Nadie puede adoptar la política como
profesión y seguir siendo normal. Especialmente, en escenarios endosados con
argumentos no sólo fétidos, sino infundados como los que resultan de coyunturas
políticas denominadas “revolucionarias”. O presumidas como tales.
¿QUÉ DIGO? ¿QUÉ HAGO? |
El ejercicio de la política, a lo largo del
tiempo, ha estado plagado de frases más huecas que comunes. Expresiones que
sólo han servido para relleno de excusas, justificar arbitrariedades o
sencillamente para mentir o engañar prosélitos. De ahí que hay quienes con
alguna razón denigran de la praxis política. Particularmente, cuando la
política se desenvuelve en medio de circunstancias precarias o dificultades de
dudosa condición. Sus realidades se han visto sumidas entre tal nivel de
contradicciones, que Nikita Khrushchev, comunista ruso, llegó a manifestar que
“los políticos son siempre lo mismo. Prometen construir un puente aunque no
haya río”.
Pese a la palabra expuesta, quienes
generalmente fungen de políticos en medio de situaciones transitorias, terminan
aplicando remedios equivocados luego de hacer un diagnóstico falso con el apoyo
de un lenguaje rimbombante. Incluso artificioso, lo cual le permite decir mucho
sin que cada expresión alcance a convertirse en fundamento de gestión pues la idea lleva una dirección que
aparta lo dicho del hecho. Por eso se dice que “cuanto más siniestros son los
deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su
lenguaje” (Aldous Huxley).
Si bien así son las realidades donde la
política detenta algo de mesura, la situación pinta totalmente convulsiva en el
fragor de condiciones en las que la política luce como tentación que aleja al
dirigente político de la honestidad. Con suma razón, Louis McHenry Howe,
político estadounidense, señalaba que “nadie puede adoptar la política como
profesión y seguir siendo honrado”. Especialmente, en escenarios endosados con
argumentos no sólo fétidos, sino infundados como los que resultan de coyunturas
políticas denominadas “revolucionarias”. O presumidas como tales.
La aludida “revolución bolivariana” de la
cual se han servido los cuadros políticos que se arrogaron el dominio del
gobierno venezolano, en complicidad con miembros del alto mando militar, se ha
valido de ignominiosos recursos de un poder ilegítimo. De esta manera, imponen
las posturas propias de un régimen oprobioso que en nada podría parecerse al
modelo político que encauzó la lucha independentista que aparentemente motiva
una parte de sus declaraciones y exposiciones. La otra, refleja la antítesis
del un discurso elegante y fino en términos de un lenguaje que destaque
pluralismo político y moralidad. Entre tanto, sus acciones son precedidas y presididas
por el resentimiento y la obstinación que caracteriza la visión de sus
funcionarios.
Para estos revolucionarios, apegados al
miltarismo rancio y decimonónico, la política es incomprensible. Apenas la
entienden como la forma de traicionar intereses reales, institucionales y
legítimos, creando otros imaginarios e injustos a partir de los cuales
respaldan toda proposición que apunte a desmedrar la democracia a favor de un
populismo que sólo apuesta a redistribuir miseria y asegurar el abandono necesario
por el cual abrirle a Venezuela el camino al subdesarrollo más recalcitrante.
De ahí que el discurso del régimen apele a frases sin contenido ni sentido
alguno pues en ellas está la vía más expedita hacia el retrógrado socialismo
del siglo XXI. Por eso su lenguaje termina blasfemando, injuriando, afrentando
y empeorando todo lo posible. Y aunque todo termina sin hacerse nada, siempre
hay un “Yo prometo”.
