La premura del gobierno y la intensa
oposición de la derecha al proceso de paz están generando consecuencias
inesperadas y tal vez peligrosas.
Lo primero es que el sigilo pactado se fue al
diablo, pues circula abiertamente —a mí me llegó por dos vías distintas— el
texto del acuerdo agrario firmado el 21 de junio. Sí, el principio de la
negociación dice que “nada está acordado hasta que todo esté acordado”, pero no
es un dato menor que se revelen los detalles del principal tema de política
económica y social de la mesa.
Bien visto, este importante documento
descubre el secreto, desconocido desde 1989, del programa mínimo adoptado por
las Farc, una vez les cayó encima el Muro de Berlín y se hizo añicos la vieja
dictadura del proletariado que defendían. Porque no cabe engañarse: ellos de
seguro harán propuestas sobre comercio, industria, finanzas, recursos naturales
o educación, pero serán meros inventos sobre asuntos que desconocen, con
excepción tal vez de las ideas “universitarias” de algún miliciano encapuchado
o de los estudios financieros realizados por los frentes, para saber cuánto
cobrar por algún secuestrado. Su otra área de experticia ha sido el
narcotráfico, tema posterior de la mesa. Por lo pronto, las Farc querrán
pasarlo de agache, como Judas, negando todo contacto con él.
La guerrilla aún tiene un par de ases bajo la
manga: la Constituyente, que en últimas no es más que una opción de descarte,
ya que no sólo es de imposible aceptación por el Gobierno de Santos, sino que
su carácter inevitablemente democrático sería fatal para las propias Farc, que
carecen de votos; el segundo as son las armas, sobre las cuales se podría
acordar que las reciba un tercero —¿la ONU?—, para que aquello no parezca una
rendición. Sobra decir que si las armas no salen de manos de las Farc, la
negociación se rompe. En caso de que ésta siga, ambos ases tendrán que ser
descartados en su debido momento, a cambio, supone uno, de alguna concesión
adicional.
Con todo, la Reforma Rural Integral o RRI
pactada tiene una importancia crucial, pues el Estado bien podría convertirla
en política oficial, pase lo que pase en la mesa, despojando a las Farc de su
principal bandera social. Ellos ya dijeron que lo firmado les parece aceptable,
de modo que mal podrían mañana sacarse del cubilete reivindicaciones nuevas con
credibilidad. Otro factor de consideración es que Fedegán, la mayor fuente de
oposición a cualquier resolución de la cuestión agraria en Colombia (junto con
los terratenientes ilegales), no hizo más que fortalecer el acuerdo al declarar
que éste viola varios de sus “inamovibles” y que en el texto campea “el ánimo
expropiatorio de la propiedad legal”. Hombre, si los ganaderos tuvieran una
solución viable para el problema agrario, desde hace décadas se habría
implementado. La verdad escueta es que, además de viable, el acuerdo es
conveniente para el país. ¿Alguien que no sea un extremista se opone, por
ejemplo, a dar a los campesinos “acceso integral” a la tierra o a que se cobren
impuestos prediales progresivos y justos?
También es cierto que lo pactado podría
servir para que las Farc consiguieran una base social desde la cual hacer
política en el futuro, pero es dudoso que esta base llegue a ser muy grande. En
síntesis, el peligroso proceso va más o menos bien, aunque todavía puede volar
en pedazos. En el entretanto, vendrán más rifirrafes y tiroteos.
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes
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