liberal como del totalitario, para
el autor “Ambas escuelas afirman el valor supremo de la libertad. Pero mientras
una halla la esencia de la libertad en la espontaneidad y la ausencia de
coerción, la otra cree que sólo se realiza mediante la búsqueda de una
finalidad colectiva absoluta.”[4]
Talmon empieza
temprano a esbozar sus ideas acerca de los orígenes de la democracia
totalitaria diciendo:
La decadencia de la
idea de estatus como consecuencia del surgimiento del individualismo trajo
consigo la perdición del privilegio, pero también contenía potencialidades
totalitarias. Si, tal como se discutirá en este ensayo, lo empírico es el
aliado de la libertad, y el espíritu doctrinario es el amigo del totalitarismo,
la idea del hombre como una abstracción, independientemente de los grupos a los
cuales pertenezca, posiblemente se convertirá en un poderoso vehículo del
totalitarismo.[5]
Sigue en la
consideración del germen de la democracia en el siglo diez y ocho, bajo las
ideas de la Ilustración: “Pero lo que hay que enfatizar debe ser la intensa
preocupación del siglo diez y ocho con la idea de virtud, que no era sino la
conformidad con el deseado patrón de armonía. Se negaban a contemplar el
conflicto entre libertad y virtud como inevitable.”[6] Se habla del mesianismo
que, indirectamente, surge de esas ideas: “El Mesianismo totalitario se
endureció como una doctrina exclusiva representada por una vanguardia de los
iluminados, quienes justificaban su utilización de la coerción contra quienes
se negaban a ser libres y virtuosos.”[7]
Sobre la influencia
del pensamiento ilustrado, Talmon aclara de nuevo que:
El objeto de este
libro es examinar los estadios a través de los cuales los ideales sociales del
siglo diez y ocho se transformaron –por un lado- en democracia totalitaria. Se
toman tres de esos estadios: el postulado del siglo diez y ocho, la
improvisación jacobina y la cristalización de las ideas de Babeuf;…[8]
En cuanto a lo que se
dice sobre el conflicto entre la libertad y la virtud, nos hace recordar lo que
decía Maquiavelo en El Príncipe: “Los dominios así adquiridos están
acostumbrados a vivir bajo un príncipe o a ser libres; y se adquieren por las
armas propias, por la suerte o por la virtud.”[9]
A partir de la página
6 el autor comienza a tratar sobre la democracia totalitaria moderna, la que,
según antes se dijo, surgió después de 1945 tanto en las llamadas repúblicas
democráticas de Europa Oriental y en algunos países de América Latina,
definiendo a esa supuesta democracia como “una dictadura que reposa sobre el
entusiasmo popular, y por ello es diferente del poder absoluto ejercido por un
Rey de derecho divino, o por un tirano usurpador”. Se pasa de inmediato a
referirse al totalitarismo de la derecha y el totalitarismo de la izquierda:
La Derecha enseña la
necesidad de la fuerza como una manera permanente de mantener el orden entre
las creaturas pobres y revoltosas y las entrena a actuar de una manera ajena a
su naturaleza mediocre. El totalitarismo de la Izquierda, al valerse de la
fuerza, lo hace convencido de que la fuerza solo se utiliza para acelerar el
ritmo del progreso del hombre hacia la perfección y la armonía social.[10]
Sobre las premisas
originales de lo que se ha dado en llamar regímenes revolucionarios de
democracia totalitaria, el autor opina: “Puede mantenerse además que
independientemente de lo que fueran sus premisas originales, los partidos y
regímenes totalitarios de la Izquierda tendieron invariablemente a degenerar
como maquinarias de poder sin alma, cuyo pobre servicio a los dogmas originales
es mera hipocresía.”[11]
Hemos visto como ese
totalitarismo de izquierda ha triunfado y ha permanecido e incluso permanece en
el poder por muy largos años, como es el caso de Cuba y, al analizar su
naturaleza, Talmon opina:
Incluso si aceptamos
ese diagnóstico de la naturaleza del totalitarismo de izquierda cuando triunfa,
¿debemos atribuirle su degeneración al inevitable proceso de corrosión que
sufre una idea cuando el poder cae en manos de sus adherentes? ¿O debemos acaso
buscar su razón más profundamente, a saber, en la propia esencia de la
contradicción entre absolutismo ideológico e individualismo, inherente al
moderno Mesianismo político? ¿Cuándo los hechos de los hombres en el poder
desmienten sus palabras, acaso hay que llamarlos hipócritas y cínicos o son
solo víctimas de un espejismo intelectual?[12]
Sobre el papel del
liderazgo, que tiene tanto peso en las democracias totalitarias, Talmon señala:
El líder se
identifica con la doctrina absoluta y la negativa de otros en someterse llega a
ser considerada no como una diferencia de opinión normal, sino como un delito.