VENTANA DE PAPEL
LA CIUDAD SE TAMBALEA
No basta con declaraciones de principios de
personajes gubernamentales o promesas esbozadas en papel. Casi siempre suelen
esfumarse ante la incidencia de problemas que van surgiendo a medida que la
dinámica social, política o económica va arreciando. Es pues insólito ver cómo
los compromisos de gobierno pierden su sentido toda vez que al día siguiente
aflora un nuevo revés o se destapa alguno pasado de época. Mérida, ciudad
universitaria por antonomasia, rodeada de montañas que hacen de su geografía el
motivo para enamorarse de todo cuanto la rodea, está a reventar ante la apatía
de sus gobernantes. Gobernantes por cuyas promesas, alcanzaron el favor y apoyo
político a través del voto popular. Ahora, después de posesionarse en sus
cargos sólo se sientan a disfrutar de las mieles del poder. O fue que
desconocieron los compromisos asumidos electoralmente. Aunque no vale tanto
preguntar ante quién o hacia quién era la lealtad aludida pues era obvia la
respuesta. Sin embargo, para la ciudad no ha habido lealtad alguna. Ni siquiera
ha sido parte de las cuentas de gobierno. La ciudad luce resquebrajada,
golpeada por los desmanes de quienes, indolentemente, siguen aporreándola sin
misericordia alguna. A los ojos de los actuales gobernantes, sólo importa el
escalafón político-partidista por el cual ascender a niveles de mayor poder. Y
lo peor, sin sentimiento, sensibilidad, consideración y conciencia que permita
garantizarle a la ciudad un tratamiento conforma a su historia, su naturaleza y
su Universidad. Ni por lo que ha representado el hecho de vivir la oportunidad
de egresar de su recinto con un título universitario, honor que no todos
alcanzan. No obstante, la afición a olvidar engulló a estas personas que
deberían velar por la ciudad tal como se cuida el hogar propio. Mientras tanto,
Mérida, se ve imbuida por un estado de abandono que aprovecha la inseguridad,
el desorden, la basura, la desidia y la violencia para lesionar su humanidad.
Por los momentos, no hay forma de disimular que la ciudad se tambalea.
SOCIALISMO O FASCISMO
Aunque categorías distintas, en el argot de
la Ciencia Política, en la praxis política que emula el régimen criollo, las
mismas tienden a confundirse. No tanto por el sentido de sus realidades, como
por la tendencia de pretensiones y la analogía de sus orígenes. Sobre todo,
cuando tales prácticas tratan de afincarse y de afianzarse en el poder para
usufructuar lo mayormente posible en provecho de sus dirigencias. Y ante tan
apetitoso manjar, no existen barreras que precisen donde termina uno y comienza
el otro pues a la hora de lucrarse del erario a estos encapotados de rojo, les
pesa la vista y por eso solapan la corrupción con la moderación. En medio de
tales correrías, el régimen busca encubrir sus intenciones con supuestas
demostraciones de dignidad para lo cual se hacen de oídos sordos frente a
cualquier reclamo. Por ello, utilizan los recursos de la televisión para
endulzar realidades con el maquillaje necesario y emitir mensajes tergiversados
de las cuestionadas realidades. En medio de dichas circunstancias, se
sobreponen hechos que indistintamente pecan de fascistas o de socialistas
(entendiendo este remedo de socialismo como el ámbito de realidades donde
sacrifican el hambre del pueblo por el derroche de recursos que además acomodan
en nombre de Bolívar, Sucre, de Zamora y de todos aquellos precursores y
libertadores cuyo verdadero proyecto de vida en nada coincide con el proyecto
de quienes hoy se atribuyen ínfulas de líderes). En este enredo de acepciones,
el país sigue descalabrado a consecuencia de ideales que sólo tienen respuesta
en el léxico disimulado que emplea el régimen para usurpar condiciones que lo
zarandean. Por supuesto, apoyándose en un Poder Judicial sometido no más por el
influjo de verticalidad propio del manejo político-militarista, que por el
atractivo verdor de la divisa norteamericana. Así que no hay diferencia alguna
entre estas consideraciones políticas. En el ambiente de esta ruinosa
revolución, da lo mismo decir una que la otra: socialismo o fascismo.
“La educación de una sociedad constituye su
mayor riqueza. En el conocimiento asegura su bienestar y por tanto, el
desarrollo necesario de la nación” AJM
antoniomonagas@gmail.com
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