viernes, 5 de julio de 2013

ANÍBAL ROMERO, GUERRAS SIN VICTORIAS

No creo equivocarme al sostener que EE UU no ha logrado una clara victoria en una guerra desde que la televisión se hizo masiva. Corea fue una especie de empate y Vietnam una derrota. No considero acá operaciones de menor envergadura, ocurridas en otras partes estos pasados cincuenta años.

Durante la Segunda Guerra Mundial las fuerzas armadas de EE UU sufrieron casi 300.000 bajas en combate, a lo largo de cuatro años. En Vietnam fueron casi 50.000 los soldados y oficiales fallecidos, la mayor parte en las etapas finales del conflicto. En todo el período de la llamada “guerra contra el terror”, desde su inicio con los ataques del 11-S de 2001 y hasta el presente, los militares estadounidenses han sufrido (al momento de escribir estas líneas) casi 7.000 bajas, que incluyen las ocurridas en las guerras de Irak y Afganistán.
Llaman poderosamente la atención cifras como las siguientes: En la intensa y sangrienta batalla por la isla japonesa de Okinawa, que duró solo tres meses en 1945, las fuerzas armadas estadounidenses experimentaron alrededor de 12.500 bajas mortales. Cabe enfatizarlo: este elevado número de fatalidades se concentró en tres meses, lo que contrasta de manera evidente con lo acontecido en Irak y Afganistán en más de una década.
Cabe preguntarse: ¿Qué habría ocurrido si CNN y Fox News hubiesen estado presentes en Okinawa, transmitiendo a las pantallas de TV en EE UU las espantosas imágenes de la carnicería que allí tuvo lugar?  No lo sabemos; pero lo que sí puede decirse con cierta certeza es que la dinámica de la relación entre la guerra y la sociedad democrática ha cambiado desde que la televisión, y ahora la internet, permiten acceder de manera inmediata y gráfica a la cruda realidad de los combates a muerte.
Las implicaciones de todo esto son múltiples y complejas. Debo aclarar, de paso, que estas notas no pretenden abordar el crucial problema del valor ético de la vida humana, ni discutir el tema desde una perspectiva religiosa o filosófica. Lo que procuro es destacar una realidad: el nivel de tolerancia hacia la violencia bélica pareciera disminuir en nuestros tiempos, a pesar de que Hollywood y en general la TV y el cine en casi todas partes, nos someten a una inclemente dosis de violencia diaria, que en principio  podría insensibilizarnos ante la crudeza de la guerra. Digo pareciera, pues no estoy seguro de ello.
La distancia entre víctima y victimario, así como la creciente transformación de las víctimas potenciales en meras imágenes, semejantes a las de un juego computarizado, avanza inexorablemente. 
El caso de los “drones” o aviones sin piloto es emblemático. La víctima se mueve, por ejemplo, en un casi inaccesible sendero montañoso en Pakistán, y su victimario la observa en la pantalla de su laptop en, digamos, Utah, Arizona o Nevada, a miles de kilómetros de distancia. Pero el avión sin piloto y sus letales misiles cumplen la misión asignada, respondiendo al comando electrónico.
¿Qué diría Homero ante todo esto? Las hazañas de Aquiles, la valentía de Héctor, el coraje en combate, la gallardía y nobleza guerreras, todos estos valores se volatizan y dispersan en el vacío incoloro de combates que no son tales, en el marco de guerras que no se declaran, nunca terminan del todo, ni permiten (como ocurre con la “guerra contra el terror”) una definición precisa e inequívoca de victoria. Nuestras sociedades occidentales, sumidas en el relativismo moral, no parecen ser capaces ni siquiera de definir con claridad quiénes son sus enemigos. Pues el “terror” carece de rostro.
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