Es característico del líder que cuando se le frustra pierde rápidamente su
equilibrio precario y cae víctima de una orgía de lástima de sí mismo, manía
persecutoria e impulso al suicidio.[13]
Volviendo sobre la
influencia del pensamiento ilustrado del siglo diez y ocho como factor
influyente en la aparición del totalitarismo democrático y, refiriéndose a
Rousseau, al hablar de la voluntad general, la soberanía popular y la
dictadura, Talmon plantea: “Lo soberano de Rousseau es la voluntad general
exteriorizada, y, tal como antes se ha dicho, esencialmente representa lo mismo
que el orden armonioso natural. Al casar este concepto con el principio de
soberanía popular, Rousseau hizo que surgiera la democracia totalitaria.”[14]
Sin duda, Rousseau, al referirse al Contrato Social para la creación el Estado,
lo hace basándose en la idea de que la voluntad del pueblo era suprema,
concepto que ya venía desde la Roma antigua: voluntas populi suprema lex esto.
Pero Rousseau no llega a determinar cómo se determina cuál es la verdadera
voluntad del pueblo, concepto éste que ha sido objeto de múltiples abusos por
parte de los regímenes de democracia totalitaria para justificar su acceso al
poder y su permanencia en el mismo. Se insiste en la implicación de la
dictadura cuando los regímenes se basan en la democracia y llaman a referendos
cuando están seguros de que obtendrán con ellos los resultados buscados, Así
tenemos:
Ahora bien, desde la
propia base del principio de democracia directa e indivisible y la expectativa
de unanimidad, se halla la implicación
de dictadura, tal como lo ha mostrado la historia de más de un referendo. Si un
llamado constante al pueblo como un todo, no solo como un pequeño grupo
representante, se mantiene, y a la vez se postula la unanimidad, no hay modo de
escaparse de la dictadura. Ello estaba implícito en el énfasis de Rousseau
sobre el tan importante punto según el cual los líderes deben plantear solo preguntas
de una naturaleza general al pueblo, y, lo que es más, deben saber cómo
plantear la pregunta correcta. La pregunta debe tener una respuesta tan obvia
que cualquier respuesta diferente aparecería como simple traición o perversión.
Si la unanimidad es lo que se desea, debe ingeniarse a través de intimidación,
trampas electorales o la organización de la expresión popular espontánea a
través de activistas que pasan el tiempo haciendo peticiones, demostraciones
públicas y una campaña violenta de denuncias.[15]
Hay una crítica
velada a Rousseau basada en el hecho de que él no atisbaba las consecuencias
negativas de sus “buenas ideas”:
[Rousseau] no estaba
consciente de que la absorción total y altamente emocional en el esfuerzo
político colectivo se calcula para destruir toda felicidad, de que la
excitación producida por la multitud reunida puede ejercer una presión muy
tiránica y que la extensión del alcance de la política a todas las esferas de
interés humano, sin dejar espacio para el proceso de actividad casual y
empírica, era la vía más corta hacia el totalitarismo.[16]
En el capítulo cuatro
del libro se trata del problema de la propiedad y de su enfoque por parte de la
democracia totalitaria. Se analiza el pensamiento de Morelly y Mably como
precursores del comunismo. Refiriéndose al pensamiento del siglo diez y ocho,
se subraya la discrepancia entre los planteamientos teóricos, tan audaces, y la
debilidad de las conclusiones prácticas, sobre todo en cuanto al tema de la
propiedad: “La realmente remarcable característica del pensamiento del siglo
diez y ocho no es la presencia o ausencia de socialismo. Sino la discrepancia
entre la audacia de las premisas y la timidez de las conclusiones prácticas,
cuando se trataba sobre el problema de la propiedad.”[17]
Muchos de esos
pensadores achacan los males de la sociedad a la inequidad de la propiedad: “No
solo comunistas declarados como Morelly y Mably, sino también Rousseau, Diderot
y Helvetius estaban contestes en que todos esos males son el primer efecto de la
propiedad y de todo el juego de males inseparables de la inequidad a la que le
dio nacimiento”.[18]
Se pone en evidencia
el bajo concepto que el autor del Contrato Social tenía sobre la propiedad:
El elocuente pasaje
de Rousseau acerca del primer hombre que rodeó su terreno de una cerca, engañó
a sus vecinos haciéndoles creer en la legalidad de su acto, y se hizo así el
autor de todas las guerras, las rivalidades, los males sociales y la
desmoralización en el mundo, no es más radical que la insistencia obsesiva de
Morelly y Mably es la causa de raíz de que todo haya tornado mal en la
historia.[19]
Se muestra como, en
el siglo diez y ocho, aparece la propuesta de eliminación de la propiedad
privada, sustituyéndola por la propiedad del Estado: “Helvetius estaba del
mismo lado de la mayoría de sus contemporáneos, cuando alegaba que solo un
régimen de propiedad del Estado, con el dinero proscrito, ofrecía una
posibilidad de una legislación, estable e inalterable, calculada para preservar
la felicidad general.”[20]
Pero Talmon recuerda
que muchos de esos pensadores con ideas de socialismo real dieron marcha atrás,
tal como lo han hecho hoy en día muchos políticos que en una época fueron de
extrema izquierda y hoy en día se acercan cada vez más a las ideas liberales:
Todas esas ideas, sin
embargo, fueron contradichas por los mismos escritores que las habían avanzado.
Rousseau, Helvetius y Mably concurrieron en que la propiedad privada se había
hecho el cemento del orden social, y la primera piedra del Contrato Social.
Helvetius llamaba a la propiedad privada “le droit le plus sacré…dieu moral des
empires”.[21]
La Revolución
Francesa, nacida de la Ilustración del siglo diez y ocho, como la esperanza de
un mundo mejor, de libertad, igualdad y fraternidad, no tardó mucho en tomar el
camino del totalitarismo, sobre todo a partir de 1793. Así lo aclara Talmon:
Todo el desarrollo
subsiguiente de la Revolución puede ser descrito como una lucha entre dos
actitudes, una basada en la idea de equilibrio y la nueva legalidad establecida,
y la otra que surgía de la idea de la primacía de la finalidad Revolucionaria,
y que implicaba la legalidad de la coerción y la violencia Revolucionaria.…
La dictadura del
Comité de Salud Pública y la declaración del Gobierno Revolucionario que siguió
al golpe de junio implicó la pretensión de que en ese estadio la finalidad
Revolucionaria había llegado a incorporarse en un partido único, el
Jacobinismo, que representaba la verdadera voluntad y el real interés del
pueblo, o más bien de las masas populares.[22]
Una expresión clara
de la llegada de un totalitarismo que se dice democrático, pretendiendo basarse
en sus orígenes como movimiento surgido de un origen para todos esperanzador
como fue la Revolución Francesa en 1789, es lo que nos narra Talmon respecto
del club de los Jacobinos. Y es que el jacobinismo, como doctrina política
pretendía defender la soberanía popular, entendida a su manera, para justificar
un régimen de terror:
La dictadura jacobina
descansaba sobre dos columnas: la devoción fanática de los fieles y una
ortodoxia rigurosa. La combinación de ambas era el secreto de la fuerza de los
jacobinos, y un nuevo fenómeno en la historia política. Habiendo comenzado como
un movimiento para auto-expresión popular y debate permanente, para compartir
la jubilosa experiencia de ejercer la soberanía popular, el jacobinismo se
convirtió rápidamente en una confraternidad de fieles que deben perderse en la
sustancia objetiva de la fe para recuperar sus almas.[23]
Ya antes se habló de
los totalitarismos de derecha y de izquierda y se expresa una opinión sobre
estos últimos, considerando su carácter universal que ahora vemos aparecer en
América Latina a fines del siglo veinte e inicios del veintiuno y que, como
antes, ya se siente su próxima desaparición :
De allí que los
patrones del totalitarismo de Izquierda sean tan universalistas en su carácter
e ignoren completamente las características nacionales y locales, así como
luzcan totalmente desconocedores del problema del elemento personal en el
liderazgo, olvidando el lugar de la personalidad humana real en el
funcionamiento de la política…
… El éxtasis
revolucionario no disuelto es algo que dura poco. Pronto, los hombres retornan
al pantano del conservadurismo obtuso, del egoísmo o de la privacidad neutral.[24]
…
La impaciencia y la
violencia del doctrinario racionalista convierte pronto al entusiasmo de masa
en hostilidad resentida hacia el patrón revolucionario. Siempre ha ocurrido en
las revoluciones modernas que en la medida en que el dinamismo más interno de
la Revolución siguió lanzando hacia delante cada vez más extremistas
doctrinarios las masas se hicieron cada vez más indiferentes y hostiles
respecto de las intenciones revolucionarias.[25]
Hay referencia a la
ambigüedad del siglo diez y ocho que no pudo resolverse para justificar la
coerción considerada imprescindible por la democracia totalitarista, y se
expone:
Siempre hubo una
ambigüedad no resuelta en el siglo diez y ocho, especialmente de origen de
Rousseau, la yuxtaposición de las dos cualidades del ideal del siglo diez y
ocho –su carácter objetivo, eterno, y el hecho de estar grabado en los corazones humanos. La ambigüedad no resuelta
parecía resolver la cuestión de la
coerción. Puesto que la verdad objetiva también estaba inmanente en la
consciencia del hombre, no había coerción externa al forzarlo a seguirla.
También había otra ambigüedad; por un lado, la esperanza optimista de que el
hombre (o el pueblo) hecho libre, y así también moral, vería la verdad y la
seguiría; por otro lado se hallaba el temor a la arbitrariedad y la arrogancia
humana.[26]
A pesar del ateísmo
revolucionario surge para sus paladines la necesidad de contar con una religión
y se nos recuerda lo que pensó Robespierre: “Lo que Robespierre quería decir no
era que puesto que no podía moverse al populacho mediante argumentos racionales
para que se comportara éticamente, sino por el miedo a Dios, había simplemente
que inventar la religión en aras del orden social.”[27]
Ya Lucrecio había
dicho: timor facit deos.
Y desde el siglo diez
ocho se germina la política de clase como base fundamental de la democracia
totalitaria. Refiriéndose a esa política, leemos lo que aún se sigue
practicando:
Hay que pagarle al
pueblo y mantenerlo a expensas de los ricos: pagarle por asistir a asamblea
públicas, amar a sus gentes y mantenerlas como miembros de ejércitos
revolucionarios con dinero proveniente de cargas especiales a los ricos a
quienes debían vigilar, finalmente subsidiadas y provistas por el Gobierno a
expensas de los productores y mercaderes.[28]
La democracia
totalitaria que nació en el siglo diez y ocho comenzó a evolucionar hacia el
comunismo, bajo la inspiración de Babeuf:
El más temprano y
constante elemento en el pensamiento de Babeuf
era la idea general y muy vaga de que le incumbía a la sociedad asegurar
la existencia de todas las personas, en cuya nomenclatura una “honnête
médiocrité”, ni menos ni más de lo necesario: “portion égale”.. En la víspera
de la Revolución había llegado a pensar de que la mejor manera de hacerlo era
que toda la propiedad se pusiera en un fondo común y que se facultara al Estado
para llevar a cabo una distribución igual, sin acordar trato preferencial a
ninguna clase o profesión.[29]
Pero tal democracia
plebiscitaria, directa es —tal como ya se dijo— lo preliminar de una dictadura
o de una dictadura disfrazada. Es una invitación a un partido totalitario para
azuzar agitación, “organizar” el descontento o la voluntad del pueblo,
ingeniando peticiones de masa, manifestaciones y presión desde abajo; y un
estímulo a un partido totalitario en el poder para ingeniar referendos y
resoluciones de masa en apoyo. No podía hacerse de otro modo. Se sabe que
cuando se postula plena unanimidad, no hay escape de la imposición de una sola
voluntad.
A partir de la página
249 de Los Orígenes de la Democracia Totalitaria se exponen las conclusiones
del autor:
La democracia
TOTALITARIA, lejos de ser un fenómeno de
reciente crecimiento, y fuera de la tradición occidental, tiene sus raíces en
el tronco común de las ideas del siglo diez y ocho.…
La democracia
totalitaria evolucionó tempranamente hacia un patrón de coerción y
centralización no porque rechazaba los valores del individualismo liberal del siglo diez y ocho, sino porque
originalmente tenía un actitud demasiado perfeccionista respecto de los
mismos.[30]…
El trazado de la
genealogía de las ideas brinda una oportunidad para emitir algunas conclusiones
de naturaleza general. La lección más importante que hay que extraer de esta
investigación es lo incompatible de la idea credo en la libertad que todo lo
abarque y todo lo resuelva.
Esa es la maldición
de todos los credos de salvación: haber nacido de los impulsos más nobles del
hombre, y degenerar en armas de tiranía.[31]
[1] J.L, Talmon The Origins of Totalitarian Democracy, West View Press,
Inc, Boulder, Colorado, 1985 © J.L. Talmon, p.1
[2] Ibíd., p 1,s.
[3] Ibíd., p 2.
[4] Ibid.
[5] Ibid., p 4.
[6] Ibid., p 4., s.
[7] Ibid., p 5.
[8] Ibid., p 6.
[9] Maquiavelo, El Príncipe, edición virtual
en: http://www.laeditorialvirtual.com.ar/pages/maquiavelo/maquiavelo_elprincipe.htm
[10] Talmon, op. cit,, p.7.
[11] Ibid.,
[12] Ibid., p 6., s
[13] Ibid., p 40.
[14] Ibid., p 43.
[15] Ibid., p 46.
[16] Ibid., p 47.
[17] Ibid., p 50.
[18] Ibid., p 51.
[19] Ibid.
[20] Ibid., p. 52.
[21] Ibid. P. 78 y 79.
[22] Ibid., p. 79
[23] Ibid., p. 127
[24] Ibid., p. 136.
[25] Ibid., p. 137.
[26] Ibid., p. 147.
[27] Ibid., p. 148.
[28] Ibid., p. 152.
[29] Ibid., p. 187.
[30] Ibid., p. 249.
[31] Ibid., p. 253.
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